En nuestra serie mensual de ‘Artistas en verde’, en mayo nos fuimos a la sierra de Madrid a visitar a los ‘Traductores del Viento’ y este mes toca viajar a Huesca, al Centro de Arte y Naturaleza (CDAN), que presenta durante todo el verano la maravillosa exposición ‘Maravilla’, que reúne a tres grandes artistas y su manera de mirar lo grandioso de lo pequeño de la naturaleza, lo naturalmente más cercano, lo silvestre doméstico. Obras de Toya Legido, Juan Millás y Marta Sánchez Marco.
El CDAN lo abrió en 2006 la Fundación Beulas, con el impulso de Teresa Luesma y Javier Maderuelo; cuenta con financiación del Gobierno de Aragón, la Diputación de Huesca y el Ayuntamiento de Huesca. La exposición Maravilla, que ahora puede visitarse hasta el 17 de septiembre y en otoño viajará al Museo Provincial de Teruel, es un homenaje a la pequeña gran naturaleza, al detalle, al sentido del asombro de una de las pioneras del ecologismo, Rachel Carson: “Las flores, los primeros capullos de hojas o las flores de cualquier árbol o cualquier pequeña criatura revelan una belleza inesperada y una complejidad que, con ayuda de una lupa, nos permite escapar de las limitaciones de la escala humana”.
Acercarse a los pequeños tesoros naturales
Nos lo cuenta también Elena del Diego, historiadora del arte, responsable del área de Didáctica del CDAN y comisaria en este centro: “Más allá del suficientemente demostrado efecto terapéutico del contacto con la naturaleza, del incuestionable efecto positivo sobre nuestra salud física y psíquica, en esta exposición nos hemos querido detener en los pequeños tesoros naturales que provocan en nosotros ese asombro placentero y nos acercan a una dimensión acogedora y reconocible. La sensación de estar rodeados de la naturaleza de pequeña escala, aquella a la que podemos acercarnos, la que podemos coger con las manos, observar con detalle, seguir con la mirada mientras aletea sus alas…”.
Frente a lo sublime y lo grandioso de, por ejemplo, grandes paisajes de montañas tapizadas con bosques de robles y hayas, aquí nos podemos deleitar en el contacto con lo cercano y lo pequeño, detenernos en la paz que nos transmite un gorrión que se acerca a nuestra ventana en la ciudad, una mariposa o un caracol de nuestro huerto, la textura de la corteza de un árbol o de una hoja. Es, nos resume Elena del Diego, “la mirada, la experiencia individual de tres artistas contemporáneos ante la naturaleza de pequeña escala”.
Esos tres artistas son los fotógrafos Toya Legido y Juan Millás, y la artista Marta Sánchez Marco.
Toya Legido y Juan Millás
Toya Legido presenta varias series, pero siempre con un aliento de mostrar belleza y armonía, y también alerta sobre el peligro de su desaparición. Así lo explica: “Desde 1970, la península Ibérica ha perdido la mitad de la diversidad biológica que contenía. En el caso de los insectos voladores la proporción es mayor: ha desaparecido un 75% en 25 años. Con esta tasa y a este ritmo, las mariposas podrán extinguirse en apenas 50 años. A su vez, la pérdida de población y diversidad entre los insectos está directamente relacionada con la desaparición de un gran número de especies botánicas de las que se alimentan y a las que polinizan, ya que un 30% de las plantas que producen flor solo pueden ser polinizadas por mariposas, pues únicamente sus espiritrompas llegan a alcanzar su polen”.
Si la exposición en general es un homenaje a Carson, la obra de Juan Millás, colaborador habitual de El País Semanal, es un tributo a Edward O. Wilson, autor de múltiples ensayos de divulgación científica en los que combina biología y filosofía, historia y autobiografía, y en especial a su libro Biofilia (editado en España por Errata Naturae) (el término ya lo había utilizado anteriormente Erich Fromm para definir “el amor apasionado por la vida y por todo lo que está vivo”): una necesidad emocional profunda de estar en contacto con el resto de los seres vivos, ya sean plantas o animales, fruto de los millones de años de estrecha relación con nuestro entorno. También a partir de esa biofilia, el escritor y periodista Richard Louv acuñó en 2005 la conocida expresión “desorden por déficit de naturaleza”, para explicar el efecto devastador que la desconexión con la naturaleza produce en nuestra salud.
“Desde este vínculo ancestral”, destaca Juan Millás, “se explica que nos sintamos bien no sólo cuando socializamos con otros humanos, sino también cuando paseamos por un bosque o nos relacionamos de algún modo con la naturaleza”. “Hace varios años que el pensamiento de Edward O. Wilson circula por mi torrente sanguíneo y se expresa a través de las fotografías que componen mi trabajo personal y mi álbum familiar”. Las imágenes de Millás se completan con la instalación Biofonía, en colaboración con el conocido y reconocido sonidista de la naturaleza Carlos de Hita.
Marta Sánchez Marco
A las fotografía de Toya Legido y Juan Millás se une la propuesta Silencio y metamorfosis, de Marta Sánchez Marco. En ella, nos cuenta la comisaria, “la artista ha recreado un paisaje a modo de instalación formada por elementos naturales, grabaciones de la naturaleza, piezas de joyería y porcelana, fotografías y pequeños dibujos”. “El cuidado, la delicadeza y la precisión científica con la que la artista recogió, conservó, recopiló, clasificó, transportó y colocó en la sala cada uno de los pequeños tesoros naturales que componen la instalación se confrontan con el estado de asombro y ensoñación naturalista que invade al espectador al contemplarla”. “¿No es acaso este el wonder que definió la bióloga Rachel Carson? Sánchez Marco recrea ese impulso, que pudiera parecer restringido a la infancia, en el que la recolección de pequeños elementos naturales (frutos, piedras, hojas…), además de alimentar la curiosidad, puede alegrarnos una mañana de paseo en la ciudad o en el campo, y hacernos volver a casa felices, sabedores de estar custodiando un valioso tesoro, apreciable solo por aquellos que comparten nuestro asombro natural”.
Escribe Elena del Diego en el catálogo de Maravilla: “Esta exposición es un intento de despertar la mirada consciente a la naturaleza, vegetal y animal, urbana y rural, pero definitivamente cercana y silvestre, cuya presencia, imprescindible para la vida humana, corre el riesgo de pasar desapercibida en un vivir desacompasado respecto al mundo natural que nos rodea. La sensación de asombro y maravilla que nos embarga cuando encontramos una naturaleza inesperada, siempre que estemos en predisposición de contemplar, es un tesoro a nuestro alcance demasiado valioso como para dejarlo escapar”. Y concluye: “En estos tiempo de crisis climática y alejamiento de la naturaleza, en los que ya no es posible ignorar la conexión entre los seres humanos y el mundo natural, la relación entre nuestra propia salud y la salud del planeta, quizás cambiar la dimensión de la mirada, empezar a ralentizar la marcha y pararnos frente a lo aparentemente intrascendente sea el comienzo de una nueva conciencia medioambiental que nos interpela ya no desde la culpa, sino desde una escala íntima y esperanzadora en la relación con nuestro entorno más cercano. Desde el artefacto artístico, y frente a los titulares sobre eventos climáticos extremos que nos asolan cada día y la ecoansiedad que estos provocan en nosotros, esta exposición nos invita a vivir la naturaleza, a asomarnos a la maravilla de un espectáculo botánico, entomológico y ornitológico que se despereza ante nuestros ojos cada día”