Hace tan solo unos meses resultaba imposible imaginar que la amenaza de un nuevo virus pudiera poner en cuestión el modelo de vida de las sociedades más avanzadas. Sin embargo, el coronavirus ha cambiado nuestros hábitos y nuestras rutinas de forma drástica: la manera de relacionarnos, de comunicarnos, de concebir el trabajo, el ocio e incluso la relación con el resto de seres vivos del planeta.
Hoy en el blog de SIGNUS nos preguntamos cuáles han sido los efectos de la pandemia en el medio ambiente, qué ha pasado en la naturaleza mientras estábamos confinados o simplemente cómo ha sido la cría o la reproducción de especies en 2020 de la mano de tres científicos del CSIC que conocen muy bien el medio natural y urbano: Miguel Ángel Bravo-Utrera, técnico del Equipo de Seguimiento de Procesos Naturales de la Estación Biológica de Doñana (EBD-CSIC); Iñigo Martínez-Solano, Jefe del departamento de Biodiversidad y Biología Evolutiva del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC) y Javier Fuertes Aguilar, Jefe del departamento de Biodiversidad y Conservación del Real Jardín Botánico (RJB-CSIC). Todos ellos participaron recientemente en una webinar organizada por la Asociación de Periodistas de Información Ambiental (APIA) y BBVA OpenMind.
Un aire más limpio y saludable
En las ciudades es donde se han manifestado primero, y de una forma más intensa, los efectos de la pandemia en el medio ambiente. Las políticas de quedarse en casa para detener el virus durante los meses de marzo y abril dieron lugar a descensos muy pronunciados de algunos de los contaminantes atmosféricos más perjudiciales para la salud, como las partículas en suspensión o los niveles de NO2 que cayeron hasta un 40 % en algunas ciudades europeas.
Los efectos positivos derivados de la disminución del tráfico en los principales núcleos urbanos sigue presente a día de hoy. Según registros de la Dirección General de Tráfico, el acceso de vehículos privados a las ciudades españolas se situaba por debajo del 20 % al término del primer estado de alarma (a finales de junio), después de haber alcanzado cifras inéditas de menos del 90 % en los peores momentos del confinamiento domiciliario. Un dato a tener muy presente, sobre todo si tenemos en cuenta que la contaminación atmosférica, procedente en su mayoría del tráfico rodado, está considerada como el tóxico ambiental más importante en la actualidad. De hecho, se encuentra entre los primeros factores de riesgo para la salud, con un impacto cercano al del tabaco.
Pluviosidad y cambio climático
En los espacios naturales los cambios han sido más graduales y tendrán su efecto, posiblemente, a medio o largo plazo, tal y como ponen de manifiesto los tres científicos del CSIC participantes en el webinar de la APIA. Como señala Miguel Ángel Bravo-Utrera, técnico del Equipo de Seguimiento de la Estación Biológica de Doñana, los parques nacionales son territorios de por sí con una actividad y una presencia humana muy controlada y restringida. Aún así, “la afluencia de público se desplomó en 2020, entre otras cosas, debido a que estuvieron cerrados los centros de visitantes durante el confinamiento y se suspendieron las peregrinaciones de rocieros”.
El parque nacional y natural de Doñana es uno de los lugares de paso de aves migratorias más importante de Europa. Gracias a su privilegiada situación geográfica entre dos continentes y a sus marismas bañadas por uno de los acuíferos más extensos de España, es el lugar de cría e invernada preferido de miles de aves acuáticas y terrestres tanto europeas como africanas. “Fue un gran estímulo volver a pasear por Doñana en primavera, viendo esa explosión de vida con paisajes llenos de flores y vegetación”, asegura Bravo-Utrera.
En su opinión, los perjuicios causados por la especie humana en Doñana no vienen motivados tanto por la presencia del hombre dentro del parque natural, sino a otros efectos perniciosos, como el calentamiento global del planeta o la sequía. “Lo que más incide en esta zona son los periodos de lluvia y el cambio climático”, afirma el experto. “Veníamos de un invierno seco y las precipitaciones primaverales no fueron suficientes para recargar los acuíferos o las lagunas superficiales. Las lluvias finalmente llegaron, pero cuando ya las temperaturas estaban subiendo y la vegetación empezaba a desarrollarse”.
Para el investigador de la Estación Biológica de Doñana, “esta pausa le ha venido muy bien a la naturaleza”, aunque los vídeos e imágenes que hemos visto en redes sociales y medios de comunicación de animales salvajes tomando las playas o los espacios públicos son “algo anecdótico”. La flora y fauna tienen mecanismos para colonizar los espacios abandonados de forma natural, “pero no pasa de ser algo excepcional, afortunadamente para nosotros y para ellos”.
Los anfibios, indicadores de la salud de los ecosistemas
Otra forma de saber cómo le ha ido a la naturaleza durante este año marcado por el coronavirus es fijarse en los anfibios. Estos pequeños vertebrados son muy buenos indicadores para medir la salud de los ecosistemas, la diversidad biológica y el cambio climático. Ellos también se encuentran en regresión a nivel global, debido a la destrucción de hábitats y el calentamiento global. A juicio de Iñigo Martínez-Solano, Jefe del departamento de Biodiversidad y Biología Evolutiva del Museo Nacional de Ciencias Naturales, se podría decir que “el confinamiento ha tenido efectos positivos en estas poblaciones”.
Según Martínez-Solano, la reducción del tráfico durante el confinamiento habría evitado múltiples atropellos que se suelen producir cada año en las noches de lluvia durante la primavera y el otoño. “Hemos registrado una mayor conectividad entre individuos juveniles migrantes, aunque habrá que esperar para sacar conclusiones sobre este hecho”. Los atropellos siempre han tenido un efecto muy importante sobre la demografía de estas especies. “Hace años había una población de sapo común muy abundante en San Martín de Valdeiglesias que ha dejado de verse en la carretera después de registrar miles de atropellos”, recuerda el científico del Museo Nacional de Ciencias Naturales.
Además, “en este 2020 se han recuperado bastante las puestas respecto a otros años”, confirma Martínez-Solano. La zona de estudio de su equipo de investigación se ubica en la Sierra de Guadarrama, en dos pequeños humedales situados en la zona de la Gravera y la laguna de Valdemanco. Allí se lleva a cabo un registro exhaustivo de poblaciones a través del marcaje de individuos, bien mediante la implantación de un microchip o por identificación morfológica de fotografías. “Gracias a este sistema podemos reconstruir historiales de individuos que hemos marcado en una charca y tiempo después aparecen en otra distinta”, detalla Martínez-Solano. Este marcaje permite saber el número de adultos en la población, su longevidad, sus desplazamientos, así como cuál es el éxito reproductor o las tasas de migración.
Un año bueno para las plantas
Es entre las plantas donde más se han podido apreciar los beneficios de la ausencia de actividad humana durante el confinamiento. Javier Fuertes, Jefe del departamento de Biodiversidad y Conservación del Real Jardín Botánico (RJB-CSIC), asegura que “ha sido un año bueno en la España continental”, con un aumento considerable de la vegetación nitrófila, es decir, aquellas plantas adventicias, o malas hierbas, que encontramos en aceras, cunetas, parques, jardines… “Cuando cesa la actividad humana se dispara el crecimiento de este tipo de plantas, así como la aparición de musgos, líquenes, algas como respuesta a una expansión del terreno y del área”.
El año se ha caracterizado también por la proliferación de plantas acuáticas, algunas de ellas especies amenazadas, así como nuevas poblaciones de orquídeas en Sierra de Malagón (Ávila) y en Huelva y en otros lugares que no estaban registradas. Además, se ha podido observar el aumento de una gran cantidad de insectos polarizadores en lugares como la Sierra de Guadarrama, “aunque hasta que no pase el otoño no veremos si eso se traduce en la proliferación de frutos, ya que hubo cierto desfase entre los picos de insectos y las floraciones”, comenta Javier Fuertes.
En el lado del debe, durante estos meses se han producido abusos y atentados contra el medio ambiente, como la extirpación de hongos y setas masivas, que ponen de manifiesto la importancia de la labor del personal de vigilancia y mantenimiento en estas zonas. A juicio de Fuertes, la pandemia nos deja una enseñanza: “Sólo son sostenibles las actividades económicas a largo plazo si se produce un respeto por los ecosistemas”.