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Cómo descubrí el periodismo ambiental

Caí. Pero no es el momento de detenerme aquí porque me llevaría tiempo relatar cada una de las circunstancias, acontecimientos y aspectos que confluyeron hasta constituir una de las peores etapas por las que una persona es capaz de atravesar. Y como nuestra existencia se basa en tramos, pasaré a relatar uno de ellos donde Madrid y el periodismo ambiental  se constituyen como los indiscutibles protagonistas. ¡Qué nervios!

No nos engañemos a estas alturas de la película si decimos que trasladarse a la capital es como “hacer las Américas” porque, aun con muchas diferencias respecto a quienes partieron a finales del siglo XIX y comienzos del XX, Madrid, al menos para quien escribe, puede ser descrita como ciudad mágica o de los sueños.

Al concluir la universidad, veía cómo la mayoría de mis compañeros habían dejado atrás “Despeñaperros” para adentrarse en la urbe con la intención de probar suerte en aquello a lo que habían dedicado una buena parte de su vida para formarse: contar historias.

El hecho de ser la profesión más bonita del mundo no la convertía en inmune. Todo lo contrario. Hoy en día sigue siendo uno de los oficios más azotados y, aunque no voy enumerar toda la retahíla de adversidades que en la actualidad concentra, allá por 2012 el panorama era muy negro y desalentador.

Entre tanto, y si la memoria no me juega una mala pasada, en 2014 considero -aún no sé por qué- que había llegado el momento de partir. Los pasos eran, a simple vista, fáciles: elegir máster, solicitar beca e intentar ahorrar la máxima cantidad de dinero posible, dado que por aquel entonces no disponía ni de cuenta bancaria. Sí, la cerré por miedo a que me endeudara con el banco al no poder hacer frente a las comisiones. Qué cosas.

Frente a mí se avecinada un reto apasionante junto al miedo de regresar, otra vez, a casa con el rabo entre las piernas. Recuerdo que cualquier idea era bienvenida. Mi vecina me comentó que existía un mercadillo en Nerja donde la gente acudía a despojarse de prendas, bisutería, menaje…, así como cualquier bártulo inimaginable con el fin de que algún transeúnte se fijara y se hiciera con él. La primera vez que fui, mi hermana se unió a la aventura. Íbamos con el coche cargado de mil y un chisme que logré rejuntar. Narro esta anécdota para ejemplarizar hasta qué punto me lo tomé en serio. «¿Cómo fueron las ventas?» Seguro que os haréis esta pregunta. Al menos tuve para la gasolina y pude disfrutar de las playas nerjeñas. Como dato diré que mi hermana ya no me volvió a acompañar más. Era un auténtico trabajo. Desde aquí toda mi solidaridad y respeto a quienes se ganan la vida con la venta ambulante. Mi más absoluta admiración hacia ellos.

Madrid

Y llegó Madrid. Ciudad esperada, ciudad añorada. Como quien tras una larga carrera de obstáculos divisa la meta, la palpa, la saborea… hasta empaparse de ella. Así me sentía. «Levantarse es una obligación». Y así fue. Durante el transcurrir del máster en la Universidad Complutense, sensaciones ya experimentadas volvían a golpearme como la racha de viento que impacta en el rostro en la mañana. Aire puro y risas aderezadas de más carcajadas. De las aulas me llevé, ya para siempre, a personas que llegan para quedarse. Si me detengo aquí, necesitaré otro capítulo más.

Recuerdo el primer día de prácticas en la Agencia Efe. Un imponente edificio de dieciocho plantas se elevaba ante mis ojos, majestuoso, como si no se inmutara al paso del tiempo. Desafiante, parecía habitar aislado a todo lo que acontecía más allá de sus infinitas paredes. Nada más lejos de la realidad. En su interior, un resonar constante de teléfonos, un vaivén desorbitado de seres deambulando de un lado a otro, un relajante ajetreo continuo hacía pensar que estaba vivo y expectante a cada historia que subyacía en el planeta. Cada mañana, al atravesar sus puertas corredizas, un mecanismo se ponía en marcha en mi interior como el hormigueo que resurge ante una cita importante o cuando te sobrevienen los sones de una canción que tiempo atrás marcó tu corazón de manera instantánea y te lo abrió de par en par hasta quedar tocado súbita y perpetuamente.

En tres meses logré reconciliarme con el periodismo o él hizo las paces conmigo. Me conquistó de nuevo y hasta me atrevería a decir que me enamoré. Cuando dedicas pasión, empeño, fuerza, tiempo… a alguien o algo no correspondido, al final, aun sin querer y sin llegar a ser consciente de ello, aparece cierta antipatía e impotencia que nubla cualquier aspecto positivo. Sin embargo, por primera vez, me sentí periodista. Se detonó un dispositivo en mí que, sin esperarlo, me hizo saber que «Sí. Había merecido la pena». Quizás, esta sensación también la hubiese experimentado trabajando en un periódico o en cualquier otro medio de comunicación. En este caso, el matiz pasaba porque me encontraba en la primera agencia de información en España y la cuarta del mundo. Al llegar a cualquier convocatoria de prensa y sólo con decir: «Buenos días. Vengo de Efe», la persona a la que me dirigía cambiaba súbitamente su semblante. Me codeé con un equipo de profesionales del ámbito medioambiental, científico y tecnológico impresionante. Sólo bastaba pronunciar la palabra “EFEverde” o “EFEfuturo” para que saliese a relucir algún piropo o admiración hacía los periodistas que componían el departamento. Y yo emocionado.  —Tengo mucha suerte de estar formándome allí —, afirmaba con cara de satisfacción. Traté de empaparme al máximo de todo aquello relacionado con el medio ambiente, sobre todo, aunque también me acerqué a la ciencia y tecnología. Cambio climático, eficiencia energética, economía circular o desarrollo sostenible habían pasado a ocupar mi atención. Y yo encantado. Entrevistar a personajes ilustres, acudir a expertos para buscar respuestas o asistir a ruedas de prensa formaba parte de mi día a día. Y yo feliz.

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Cuando quise darme cuenta, en plena vorágine periodística, el final hizo acto de presencia y traía consigo dos posibilidades inminentes, quizás entre numerosas opciones también posibles: volver al sur o permanecer en la ciudad de los sueños gracias a otra práctica, beca, trabajo o sucedáneo. La sacudida apremiante de regresar me ahogó por completo y volvió a trastocar lo más profundo de mis adentros. —¿Por qué no merezco una estabilidad? ¿Felicidad de quita y pon? ¿Por qué he de vivir en una constante ebullición? —, me preguntaba y sólo llegué a una conclusión: «incertidumbre como compañera de viaje». Reflexioné que hasta quienes poseen, como suele decirse, “una vida resuelta”, también han de combatir infortunios. Vale, puede que lo tengan un poco más fácil. También, creo, aprendí a aceptar la duda constante de no conocer dónde te va a poner el destino. —Lucha como arma de viaje siempre en una maleta—, concluí.

Es curioso. La idea de abandonar la ciudad mágica, que me trastocaba día y noche la cabeza y me hizo pasarlo mal innecesariamente, no se materializó. Permanecí durante los tres meses de verano trabajando en una web de motociclismo. ¡Ja! ¡Yo que nunca he conducido una moto! El destino no sólo es incierto, también muy cachondo. Aprendí que yo mismo, consciente o no, me quemaba por dentro, me preocupaba, me exigía tanto hasta llegar a sufrir por algo que ni tan siquiera los más experimentados videntes se percataban de que podría ocurrir. Entendí, a pesar de no comprender del todo la situación, que tarde más o tarde menos, al final, todo llega. Me alivié y acepté que el retorno a Málaga, a principios de septiembre, significaba una ‘subetapa’ más de un camino que formaba parte de un momento en la historia que, en mi opinión, podría haber llegado un poco más tarde. No había una sola circunstancia que me taponara e impidiera dar un paso más. La situación estaba realmente jodida desde altas esferas.

Al final, Madrid te da y te quita. Es locura y desenfreno. Cultura desmedida, fuente de oportunidad, de idas y venidas. Entrañable, recóndita y descomunal, de cafés en lugares imprevistos, aventurera, heladora e hirviente, apenas conoce qué significa el término medio. Enamoradiza, de cielo inmenso, astuta, efervescente, acogedora, soñadora… Aunque en mi pueblo, desde mi ventana, aún puedo divisar las estrellas. Y no lo cambio por nada.

Ya en Málaga, recuerdo cuando mi compañera Mar me animó a presentarme a una de las becas que estaba a punto de salir donde seis meses atrás me había reconciliado con la que considero la profesión más bonita y apasionante del mundo. Por aquel entonces había retomado las lecciones de inglés y la práctica deportiva junto con la “búsqueda activa de empleo”: abre página del Servicio Andaluz de Empleo (SAE), cierra página del SAE, abre ‘Infojobs’ (descartado en una oferta cuyos requisitos eran disponer de cinco años de experiencia, hablar cuatro idiomas y reunir las bolas de dragón) , cierra ‘Infojobs’, abre ‘Linkedin’, cierra ‘Linkedin’… y así sucesivamente.

Mar, quien había entrado en Efe al poco de acabar mi estancia allí, me animó efusivamente.  —Échala, que seguro te van a coger. Ya te conocen y seremos compis. No seas tonto. Te quedan días para realizar el vídeo. Así que date prisa—, volvía a insistir. En verdad, ella fue quien propició que diera el paso y, por ello, tengo que agradecérselo en su justa manera. Es un sol de criatura.

Becario Signus

—¡Manos a la obra! —, me exigí. Se trataba de la beca para jóvenes periodistas que era posible gracias al convenio entre la Agencia Efe y el Sistema Integrado de Gestión de Neumáticos Usados (Signus), una de las muchas iniciativas que mi jefe actual había peleado con uñas y dientes, y mediante la que disfrutabas de un año entero de formación en periodismo ambiental. Para optar a ella había que explicar a través de una pieza audiovisual el proceso que seguían los neumáticos desechados hasta convertirse en nuevos objetos de valor, además de cómo era posible su reciclaje. Otro reto más. Es cierto que la información audiovisual no me asustaba, de hecho me encanta y, creo, que constituirá mi próxima meta. Me hice con la cámara de mi vecino, agarré mi micrófono del famoso ‘SingStar’ tuneado… En fin, me apropié de todos los elementos de producción necesarios. Mi compañero y periodista Rubén también se unió a la aventura para ayudarme en el proceso de grabación. El primer día me acompañó a talleres de Vélez-Málaga para que nos contasen cómo colaboraban con Signus, así como para proveernos de imágenes de recurso que nos sirviesen para el montaje de la pieza informativa. Todo parecía ir ‘sobre ruedas’ hasta que el dueño del taller con el que hablamos nos comentó que para captar uno de los procesos clave, cómo el neumático es triturado para, posteriormente, usarlo como combustible en cementeras (una de sus muchas aplicaciones), había que trasladarse a la localidad de malagueña de Mollina, lo que, según ‘Google Maps’, equivalía a 212 kilómetros entre la ida y la vuelta. Aquel ‘inconveniente’ poseía una única solución. —He de ir porque si no voy el vídeo me va a quedar incompleto. Ya que me he metido en esto, tengo que hacerlo lo mejor posible teniendo en consideración los medios con los que dispongo —, contaba a Rubén mientras veía el asentimiento en su rostro.

Dicho y hecho. Le animé a venir y, con suerte, y desde aquí le muestro mi agradecimiento, se sumó a la excursión. Nuestro destino, que respondía al nombre de ‘Neumáticos Adrián Moreno’, nos esperaba no muy lejos de Antequera. He de comentar en este momento de la ‘historia’ que el día antes llamé a la empresa para comunicar mi intención de acudir allí y grabar el proceso de reciclaje, pero la persona que me atendió no me oía bien como consecuencia de algún problema técnico. En definitiva, la aventura resultó ser por partida doble porque, tal y como más tarde nos percatamos, allí nadie nos esperaba aquel soleado día de noviembre que, además, coincidía con la jornada de ‘baratillo inglés’.

Logramos atisbar el sitio exacto, no sin antes cumplir con la tradición de perderme durante un ratillo suficiente como para conocer las entrañas de las afueras del pueblo, y un alivio recorrió todo mi cuerpo. —Buenos días. Somos Rafa y Rubén, periodistas, y veníamos a grabar algunas imágenes para un vídeo que estoy elaborando sobre el reciclaje de neumáticos —, dije a un hombre apostado en la entrada de la fábrica.

—¿Un vídeo? ¿Grabar aquí dentro? Espérate, que voy a preguntar —, señaló el operario mientras yo me percataba de cómo su cara iba adquiriendo la forma de un prominente y fosforito ‘no’. Entré en un proceso de negatividad.

Pocos minutos después, una mujer rubia, aparentemente con cara de pocos amigos, se acercaba hacia nosotros. —Hola. ¿Qué necesitáis? —, pronunció mientras yo narraba el discurso aprendido. —Buenas. Queríamos grabar imágenes del proceso que atraviesa aquí el neumático desechado para realizar un vídeo. Somos periodistas —, volví a contar con tono, considero, poco convincente y recalcando el hecho de ser periodistas como si fuese la única vía para resolver el entuerto. Créanme si les digo, que, aunque sin saber por qué, tenía la sensación de que algo iba a salir mal ese día y, más allá de mi cierta negatividad innata, había algo que me decía que o bien no lo había hecho de forma correcta (más tarde reconozco que no) o, por el motivo que fuese, presentía la situación de malaventura.

—Para poder filmar aquí hay que pedir permiso antes —, sentenció la mujer rubia, quien más tarde supe que se llamaba Floren. —No puedes presentarte aquí sin avisar—, insistió.

—Es cierto. Tenía que haber avisado. Llamé y conversé con un hombre, pero la llamada se cortó. Comprendí que quedó enterado—, traté de justificarme, no sé si de la mejor forma, con la sensación amarga de que habíamos acudido para nada, y con mi mente ya puesta en marcha para tratar de acertar con un plan b que me permitiese presentar un buen producto.

Floren marchó para consultar con uno de sus superiores. —Volved dentro de un rato y os comento —, concluyó. Miré a Rubén con resignación. —Tengo la sensación de que hemos venido para pasearnos. Ya sé que tenía que haber avisado —, le comenté.

—Tampoco vengo aquí a grabar un largometraje. Con tres o cuatro planos de recurso tengo más que suficiente —, añadí con la intención de justificarme conmigo mismo.

Aprovechamos el “tiempo libre” para acudir a uno de los restaurantes que había en la zona donde, justo en sus inmediaciones, tenía lugar el mercadillo. Lo atravesamos hasta llegar al interior del establecimiento donde disfrutamos de un suculento desayuno, con mollete antequerano incluido.

Volvimos al “ruedo”, desmotivados, pero con el estómago lleno, tras “calentarle” la cabeza a mi compañero de aventura con las alternativas que emergían en mi mente ante la negativa, pero esperada por mi parte, respuesta con la que nos topamos.

—He consultado con mi jefe y no se puede grabar nada. Fuera, en la puerta, lo que queráis, pero dentro no —, aseguró Floren, que estaba encargada de la parte administrativa de la empresa.

—Realmente, lo que nos interesa está dentro. Grabar sólo el letrero no tiene ningún sentido —, indiqué. He de decir llegado a este punto, que aun comprendiendo mi error, no consideraba un disparate mi pretensión.

—Yo no puedo hacer nada más. Si queréis, venid la semana que viene —, espetó Floren.

—La próxima semana ya se acaba el plazo. No tendría sentido —, dije con cara de poema de Bécquer aliñada con un toque de ‘gazpachuelo cortao’.

—¿Para qué es y qué queréis hacer? —, se interesó.

—Voy a presentarme a una beca que ha lanzado la Agencia Efe y Signus. Estoy haciendo un vídeo sobre el reciclaje de neumáticos de Signus y me falta por captar uno de los pasos más importantes: el proceso de trituración —, argumenté con cierta desgana.

—Ah. Nosotros llevamos mucho tiempo colaborando con Signus. Han venido otros medios a grabar también a nuestras instalaciones. ¿En qué consiste la beca? —, preguntó al tiempo que me percataba de que por mi boca había salido una palabra mágica: Signus. Conté a Floren toda la historia relacionada con la beca, lo que me supondría si la ganase. Quizás, ahora la administrativa, captó una ilusión en mí, un destello, un brillo en los ojos…

—Sólo necesito un par de imágenes, de verdad. Es para un vídeo de un minuto y treinta y pocos segundos. He venido desde Vélez-Málaga precisamente a esto. Se me queda cojo si no pongo el ejemplo de lo que hacéis aquí. Y si consigo que me cuentes a cámara el proceso, sería ya genial y maravilloso —, recalqué con una media sonrisa.

—Yo hablar nada de nada. ¡Qué vergüenza! Esto hay que avisarlo antes. ¿Cómo te llamas? —, dijo Floren mientras yo soltaba todo el equipo de grabación en la mesa de su despacho.

Y grabé. Floren lo organizo todo. No sólo me facilitó cada uno de los planos que me hacían falta sino que, pese a las numerosas negativas de las que prescindo dado que esto va camino de convertirse en una novela, me habló ante la cámara y me relató, de forma sublime, qué hacían allí, en Mollina, con los neumáticos que Signus les suministraba.

Mi suerte cambió y, sin saber por qué, me sonrió. La mujer rubia pasó a estar encantada con nuestra presencia. Me informó sobre la fantástica tarea que desempeñaba el Sistema de Gestión de Neumáticos Usados, sintió curiosidad por cómo había salido en la grabación, pidió que cortásemos o no pusiésemos aquellos segundos en los que se trababa o ella consideraba que no lo hacía bien, me regaló un cartel y un calendario de Signus, se interesó por el devenir de mi beca, me pidió que le enviase el vídeo terminado y me deseó la mayor de las suertes. La vuelta a casa, a partir de ese momento, pasó a catalogarse como uno de los momentos más felices que he experimentado y que no es más que una situación gloriosa (por así decirlo), aparentemente insulsa, desencadenada tras una vicisitud.

Nueva etapa

Y gané. La nueva atapa en “EFEverde” con Mar y Andrea, otra chica que llegó a los meses de reincorporarme fue espectacular. Eran muy diferentes, pero ambas me aportaban sensaciones inmensas, me hacían reír y constituían unas auténticas compañeras de batalla. En este apartado podría escribir mil y una anécdota, pero lo resumiré con tres palabras: más felicidad plena. Si me detengo aquí, tardaría en parar.

14 de octubre de 2016. Días antes de la fecha indicada llegó a mi correo una invitación a una fiesta. La responsable de comunicación y márketing de Signus, Isabel, una chica encantadora que ya había conocido en otra ocasión, me envío un correo electrónico en el que me informaba de tal velada junto con los datos de emplazamiento, entre otros. El motivo de tal acto era la conmemoración del décimo aniversario de Signus. Todo apuntaba, pensé, a que me enviarían a cubrir el acto porque, además de coincidir con mi turno laboral, yo era el ‘becario Signus’. Llegó el día. Al no ver que mi nombre aparecía en la lista de previsiones -conjunto de temas que conforman la agenda de un medio-, pensé que no iría. Sin embargo, bien entrada la tarde, mi jefe me comentó que al final de la jornada tenía que acudir a algo. —Y yo con estas pintas — pensé. Acudimos el director del departamento, el jefe de sección y yo. —Así sabrán quién es el becario —, bromeó el jefe de sección.

El lugar era un auténtico espectáculo. Una especie de local enorme engalanado para la ocasión se erigía ante mis ojos. Había decorados elaborados a base de neumáticos reciclados, un piano-bar con música en directo, un ‘carrito’ repleto de golosinas, un puesto de tacos mexicanos, otro de sushi y hasta un photocall. Un ‘monologuista’, que hacía también de presentador de la gala, suscitaba carcajadas a un público inmensamente entregado antes de la intervención del Secretario de Estado de Medio Ambiente. Luego pasó el turno al presidente y al director general de Signus. Finalmente, y antes de que diera comienzo la fiesta, el Sistema Integrado de Neumáticos Usados quiso reconocer, con galardón incluido, a todas aquellas empresas que habían colaborado con ellos desde sus inicios, diez años atrás. Cada una de ellas iba subiendo al escenario, recogía su ‘estatuilla’ fabricada de neumático reciclado y posaba para la foto de recuerdo.

—¡’Neumáticos Adrián Moreno’! —, vociferó el humorista y presentador junto a otras empresas. —¡No puede ser! —, pensé asombrado. —¿Quién habrá venido a recoger la distinción? —. A una distancia moderada, los representantes de las compañías mencionadas se abrían hueco para acceder al punto de atención donde el respetable fijaba su mirada.

A pesar de que no habían pasado muchos días desde mi operación de miopía y de que a esa altura de la tarde mis ojos denotaban ya un cierto cansancio, me percaté de una mujer rubia, muy elegante, encima del escenario. Dudé y vacilé durante unos instantes de que pudiese ser ella, pero no podía haber lugar a dudas.

Permanecí en mi posición a la espera de la conclusión del acto. Retiré mi grabadora de una de las mesillas que había junto a mí tras haber captado las intervenciones tanto del Secretario de Estado como de los representantes de Sigus -debía escribir una información de aquel acontecimiento- y cuando quise darme cuenta, camareros iban y venían cargados de suculentos manjares.

—¿Te acuerdas de mí? —, pregunté, sorprendido, a una mujer rubia mientras disfrutaba de su bebida. —¿Sabes quién soy? —, insistí sin saber en qué posición colocar el portátil y mi bolsa.

—¡¿Qué haces tú aquí?! —, gritó Floren mientras nos fundíamos en un beso. —¡Pero bueno! ¡Qué alegría! —, exclamó. Le conté el porqué de mi presencia allí. —Suelo acudir yo a estos actos porque a mi suegro no le gustan y mi marido está liado con el trabajo —, me confesó mientras disfrutábamos de una cerveza.

Pasé gran parte de la noche con Floren. Juntos nos deleitábamos con la comida y explorábamos y fotografiábamos cada uno de los rincones de aquella nave que lucía sus mejores galas. Me presentó a sus acompañantes y quiso hablar con uno de mis superiores. En aquel instante, el jefe de sección era quien tenía más a mano.

—Tienes una joyita —. Creo recordar que pronunció Floren una vez hechas las presentaciones. —Insistió e insistió en grabar aquel día cono nadie. Hasta que no lo consiguió, no paró —, prosiguió.

—Haremos como que no está delante y diré que sí, que curra muy bien — articuló mi jefe de sección sin saber yo qué decir aferrado a mi copa.

Aquellas palabras resonaron en mi interior como un volcán en erupción tanto por no esperarlas como por quién las pronunciaba. No me considero una persona que busque el constante elogio, pero en aquel preciso momento me agradó de forma suprema.

Fue una noche mágica. Más allá de aquel inesperado piropo, todo aquello cobraba para mí otro significado. El encuentro inesperado con Floren, casi un año después y a casi un mes de finalizar mi paso por Efe, me transmitió el aparente final de otro ciclo. El apremiante vencimiento de una etapa muy positiva en mi vida. Me demostró que podemos ser artífices de cambiar el rumbo de nuestras suertes y que también debíamos permanecer atentos a los caprichos de un destino que, afanoso, desea también jugar sus cartas.

*Texto extraído del blog verdecomoelmar.wordpress.com y de la página de EFE Verde

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