Desde noviembre de 2014, la Unión Europea (UE) obliga a todos los coches nuevos a que incorporen un sistema de control de presión de neumáticos. Y es que circular con la presión adecuada tiene más ventajas de las que parece: mejora la seguridad, al reducir la distancia de frenada y el riesgo de dañar los neumáticos, aumenta su vida útil, y ahorra combustible. A pesar de ello, se estima que buena parte de los conductores no circulan con la presión adecuada, normalmente más baja, eliminando dichas ventajas.
Ventajas de tener la presión bajo control
Los sistemas de monitoreo de presión de neumáticos (también conocidos como TPMS por sus siglas en inglés) son una de las cada vez más variadas tecnologías que el sector automovilístico está aplicando en los que se conoce ya como “neumáticos inteligentes”, y de los que ya hablamos en el blog. Ahora bien, los TPMS no indican si un neumático ha desgastado su banda de rodadura o el momento adecuado para reemplazarlo, porque su cometido es hacer solo un seguimiento de la presión de la rueda.
¿Cuántos tipos de TPMS hay?
El TPMS se monta en cada una de las ruedas para medir la presión del aire (también puede medir su temperatura) dentro de cada neumático, proporcionando datos en tiempo real al conductor. En el mercado se pueden encontrar diversos modelos. La mayoría utiliza un sensor con batería en cada rueda que transmite una señal de radio a un receptor montado dentro del vehículo. La pantalla que muestra la información del vehículo incorpora los datos de presión y temperatura de cada neumático que envían los sensores.
Los sensores pueden ir dentro o fuera del neumático. La ventaja de un sensor interno es que generalmente es el lugar más preciso para medir la presión y la temperatura de inflado, y está protegido de golpes e inclemencias externas. Su inconveniente es que no se pueden cambiar sin quitar el neumático de la llanta, una operación que puede dañar el sistema si se realiza por un técnico que no esté familiarizado con el mismo. Por el contrario, los sensores externos son más fáciles de montar y desmontar, pero están más expuestos a daños.
Los TPMS «de serie» suelen ser básicos
Si bien muchos vehículos modernos tienen un TPMS de serie, a veces se trata de unidades básicas que aprovechan el equipamiento del vehículo original para alertar al conductor de una presión anómala de los neumáticos. Estos sistemas se denominan TPMS indirectos, y se basan en el principio de que un neumático desinflado tendrá una circunferencia diferente - comparte , y por lo tanto una velocidad de rueda diferente, que un neumático completamente inflado. Para ello, el TPMS indirecto puede utilizar los sensores que forman parte de los sistemas de control de estabilidad y ABS del vehículo a través de un software adicional. Por tanto, no miden la presión de inflado del neumático, solo su presión aparente basada en datos externos. Asimismo, algunos funcionan con más de cuatro sensores, por lo que pueden controlar los neumáticos de un remolque, por ejemplo.
A los vehículos que no vienen equipados también se les puede instalar, sin demasiadas complicaciones, un TPMS. Los más sencillos consisten en sustituir la válvula del neumático por otra que incorpora un sensor, el cual se conecta vía bluetooth al sistema de control, que refleja los datos en una pantalla que lleva el conductor en el vehículo. Estos monitores pueden funcionar con baterías internas recargables o bien pueden enchufarse a la fuente de alimentación de 12 voltios del vehículo. Algunos también incluyen un puerto de carga USB para otros accesorios eléctricos.
Al haber diversidad de modelos y calidades de TPMS, también hay variedad de precios. Se pueden encontrar algunos, sobre todo en internet, por menos de 80 euros, pero no hay que esperar grandes alardes técnicos. Para conseguir un kit de TPMS de buena calidad habría que pagar a partir de 250 euros, un gasto que se amortiza al prevenirnos de averías y al ahorrarnos dinero en el consumo de combustible.