En el Acuerdo de París de 2015, la mayoría de países del mundo acordaron mantener por debajo de 2 °C el incremento de la temperatura global del planeta y hacer esfuerzos para limitarlo a 1,5 °C. Probablemente más de uno y más de dos se pregunte ¿por qué precisamente esa cifra, de dónde ha salido y para qué sirve?
Ese grado y medio es una barrera de seguridad y significa que «si la temperatura media del planeta se incrementa más, a partir de ese punto los impactos serán muy serios y perderemos la capacidad de control. Hasta ahí podemos controlar hasta dónde llega el cambio climático. Si sobrepasa ese incremento habrá impactos medibles muy serios que provocarían el sufrimiento de millones de personas; pero, sobre todo, perdemos la capacidad de control. Si ahora disminuimos las emisiones, las concentraciones de gases de efecto invernadero, -continúa Andreu Escrivá, ambientólogo y doctor en Biodiversidad- tenemos la capacidad de decidir hasta dónde va a llegar el cambio climático y hará que estemos ante un futuro más vivible».
Un punto sin retorno
Dos ejemplos para visualizar a qué se refiere Escrivá cuando al hablar de la dificultad, o directamente de la imposibilidad, de parar o revertir los efectos del cambio climático a partir de un incremento mayor de la temperatura media global: «Si empieza el deshielo de Groenlandia no tendremos un congelador donde volver a meter a Groenlandia, así que no podemos pararlo una vez que haya empezado. O, si el Amazonas sufre lo que se llama un cambio de estado ecológico, es decir pasar de un bosque húmedo a un bosque seco, no tendremos una manguera para regarlo. Sobre todo porque, si rebasamos esos umbrales, no vamos a poder enfriar el planeta, lo que vamos a poder hacer es como mucho parar el cambio climático y en el transcurso de los próximos dos siglos ir bajando las temperaturas hacia donde deberían estar».
Este umbral de 1,5° toma como punto de referencia la etapa preindustrial (1850-1900), «que es cuando empezamos a quemar masivamente combustibles fósiles, carbón, gas y petróleo, para producir energía y para movernos fundamentalmente, y a funcionar como lo estamos haciendo desde ese momento. Con ello también hemos emitido cantidades ingentes de gases de efecto invernadero (GEI), lo que ha conllevado que tengamos una atmósfera que actúa como un auténtico invernadero. Ahora la temperatura media del planeta ya es un grado más alta que en aquel tiempo. En eso está el origen del cambio climático. ¡Ojo! No del tiempo meteorológico, sino del clima. Que son dos cosas bien distintas. El cambio climático modifica los patrones de cuándo llueve, cuándo hay sequía, cuándo hay huracanes y otros fenómenos meteorológicos normales, pero también de otros fenómenos como las corrientes oceánicas, etc.».
¿De dónde ha salido el grado y medio?
La determinación de este dato no se debe a la casualidad, ni al capricho. Muy al contrario, responde al acopio de conocimiento científico aportado por las organizaciones meteorológicas nacionales e internacionales. «Es algo tan sencillo –explica Andreu Escrivá- como que en el mundo hay una red de muchísimos observatorios meteorológicos, además de satélites espaciales, sondas y boyas de altísima precisión. Cada observatorio va registrando las temperaturas para cada país, con lo que se obtiene el dato de sus temperaturas medias. Y, de todas estas medias, de todos los sensores de todas estas estaciones, se obtiene la media de la temperatura del planeta».
Con este conocimiento «lo que se ha comprobado es que esa temperatura media, en todo el mundo, ha aumentado un grado. Y la Organización Meteorológica Mundial; la NOAA, de Estados Unidos; la organización europea, la ECMWF; y, por supuesto, el IPCC, etc., han emitido ya grandes informes. Claro, la media en todo el mundo puede significar que en algunos sitios ha aumentado más y en algunos sitios menos. No ha subido por igual en todas partes, pero en casi, casi, casi todo el mundo aumenta. Es decir, hay muy pocas partes del mundo en las cuales la temperatura no se haya incrementado; pero , incluso cuando baja, es coherente con este fenómeno del cambio climático».
Fue en el pacto alcanzado en la COP21, el Acuerdo de París, cuando los países acordaron situar el margen de seguridad para el incremento de la temperatura media del planeta en dos grados, añadiendo que se debería dejar incluso por debajo del grado y medio.
¿Qué ha podido comprobar la ciencia sin que quepan dudas?
«Que el cambio climático es de origen completamente humano, -apunta Escrivá-. Cierto que ha habido otros cambios climáticos en este planeta, por supuesto. Pero con el actual siempre nos referimos al que nosotros hemos provocado emitiendo esos gases que mencionaba antes». En su libro “Aun no es tarde”, Escrivá explica el proceso científico por el que se ha llegado a conocer que el origen de este proceso es humano. Y el IPCC avala esta conclusión.
La comunidad científica que estudia el clima trabaja con modelos climáticos elaborados a partir de toda la información recopilada. En ellos se ven las consecuencias previsibles según diferentes tramos de incrementos de la temperatura media del planeta. Y, claramente, los modelos muestran que a más calentamiento, impactos más importantes.
El panorama menos negativo claramente es el de un calentamiento de 1,5°, de ahí el Acuerdo de París. Porque, con cada décima los impactos negativos se multiplican y retroalimentan. Andreu Escrivá aporta el ejemplo de Siberia, donde, «si se produce un deshielo del permafrost –la capa del suelo congelada que cubre la mayor parte de la región-, que ha acumulado gases GEI durante miles de años, esos gases se liberarán y se producirá lo que se llama un bucle de retroalimentación positiva. Es decir: eso se calienta, entonces se emiten esos gases, que hacen que se caliente más, y así sucesivamente. Así es como podría llegar un momento en el que los humanos ya no podríamos controlar los gases que tenemos en la atmósfera, que ahora mismo dependen más de lo que nosotros echemos que de procesos naturales como este».
El cambio climático no es futuro, es presente
En todo caso, conviene ser conscientes de que del cambio climático «no hay que hablar como de algo futuro. Ya se está produciendo, ya tenemos una subida de temperatura y ya hemos consumido más de la mitad de la distancia que nos separaba del acantilado. El IPCC en sus informes lo dice claramente: ya hay una serie de impactos que son claramente irreversibles y los vamos a experimentar durante los próximos años sí o sí. Así que lo que también hay que hace es un esfuerzo de adaptación, tomar las medidas para que esos impactos, a todos los niveles, tengan las menores consecuencias posibles, en pérdida de ecosistemas, de biodiversidad, incluso en vidas humanas».
Otra cuestión que también está clara es que «más allá de que cambie el clima, de que llueva más o menos, de que haga más calor o menos, esta situación aporta un estrés adicional a todos los ecosistemas y a todas las especies. Porque estamos cambiando sus condiciones ambientales, que es lo que determina dónde vive cada especie y se tienen que adaptar. ¿Qué pasa? Pues que ningún cambio climático anterior ha sido tan rápido, no tienen tiempo. Su ritmo es otro y no pueden hacerlo al que les estamos exigiendo y tienen que migrar a otras latitudes más favorables».
Hay muchos ejemplos de esta situación «aves que ya no migran, árboles que primero van hacia el norte buscando el frío, y después hacia arriba en las montañas, como se ha observado en Cataluña». Otros ejemplos serían el coral, «que tendría que migrar a una determinada velocidad hacia el norte, unos 40 km. al año, para poder adaptarse». O como reflejaba una información reciente sobre la migración de una especie de garrapata. Pero, no solo el medio natural se ve alterado, «también en la agricultura hemos podido ver cómo la vendimia se ha adelantado varias semanas, incluso un mes, en algunas zonas de España». Bastante más extremos son los casos de «algunos pueblos de Alaska que han tenido que ser trasladados; o islas de Oceanía, que están apenas a un metro sobre el nivel del mar, con lo que a poco que suba ya no tienen territorio y sus habitantes no tienen a dónde ir».
Y los humanos, ¿qué?
Como seres que habitan el planeta, a los humanos también nos afecta el cambio climático. Un ejemplo claro son las olas de calor veraniegas, que producen muchos fallecimientos relacionados con ellas. Así que la pregunta sale sola ¿a quién va afectar más: a los seres humanos del presente o a los del futuro? «Dependerá de lo bien o lo mal que lo hagamos. De momento, está claro que a toda la gente que está viva ahora de 0 a 99 años, a nuestros mayores les está afectando de hecho. Y a todos los que nazcan y vivan al menos en los próximos dos o tres siglos». Lo que Escrivá quiere recalcar es que «la especie humana, como especie, no está en peligro. No va a desaparecer así como así, somos casi ocho mil millones de personas y, por mal que lo hagamos, va a sobrevivir. Ahora bien el problema es no sobrevivir a cualquier precio».
No se trata de que «sobreviva como un cultivo de laboratorio. Sino de que vivan como personas. Lo que no queremos es que vivan una vida peor, más corta, más difícil, más insalubre, más triste».
Por su parte el planeta, como tal, «también tirará para adelante. Yo siempre digo que al planeta no hay que salvarlo. Lleva aquí 4.600 millones de años, la inmensísima mayoría de ellos sin nosotros, y va a seguir estando un buen rato, con o sin vida. Esperemos que con vida».
De hecho, uno de los deseos de Andreu Escrivá es que «se nos recuerde por ser la generación y el siglo que, pese a hacer hecho muchas cosas mal, fue capaz de enderezar el futuro para no condenar a las generaciones presentes y futuras a una vida mucho peor».
España y el Mediterráneo, zonas de vulnerables
Cada zona del mundo tiene unos condicionantes, por diferentes circunstancias. En el caso de España «estamos en una de las zonas más vulnerables del planeta, que es toda la región mediterránea. Es una zona en primer lugar muy diversa, en biodiversidad, en ecosistemas, etc., con lo cual toda la región tiene muchos hábitats diferentes y sensibles. Que además, también está expuesta al calentamiento del propio mar Mediterráneo, que ya ha subido 1,3 grados».
En el caso de España «es un país extraordinariamente diverso, con muchos hábitats diferentes, incluso hábitats y especies endémicas, únicos de aquí. que si se pierden se han perdido para siempre. No tenemos un país con una gran parte cubierta por un solo tipo de bosque que, si pierdes un trozo de ese bosque, pues te sigue quedando mucho, como podría ser, por poner un ejemplo, en Bélgica, el norte de Francia o Alemania. También tenemos cerca una frontera de desierto y desertificación, mucha costa, muchos cultivos que viven en un rango relativamente estrecho de temperaturas y de precipitaciones. Tenemos motivos de preocupación sobrados».
De manera que, como afirma Escrivá, «es muy importante entender que todo lo que pases en la naturaleza tiene un impacto directo en nosotros. Porque nosotros también somos naturaleza. La preservación de nuestros ecosistemas, aparte de que nos devuelven bienestar, es que realizan funciones necesarias. Como limpiar el aire o las aguas, por citar solo dos.