Como cada 22 de mayo, el Día Internacional de la Diversidad Biológica nos ofrece una oportunidad inmejorable para poner el acento en la naturaleza y llamar la atención sobre la alarmante pérdida de biodiversidad que afecta a un millón de especies en peligro de extinción en toda la Tierra. Contar con un planeta realmente vivo no sólo garantiza la seguridad de animales y plantas, sino también es la manera más natural de prevenir futuras pandemias como la del Covid-19, tal y como han destacado científicos de todo el mundo a lo largo de las últimas semanas.
El panel de expertos que trabaja en el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) publicaba el mes pasado un documento con los últimos datos sobre el virus Covid-19 y su relación con la naturaleza. En él se explica cómo la pérdida de la biodiversidad aumenta la probabilidad de que se generen nuevas epidemias y cómo la alteración de nuestros ecosistemas favorece el riesgo de transmisión de enfermedades infecciosas, así como el salto entre las distintas especies hasta llegar al ser humano. “La actividad humana ha alterado tres cuartas los partes del medio ambiente terrestre y alrededor del 66% del medio marino”, aseguran científicos de la ONU. “Estos cambios han modificado la estructura de la población de vida silvestre y reducen la biodiversidad, lo que se traduce en nuevas condiciones ambientales que favorecen la propagación de patógenos potencialmente peligrosos para la especie humana”, señala el informe.
La forma en que tratamos el mundo natural afecta a nuestra salud
Las pandemias serán más frecuentes en las próximas décadas. Las enfermedades infecciosas han aumentado de forma significativa desde los años 50 hasta nuestros días, y un número creciente de ellas proviene de animales, una variedad de enfermedades que conocemos con el nombre de zoonosis. “Las enfermedades infecciosas de origen animal se han incrementado de forma alarmante durante el último siglo, sobre todo durante las dos últimas décadas”, señala Ricardo Jiménez Peydró, catedrático de Control de Plagas del Instituto Cavanilles de de Biodiversidad y Biología Evolutiva de la Universidad de Valencia.
Según las estimaciones actuales en torno al 60 % de todas las enfermedades infecciosas en los humanos son zoonóticas. El ébola, la gripe aviar, el síndrome respiratorio del Oriente Medio (MERS), el virus Nipah, la fiebre del Valle del Rift, el síndrome respiratorio agudo severo (SRAS), el virus del Nilo Occidental, el virus del Zika y, ahora, el coronavirus que causa el COVID-19, por citar algunas de las más conocidas, son transmitidas por animales.
La razón de este aumento se debe fundamentalmente a la actividad humana que provoca la destrucción de hábitats, alteraciones en el uso del suelo o en el clima. Conforme el ser humano invade los espacios naturales, entra en contacto con la vida silvestre y, por tanto, con nuevas enfermedades. El brote de ébola en África occidental es un claro ejemplo. Motivado por la pérdida de bosques, supuso un contacto más directo entre las poblaciones locales y la vida salvaje. La gripe aviar, por su parte, estuvo vinculada a la avicultura intensiva, y el virus Nipah se relacionó con la intensificación de la cría de cerdos y la producción de frutas en Malasia.
Otro ejemplo de esta realidad lo encontramos en la Amazonía, donde más del 20 % de esta selva tropical ha sido deforestada para la tala de árboles, la puesta en marcha de granjas agrícolas o nuevos asentamientos humanos. La principal consecuencia de esta transformación del suelo es una relación directa entre la tala de bosques amazónicos y el aumento de enfermedades infecciosas: por cada 10 % de bosque que se perdía entre el año 2003 y 2015 aumentaban en un 3 % los casos de malaria.


Del mismo modo, los virus asociados con los murciélagos guardan una estrecha relación con la pérdida de sus hábitats a causa de la deforestación y la expansión agrícola. El último de ellos es el nuevo coronavirus causante de la enfermedad Covid-19 que, según un informe reciente de la Organización Mundial de la Salud (OMS), se originó en murciélagos para posteriormente pasar al ser humano a través de otro u otros mamíferos.
El cambio climático, un enemigo común
Los científicos y especialistas en la materia no pueden decirnos cuándo habrá un nuevo brote ni dónde aparecerá, pero sí pueden confirmarnos que las enfermedades epidémicas serán cada vez más frecuentes conforme vayan aumentando las temperaturas del planeta.


El cambio climático aumenta la probabilidad de zoonosis y enfermedades transmitidas por vectores. A medida que la Tierra se calienta y las estaciones cambian, unas especies se extinguen, otras se mudan de sus hábitats naturales mientras otras se reproducen en épocas del año poco habituales. “Algunos insectos, como los mosquitos, portadores de un gran número de enfermedades, están ganando la partida al ser humano”, afirma sin rodeos Ricardo Jiménez Peydró. “En los años 80 las poblaciones de mosquitos aparecían en España a principios de abril y desaparecían a mediados de octubre”. Ahora los expertos en plagas de la Comunidad Valenciana tienen que controlar poblaciones de mosquitos todos los meses del año. “¡Algo ha pasado! Los aumentos de temperatura han incrementado las generaciones de mosquitos, cuyas hembras ponen entre 1.500 y 3.000 huevos, lo que se traduce en muchas más posibilidades de trasmitir una enfermedad”, señala el catedrático de Control de Plagas del Instituto Cavanilles de Biodiversidad.
La ciencia importa
La comunidad científica espera que los esfuerzos por ‘aplanar la curva’ de esta terrible pandemia se puedan transformar en los próximos años en un mayor apoyo a la investigación. “Debemos estar muy vigilantes. Hemos creído que teníamos todo controlado, cuando la realidad era otra bien distinta. Como hemos podido comprobar, cualquier alteración puede provocar una reacción en cadena inesperada”, asegura Ricardo Jiménez.


En las últimas décadas, la ciencia ha sido clara sobre los peligros que acechan al medio ambiente, haciendo sonar las alarmas en problemas de gran calado como el cambio climático, la pérdida de la biodiversidad, la contaminación plástica o la calidad del aire en las ciudades. Sin embargo, la acción política va varios pasos por detrás de la acción ambiental. En opinión de Ricardo Jiménez: “los líderes políticos deberían escuchar más a los científicos para que epidemias como esta no se vuelvan a repetir”.