Desde hace ya mucho tiempo, años, en diversos foros de debate se ha establecido la importancia y necesidad de adaptar las ciudades, su planificación y gestión, de acuerdo con los retos ambientales y sociales presentes y futuros. Por mencionar solo algunos aspectos protagonistas en esos debates, búsqueda de alternativas, propuestas y puesta en común de experiencias de novedosas o de éxito: población, energía, gestión de residuos, emisiones de GEI y calidad del aire. Cualquiera de ellos es acuciante, pero posiblemente los más relacionados con la movilidad podrían considerarse los que se llevan la palma. Porque afectan más transversalmente a más personas, las políticas y acciones para mejorar la calidad del aire, reducir las emisiones de GEI, etc., pueden ser más o menos populares, o impopulares. Y, por tanto, puedan llevarse, o traer, más votos con ellas. Así que, en general, su implantación va más despacio de lo que debería. Ha tenido que llegar el coronavirus y la Covid-19 para destapar las muchísimas carencias de las ciudades actuales, especialmente de las más grandes, y evidenciar que esperar más tiempo no es una opción.
Una ciudad sin contaminación es mejor
Los confinamientos han puesto de relieve que una ciudad sin contaminación es mejor, porque un aire limpio es una herramienta de prevención contra esta enfermedad y sin ella se ven las estrellas; que, sin tráfico, los ciclistas circulan más seguros y se oye a los pájaros; que los peatones disponen del espacio necesario para mantener la distancia de seguridad y que las aceras pueden estar más limpias. Y con el desconfinamiento se ha visto que ese sinfín de ventajas se puedan llegar a echar mucho de menos con la vuelta a la vida normal, más aun en la nueva normalidad.
Por ello, desde prácticamente los primeros momentos de los confinamientos, se han producido en todo tipo de ámbitos reflexiones sobre cómo ordenar, reordenar y gestionar el espacio público, la movilidad e, incluso, el diseño de las viviendas. La conclusión bien puede ser que la innovación con enfoque tanto de acción climática como sanitaria redundará en ciudades más saludables, equilibradas, responsables… sostenibles, en definitiva. Así lo destaca el documento de la OCDE “Respuestas las políticas desde las ciudades”, en su última actualización (aquí, en inglés): « Las ciudades están en primera línea de respuesta a la crisis de COVID-19. Desempeñan un papel fundamental en la aplicación de medidas a nivel nacional, pero también proporcionan laboratorios para estrategias de recuperación innovadoras y de abajo arriba. COVID-19 aceleró el cambio hacia un nuevo paradigma urbano hacia ciudades inclusivas, verdes e inteligentes. La presente nota de política extrae 10 enseñanzas fundamentales de la crisis para reconstruir ciudades mejores». Así que, las prisas que no ha logrado impulsar el cambio climático, quizá lleguen con la Covid-19. Y las ciudades mutarán.
Iniciativas de varios ayuntamientos españoles
De hecho y sin salir de España se puede hacer un repaso de un buen número de medidas que diversos ayuntamientos han puesto en marcha con motivo de la epidemia, en general encaminadas a dar más espacio a peatones y ciclistas. Puede que algunas sean transitorias, pero otras han llegado para quedarse.
En Santander, se han hecho más anchos los pasos de cebra para garantizar la distancia de seguridad de los peatones y se ha marcado una franja central para separar los flujos contrarios de estos.
En diversas capitales se peatonalizaron calles y redujo el espacio en las calzadas, para facilitar los paseos en la desescalada, en unos casos los fines de semana y en otros permanentemente.
Barcelona está llevando ya a cabo un plan para ganar 21 kilómetros nuevos de carril bici, 12 de peatones y cortar 51 calles durante el día para poder ir a pie. En Vigo se han peatonalizado 70 vías, y en Salamanca, 50.
Y lo mismo ha ocurrido en otras ciudades, capitales o no, de Europa y otros continentes.
Y en las viviendas
Igualmente, los confinamientos han puesto en primer plano importancia del diseño de las viviendas, y cómo las pequeñas cuando son habitadas por familias numerosas, las que no tienen balcones o terrazas, con dificultades para ventilarlas adecuadamente, etc. Así, desde el ámbito de la arquitectura se ha puesto de relieve la posibilidad de impulsar cambios en las normativas urbanísticas y en los diseños de las viviendas para mejorar la calidad de vida en el espacio en que, justamente, se ha desenvuelto la vida de las personas durante semanas.
A medio plazo se ven venir otros cambios que requieren más tiempo y planificación para su implantación. Es el caso de las supermanzanas, agrupaciones de manzanas en cuyo interior de restringe el tráfico y se amplia el espacio disponible para peatones, con las que se libera espacio para caminar e ir en bicicleta, y se reduce el ruido y la contaminación. Ya hay experiencias en Vitoria y en Barcelona, y se ha comenzado a estudiar su implantación en Madrid.
Ciudades a la medida de las personas
Como también expresa el mencionado documento de la OCDE, “El redescubrimiento de la proximidad ofrece una oportunidad para pasar más rápidamente de un objetivo de aumento de la movilidad a otro de mejora de la accesibilidad mediante la revisión del espacio público, el diseño urbano y la planificación”. La proximidadse ha convertido en un valor: disponer de servicios a mano se valora ahora seguramente mucho más y por más gente, que hace solo unos meses. De hecho, es la propuesta estrella de la reelegida alcaldesa de París, Anne Hidalgo: la ciudad del cuarto de hora.
Un concepto creado por el urbanista Carlos Moreno, director científico de la cátedra ETI (Empresariado, Territorio e Innovación) de la Universidad de la Sorbona, que propugna la transformación de las ciudades para que todos o la mayoría de los servicios que necesitan sus habitantes en el día a día estén a 15 minutos caminando o en bicicleta de los domicilios. Una transformación que, además de positiva ambiental y socialmente, no requiere elevados costes para las ciudades.
Lleven el tiempo que lleven la implantación de los cambios en las ciudades para hacerlas más a la medida de las personas, en vez a la de los coches, por ejemplo, no será la primera vez que la mejora de la salud de sus habitantes, ya sea por una epidemia o por la búsqueda de soluciones a una situación más o menos endémica, impulse y consiga trasformaciones o mejoras radicales en ellas.
Epidemias y urbanismo, una historia paralela
Fueron las epidemias y la necesidad de acabar con la insalubridad de la ciudad las que impulsaron el cambio en el urbanismo de Barcelona, que empezó por el derribo de sus murallas, y que continuó con la configuración ideada por el arquitecto Ildefons Cerdá, de un nuevo y emblemático barrio de la ciudad, el Ensanche.
Y fue también una epidemia, de cólera en el Londres de 1854 la que impulsó el saneamiento del río Támesis, la que propició la implantación de un sistema de alcantarillas que captara los desechos de la ciudad antes de que llegaran al río, y fueran a parar a estaciones de bombeo fuera de la ciudad. Y funcionó, ya que otro brote de cólera, en 1866, afectó solo a la única área de la ciudad que no estaba aún conectada a la red.
La necesidad de luchar contra las ratas, devino en un la construcción de los cimientos de los edificios con materiales que no pudieran perforar para hacer sus nidos en ellos. Y, fue la creencia de que así se evitarían los gases tóxicos provenientes de los alcantarillados, por lo que se comenzaron a adoquinar para hacerle una especie de piel a la ciudad. E, igualmente las paredes de los edificios de comenzaron a revestir con materiales las protegieran contra las grietas. La misma lógica llevó a sacar los cementerios de las ciudades.
Si todo eso fue posible en el pasado, ¿por qué no vamos a pensar que en un futuro, a ser posible muy próximo, las ciudades, todas las ciudades, cambiarán y pondrán de su parte lo que está a su alcance para mejorar la vida de sus habitantes?