El verano que termina ha sido el más caluroso que se recuerda desde 1880. A las temperaturas extremas que nos han acompañado durante el mes de julio y agosto, se suman las altas temperaturas alcanzadas durante la primera quincena de septiembre, batiendo cifras récord en muchas partes de España.
¡Qué calor! Han sido dos de las palabras más repetidas durante este verano que más que probablemente seguirán en boca de todos en los próximos años. Según los expertos, nuestro país alcanzará los 50 grados de temperatura para 2030, y las olas de calor se sucederán en un futuro con el triste y repetitivo título de “las más intensas de la historia”. El informe sobre el estado del clima de España en 2021 elaborado por la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) pone de manifiesto el incremento paulatino de las temperaturas en España desde la segunda mitad del siglo XIX, una tendencia que también se produce a escala europea y global, con una especial aceleración en las últimas décadas.
Otoños más cálidos y menos lluviosos
Aemet también señala que este otoño será más cálido y menos lluvioso de lo normal, con temperaturas hasta 10 grados más altas en la mayor parte de la Península y de Baleares en función de las zonas. Y es que el aumento de las temperaturas y la escasez del agua se están convirtiendo en una amenaza demasiado frecuente en nuestro país. Según indicaba Jordi Domingo, coordinador de proyectos de la Fundación Global Nature, en un artículo publicado a finales del invierno pasado, la falta de lluvias y temperaturas anormalmente cálidas adelantaban un año sin precedentes en cuanto a falta de precipitaciones: “España batirá otro triste récord. No parece que ni la primavera más lluviosa podrá contrarrestar la falta de recarga hídrica que ocurre durante el otoño y el invierno en nuestros campos”. Transcurrido el verano, los datos le han dado la razón.
La reserva hídrica española se encuentra al 35 por ciento de su capacidad, con una situación especialmente preocupante en todo el arco mediterráneo. Y lo peor de todo es el grado de responsabilidad del factor humano en este problema. La principal causa de la disminución de agua dulce disponible en nuestro país es la mala gestión: regadíos sobredimensionados, pozos ilegales, urbanismo desmedido y, en general, sobreexplotación de los recursos hídricos: “La política hídrica ha ido encaminada a satisfacer cualquier demanda, por insostenible que sea. Por ejemplo, crecen en nuestro país los cultivos de climas lluviosos y tropicales en lugar de otros de secano, más propios de nuestro clima. A ello se unen las consecuencias del cambio climático. Y en tercer lugar, aun teniendo poca agua, la contaminamos”, indica Greenpeace.
Plantas desaladoras, ¿una solución?
En una situación de emergencia como la que vivimos, empresas especializadas en la gestión del ciclo integral del agua buscan soluciones encaminadas a adaptarnos al cambio climático y a la escasez de recursos hídricos. Fundación Aquae asegura que el agua desalada permite abastecer el consumo humano. España es uno de los países con más plantas desaladoras del mundo, por detrás de Arabia Saudí, Estados Unidos y Emiratos Árabes Unidos. Nuestro país cuenta con un total de 765 plantas, de las cuales 360 son desaladoras de agua de mar y 405 de agua salobre. Gran cantidad de estas instalaciones se sitúan en las Islas Canarias, debido a que el archipiélago sufre un estrés hídrico crónico, al igual que el archipiélago balear y en el litoral mediterráneo.
En la actualidad existe una gran variedad de alternativas para garantizar que el agua en la naturaleza pueda ser apta para el consumo humano, la industria o la agricultura. La separación de la sal del agua del mar, conocida como desalinización, es uno de ellos, y comprende diferentes métodos:
• Ósmosis inversa: es la transformación de una sustancia salada en una purificada. El agua se separa de la sal a través de la presión sobre el líquido. Es el proceso más eficiente en términos de gasto energético, pero necesita hasta tres veces la cantidad del agua producida.
• Desalinización térmica, mediante la evaporación y condensación.
• Destilación: a través de varias etapas, el agua salada se evapora y se condensa en agua dulce. La presión y la temperatura descienden en cada etapa.
• Congelación: el agua de mar se pulveriza en una cámara refrigerada. Los cristales que se forman se separan y se lavan para obtener el agua dulce.
• Evaporación relámpago: el agua se introduce en gotas sobre una cámara a baja presión, con lo que se convierten en vapor y se condensan. El proceso se repite hasta conseguir la desalación.
• Electrodiálisis: consiste en hacer pasar una corriente eléctrica a través de una solución iónica.
El futuro de la desalinización
A pesar de que más de la mitad de la población vive a menos de 100 kilómetros del mar, la desalinización solo se ha empleado hasta ahora en circunstancias extremas. Esto se debe a que este proceso es mucho más costoso y requiere más energía que otros métodos de obtención de agua potable. A través de este proceso, de cada litro que se procesa se obtiene medio litro de agua lista para el consumo humano. El medio litro restante, que presenta una gran concentración de sales y minerales, se devuelve al mar. Pero el futuro de la desalinización podría ser mucho más verde. En esa línea trabaja el proyecto europeo llamado Sea4Value, que surge con la intención de recuperar minerales y metales críticos para la Unión Europea que provienen de los efluentes generados por la desalinización.
Sin embargo, las organizaciones ecologistas recuerdan que las soluciones no pasan por realizar más infraestructuras como embalses, trasvases o desaladoras. Tampoco por reducir los ya exiguos caudales ecológicos que han hecho que nuestros ríos se hayan contaminado, sino por disminuir el consumo de agua, especialmente por parte de una agricultura y ganadería industriales e intensivas.
“Las sequías no se gestionan cuando hay sequía, sino cuando hay agua”, explica Julio Barea, responsable de agua en Greenpeace. Para garantizar la disponibilidad del recurso más necesario para la vida, la organización ecologista demanda medidas urgentes como cambiar la política hidráulica tradicional; luchar contra la contaminación de nuestras aguas; implantar regímenes de caudales ecológicos científicamente establecidos; poner freno a la edificación y a la construcción de instalaciones muy demandantes de agua; cerrar el más de millón de pozos ilegales repartidos por toda la geografía; adaptar las políticas forestales a las necesidades del país más árido de Europa; establecer una hoja de ruta de cara a incrementar la superficie dedicada a la agricultura ecológica y el uso de variedades locales adaptadas al clima; reconvertir el regadío intensivo y superintensivo a explotaciones sostenibles, diversificadas y de bajo consumo de agua; prohibir los nuevos proyectos de ganadería industrial y apoyar la producción extensiva, local, de calidad y ecológica; y establecer la hoja de ruta que logre la transformación completa del sistema energético actual hacia un sistema 100% renovable.