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Dormir en mitad del bosque o en un árbol ¿Moda, lujo o necesidad?

La tendencia de hacer turismo de lujo en lugares remotos ha ido ganando terreno y aceptos por todo el mundo. Inspirada en los lujosos lodges de los parques nacionales africanos, ha terminado saltando del Kruger y el Nilo a bosques y altas montañas europeas, pero también a aldeas remotas, ofreciendo unas experiencias únicas, extraordinariamente imaginativas, que combinan el lujo de un hotel de primera clase, la buena vida, con la belleza y la serenidad de vivir al aire libre.

Cuando las palabras, asociadas al fenómeno, llegaron a España, dejaron descolocado a más de uno. Dada su novedad, todavía hoy nos siguen despistando. ¿Qué es eso del glamping, las naturehouse, el airbnb natural, los hoteles cabaña? Básicamente consiste en disfrutar el lujo más exquisito en medio de la naturaleza más virgen. Sentirte Tarzán y Jane en su casa árbol, pero con eficientes criados, buenos vinos, excelente cocina y algún que otro loro alegrando el entorno. O como Thoreau en su cabaña del lago Walden, extrañamente solo, pero con buena conexión 5G.

Cómo ha cambiado la historia. Antes, no hace tanto, vivir en la naturaleza, en el campo, era visto como algo vulgar, incomodo, sin atractivo. Lo bueno estaba en las grandes urbes. Luego, tampoco hace demasiado tiempo, el mundo rural pasó a ser un espacio envidiable, sin las pegas ni los ritmos locos de la ciudad, pero le faltaba un glamour que los pequeños hoteles de pueblo no lograban cubrir. Así nació el glamping, acrónimo formado a partir de glamorous (‘glamuroso’) y camping.

Aunque algunas formas de acampadas de lujo ya se practicaban desde hacía décadas, el glampin como concepto distintivo comenzó a tomar forma en el Reino Unido a finales de los años 90 y principios de los 2000. Emprendedores visionarios empezaron a ofrecer experiencias originales de campin más allá de las tiendas de campaña tradicionales y los sacos de dormir sobre el duro suelo, brindando comodidades y servicios propios de los hoteles de lujo como camas king-size, baños privados, jacuzzis y chefs privados.

Doctor Livingstone, supongo

La tendencia de hacer turismo de lujo en lugares remotos ha ido ganando terreno y aceptos por todo el mundo. Inspirada en los lujosos lodges de los parques nacionales africanos, ha terminado saltando del Kruger y el Nilo a bosques y altas montañas europeas, pero también a aldeas remotas, ofreciendo unas experiencias únicas, extraordinariamente imaginativas, que combinan el lujo de un hotel de primera clase, la buena vida, con la belleza y la serenidad de vivir al aire libre.

Seguramente su antecedente más lejano y conocido lo protagonizó hace 150 años el famoso explorador escocés David Livingstone. Perdido durante dos años en el corazón de las selvas profundas de África, cuando el periodista Henry M. Stanley dio con su paradero en las cercanías del lago Tanganica, el 10 de noviembre de 1871, pronunció la famosa frase ‘Doctor Livingstone, supongo’. Una pregunta innecesaria a la vista de la pesada bañera de bronce con garras de león que llevaban sus porteadores africanos y de la que no se separaba. Puestos a ser refinados, los dos hombres celebraron el encuentro brindando con una botella de champán francés de Sillery servido en copas de plata.

Entre la tradición y la modernidad

La Fundéu de la RAE ya acepta la palabra glampin como adaptación válida del anglicismo glamping, aunque recuerda que existe una expresión en español que perfectamente podría emplearse para aludir a estos espacios: campin de lujo. Denominaciones aparte, lo cierto es que el fenómeno ha experimentado un crecimiento significativo en los últimos años en España, donde gracias a una gran diversidad geográfica la oferta ha alcanzado impresionantes cotas de imaginación. Desde tiendas de campaña tipo safari en viñedos de La Rioja, tipis indios en pleno parque natural gaditano, campamentos surferos con vistas al Mediterráneo, hoteles burbuja en una dehesa con techos transparentes para disfrutar de los cielos nocturnos, caravanas hippies junto a una playa catalana, yurtas mongolas en Lanzarote, jaimas saharauis en Fuerteventura o cabañas de lujo en los bosques de Galicia, la oferta es tan variada como loca y emocionante.

La popularidad del glampin en España también se ha visto acentuada por una creciente conciencia medioambiental que prima el turismo responsable, apoyando así iniciativas estrechamente comprometidas con prácticas sostenibles como el uso de energías renovables, la conservación del agua, alimentos locales y la protección del paisaje.

Cuando el lujo es la tranquilidad

Esta nueva manera de hacer turismo no para de crecer en España y el mundo. Es verdad que tiene mucho de moda, impulsada por el impacto creciente que sus imágenes tienen en nuestra visión colectiva de la felicidad. Frente a esa foto de un amigo con una copa de champán en un jacuzzi en una cabaña de madera en lo alto de un árbol en medio de un bosque protegido, la nuestra en un apartamento de 15 metros cuadrados en un décimo piso a un kilómetro de la playa tiene poco futuro en Instagram. El “yo también lo quiero” está revolucionando el turismo tradicional. Con la creciente demanda de experiencias únicas y personalizadas, el glampin se presenta como una alternativa atractiva tanto para los viajeros que buscan escapar de la rutina diaria como para aquellos que desean reconectar con la naturaleza y la tranquilidad, pero sin sacrificar ni el confort ni el lujo.

La pandemia mundial de la COVID-19 ha generalizado aún más la popularidad de este nuevo modelo de turismo, pues ofrece a los viajeros la posibilidad de disfrutar de unas vacaciones seguras y socialmente distanciadas en entornos naturales y abiertos, lejos de virus. También por su culpa nos hemos hecho más individualistas y selectivos. Y nada más individualista y selectivo que pasar unos días en una cabaña colgada en la copa de un pino, sin más vecinos que los arrendajos. Sobre todo si nuestra vida urbana es cualquier cosa menos tranquila, un estrés continuo cada día más obsesivo en entornos artificiales de difícil asimilación, tan alejados de esos espacios idílicos sin ruidos donde la única preocupación es no dormir demasiado para que no se nos junte la siesta con la hora de irnos a la cama.

Todo muy bien, pero por si al segundo día de estancia ya nos hemos aburrido de leer, de dormir y mirar a las estrellas, muchas instalaciones ofrecen servicios exclusivos e igualmente poco frecuentes como excursiones personalizadas o actividades al aire libre de lo más locas que, como el glamping, siempre acaban en el hiperactivo sufijo -ing: running (correr), surfing (surfear), climbing (escalar), trekking (andar por la montaña), karting (ir en kart), rafting (descenso en zodiac), canyoning (descenso de barrancos), puentig (tirrarse por los puentes), etcétera. La oferta también se va al extremo opuesto, con opciones tan relajantes como yoga, masajes, meditación y hasta baños de bosque.

Pero no todo son ventajas

Aunque el glampin ofrece muchas ventajas, también presenta bastantes desafíos. El mayor de todos es lograr un equilibrio entre su desarrollo controlado sin poner en peligro el medio ambiente y mundo rural sobre el que se asienta. Si ahora nos da por llevar el turismo de masas a las copas de los árboles y a praderas desiertas ¿sabremos preservar su tranquilidad? ¿qué hacemos con los pueblos? ¿Y qué hacemos con las basuras que se generan, de dónde sacamos el agua para esas piscinas en medio de ninguna parte y dónde depuramos luego todas nuestras cacas? Mientras sea una actividad exclusiva seguirá siendo algo minoritario de impacto controlado, pero su popularización entraña un peligro de masificación que ya empieza a preocupar a los gestores ambientales.

También hay mucho cara dura, mucho falsificador de turismo sostenible supuestamente respetuoso con el entorno pero que en realidad no pasa de ocultar su vulgaridad con decoraciones “cutre lux” a base de palés de obra, sogas de cáñamo y un puñado de enredaderas de plástico. Ojo por tanto a los chollos.

Otro problema, nada despreciable, es el precio. Lo exclusivo se paga, aunque ese lujo refinado se limite a hacer hoy el Tarzán y mañana ser un tranquilo monje tibetano, o te ofrezca la excentricidad de poner hielo del glaciar en el cubata. Frente al turismo rural y el campin tradicional, el glampin siempre tendrá tarifas más altas que tan solo podrán pagar unos pocos. Sin embargo, muchas personas consideran que el precio vale la pena por la experiencia única que muy poca gente puede disfrutar, al menos de momento. Llámalo exclusividad, llámalo vuelta a la naturaleza, momentánea y sin tener que tirar del azadón.

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