En los últimos años han empezado a proliferar una gran variedad de productos elaborados con materiales reciclados: botellas de plástico reciclado; prendas de ropa fabricadas con nylon, poliéster o lana reciclada; bolsos, mochilas o suelas de zapatos elaboradas con neumáticos usados; bolsas de basura hechas con plástico film reciclado; latas, botes, muebles reciclados… La lista es larga y las marcas que hacen publicidad de estos productos también. Pero, ¿realmente se trata productos reciclados en todos los casos? ¿Cómo se puede saber si un producto está hecho con material reciclado o no? ¿Existe alguna entidad de control y verificación? ¿Cuánto material de desecho hace falta utilizar para que un producto se considere reciclado? Intentamos dar respuesta a éstas y otras preguntas en este artículo del blog de SIGNUS.
Hace unos meses el Banco Mundial volvía a recordar que al ritmo de consumo actual en el año 2050 necesitaremos tres planetas Tierra para mantener nuestro estilo de vida. Pero, como es de sobra conocido, no disponemos de un planeta B. Por eso, cada vez son más los consumidores que están exigiendo la aparición de una mayor cantidad de materiales y envases respetuosos con el medio ambiente. Conscientes de ello, empresarios, fabricantes y diseñadores se afanan en producir nuevos artículos reciclados año tras año, poniendo en marcha una compleja maquinaria para identificar las últimas tendencias y ser los primeros en llegar a las tiendas y grandes almacenes. Lo malo es que en muchas ocasiones los esfuerzos realizados por directivos y equipos comerciales no van destinados a preservar el planeta precisamente. He ahí el motivo por el cual tantas compañías se adjudican la ‘etiqueta verde’, asegurando que cierto producto es reciclado cuando en realidad, como mucho, sólo lleva un pequeño porcentaje de material de desecho en su fabricación.
Declaración responsable
¿Quién evalúa los productos reciclados en nuestro país? Actualmente no existe una entidad independiente encargada de examinar la cantidad de material reciclado de un artículo, dejando la responsabilidad en manos del productor. “No hay un sello como tal propiamente dicho, lo único que existe es la declaración responsable del fabricante”, asegura Isabel López-Rivadulla, directora de Comunicación del organismo encargado de la gestión de los neumáticos usados en España. “En SIGNUS hemos sacado un sello de sostenibilidad con el objetivo de garantizar la cantidad de neumático que realmente lleva un determinado producto. Nuestra intención es aportar al ciudadano información útil y precisa sobre los productos hechos con caucho reciclado, evitando así, que artículos con un escaso porcentaje de material de desecho se vendan como si fueran productos reciclados”.
¿Un 10%? ¿Un 90%? ¿Cuánto de «reciclado» debe tener un producto para poder ponerse esa etiqueta?
En opinión de Isabel López-Rivadulla, la nueva ley aprobada en Francia “contra el despilfarro y a favor de la economía circular” podría ser un buen espejo donde mirarse. La nueva norma surge con la intención de reducir el coladero de mensajes ambiguos tan habituales en las campañas de marketing y publicidad de una gran cantidad de productos, así como proteger e informar mejor a los consumidores. A partir de 2022, aquellos envases que aseguren estar fabricados con material reciclado en el país vecino deberán especificar el porcentaje exacto y real incorporado en el producto, ya sea mucho o poco.
En España ocurre algo similar con el certificado de reciclabilidad (que no hay que confundir con el de productos reciclados). “Se trata de una etiqueta voluntaria mediante la cual las empresas fabricantes de envases y/o empresas envasadoras podrán identificar qué productos son reciclables al final de su vida útil y en qué porcentaje”, señala la directora de Comunicación de SIGNUS. Para obtener el Certificado de Reciclabilidad un experto en la materia evalúa de forma exhaustiva los envases que se van a poner en el mercado. La etiqueta cuenta, además, con una revisión externa por parte de la Cátedra UNESCO de Ciclo de Vida y Cambio Climático ESCI-UPF.
Mensajes vagos o falta de pruebas
Ante la falta de sellos reconocidos, las organizaciones de consumidores recomiendan estar alerta y mirar bien la letra pequeña de los productos reciclados, desconfiando de expresiones grandilocuentes o frases demasiado vagas e imprecisas sin ninguna evidencia que las sustente. También aconsejan estar atentos a posibles incoherencias. Una camiseta de diseño elaborada con fibras textiles recicladas, hecha en Bangladesh o en La India, no parece una práctica demasiado ecológica, como tampoco parece que lo sea comprar alimentos orgánicos procedentes de cultivos agrícolas intensivos o macrogranjas de producción y engorde.
Acudir a las autoridades de consumo
En última instancia siempre nos queda la posibilidad de acudir a las autoridades de consumo de las comunidades autónomas, al defensor del lector en los medios de comunicación o al organismo de control publicitario que se encarga de velar por la legalidad, honestidad y la veracidad de los anuncios publicados en prensa, radio y televisión.
En un spot publicitario de Font Vella, rodado en un colegio en el año 2010, una profesora preguntaba a sus alumnos qué hacían para ahorrar en casa y ser más ecológicos. Después de que los niños pusieran varios ejemplos corrientes en nuestra vida cotidiana, uno de ellos levantaba la mano y respondía: “en mi casa bebemos agua de Font Vella”. De esa forma, la conocida marca de agua embotellada presentaba su ‘nueva garrafa ecoligera’, “la primera hecha con plástico reciclado”, según afirmaba con rotundidad una voz en off durante la emisión del anuncio.
Font Vella fue denunciada por esta campaña y obligada a rectificar por haber incumplido la normativa 14 del Código de Conducta Publicitaria. Fue la primera vez que el máximo organismo de autorregulación publicitaria en España, Autocontrol, condenaba a una compañía por haber engañado o haber inducido a error sobre los beneficios ambientales de un producto. Y también la última. La industria del marketing concluyó en aquella ocasión que los consumidores podían entender que la garrafa estaba fabricada íntegramente con plástico reciclado, cuando en realidad sólo tenía un 25% de este material.