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Arman, un pionero en crear arte con basura hace 60 años

Hubo un artista que ya en 1960 criticaba la sociedad consumista de usar y tirar. Un artista que hace ya 60 años componía extraordinarias acumulaciones de objetos que nos hicieran reflexionar sobre el exceso y el despilfarro. ¡Tan actual! Ese hombre era Arman (Niza, 1928 / Nueva York, 2005). Hoy nuestra serie de artistas que piensan en verde se detiene en él. Se le puede considerar todo un pionero en el ‘arte del reciclaje’.

Todo un genial síndrome de Diógenes artístico. Las “acumulaciones de objetos encontrados” de este artista, muy influenciado por el dadaísmo y las corrientes pop, se hicieron muy famosas en las décadas de los 60 y 70. Y ha entrado por derecho propio en los museos más prestigiosos del mundo, desde el Metropolitan de Nueva York y la Tate de Londres al Pompidou de París y el Reina Sofía. En la colección del museo madrileño se puede ver la obra El cerebro electrónico, acumulación de máquinas, de 1961.

Primeros años en Nueva York

Armand Pierre Fernandez , hijo único del anticuario Antonio Fernandez, de ascendentes españoles, más conocido solo como Arman , murió un mes de octubre de hace 14 años en TriBeCa, al sur de Manhattan. Se había trasladado a Nueva York en 1961 y ya allí, en aquellos años, hace seis décadas, pudo percatarse de lo despilfarrador de la sociedad consumista que a todos nos consume. 

Arman fue uno de los miembros fundadores y más destacados del grupo Nuevo Realismo, entre los que se encontraban Yves Klein –su gran amigo–, Mimmo Rotella o Christo, que promulgaron un “nuevo enfoque perceptivo de lo real”, y que ya hace 60 años hacían frente a la sociedad de consumo y la expansión industrial reafirmando los ideales humanísticos. Y él entendía ese nuevo enfoque agrupando cosas del mismo tipo, fuera de contexto, desubicadas de su lugar natural. Objetos que no manipulaba. Simplemente los amontonaba. Dicho de otra manera, Arman acumulaba basura y la exponía con la clara intención de decirnos algo, de alertarnos de por dónde iban los tiros de esta sociedad de consumo irresponsable.

Arman – Photo by Chris Felver -Gettyimages

Una de sus primeras intervenciones que más provocó y más dio que hablar fue su exposición en la galería Iris Clert de París, en 1960: la instalación Full Up llenaba todo el espacio de la galería con basura. Tanto que apenas se podía entrar en el recinto.

Coches inmovilizados en una columna de hormigón

Su obra más conocida y emblemática es Long term parking. Este aparcamiento de larga duración se levanta en el tranquilo paisaje de la campiña francesa –junto al Château de Montcel en Jouy-en-Josas– con una enorme columna de hormigón de 18 metros de alto que contiene 60 coches. Con esta pieza, Arman consiguió convertir los coches en un objeto inmóvil y a la vez reírse de todo ello nada más comenzar la década de los 80, unos años en los que aún se sentía verdadera adoración por los automóviles. Toda una provocación ese mausoleo de coches aprisionados, inmovilizados.

No fue su única relación con el mundo del motor. La compañía Renault se interesó por su visión del mundo, y le hizo varios encargos de esculturas. Ya en 1970 había mostrado en la World Fair de Osaka una serie de obras realizadas a partir de piezas de automóviles.

Por encargo del gobierno libanés, en 1995 reprodujo ese concepto de gran pilar y realizó el ambicioso trabajo Esperanza para la Paz, para conmemorar los 50 años de servicio de los militares libaneses. En este caso, la columna de hormigón aprisiona 83 tanques y vehículos militares que se usaron en la guerra civil de ese país, queriendo significar el ansia de paz.

Acumulaciones y desperdicios

En realidad, en la obra de Arman hay que distinguir dos líneas principales de trabajo escultórico: las “acumulaciones”, que son repeticiones de objetos similares que fundía con poliéster o almacenaba en cajas de metacrilato, y la “poubelle”, que en francés significa cubo de basura, y que reproduce más literalmente los desperdicios esparcidos en un espacio.

En esas instalaciones de Arman podemos encontrar desde brochas, relojes y cubiertos –tres de sus elementos favoritos para acumular- a latas de refrescos, zapatos, jarras, llaves, coches de juguete, teléfonos y muebles, distintas partes de automóviles, bisutería e instrumentos musicales desmembrados, con los que el artista tenía una relación muy especial y en los que a menudo se concentraba para realizar esculturas solo con ellos.

En esa acumulación de desechos, Arman ya veía un valor en sí, sin necesidad de intervenir, como un adelantado en esa visión de los residuos no como basura, sino como materia prima, algo que ya en 2019 debe estar fuera de toda duda: “Mantengo que la expresividad de la basura ya guarda un valor intrínseco, y no veo necesidad de buscar formas estéticas en ellos ni de adaptarlos a los colores de la paleta”, decía.

La destrucción de la acumulación

En 1961 Arman se mudó a Estados Unidos y estableció su residencia en Nueva York, donde comenzó a trabajar en tres nuevos conceptos: “coupes”, objetos cortados; “colères”, material destrozado, que más tarde quemó en sus “combustions”. Con esta iniciativa, Arman dio un giro completo a la creación artística a través de la destrucción. Un paso más en su crítica al consumo destructivo.

Aunque nos hemos referido antes a esa pieza en la colección del Reina Sofía, Arman ha sido un artista que desafortunadamente no se ha prodigado mucho en España, a pesar del carácter visionario verde de su trayectoria. Sí pudimos ver algo de él en una exposición en 2010 titulada Nuevos realismos: 1957-1962, precisamente en el Reina Sofía. Una colectiva que agrupaba obras de artistas europeos y americanos con trayectorias paralelas, y que abarcaba desde Yves Klein a Fluxus.

Por cierto, y con esto terminamos, Arman hizo un guiño en su trayectoria vital a sus antepasados españoles, y en 1951 estuvo en Madrid como profesor de judo en el Bushido Kai Club.

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