Lo de vestirse es algo que las personas hacemos desde tiempo inmemorial. En parte por necesidad de proteger el cuerpo, y en parte porque socialmente no se contempla la posibilidad de que las personas vayan desnudas por la vida. Así que, vestir a los millones y millones ellas que vivimos en este planeta, requiere producir colosales cantidades de prendas, de todo tipo, tamaño, calidad y precio.
Luego llegan las estaciones del año, las modas cambiantes, las tiendas que renuevan los escaparates y ponen a la venta ingentes cantidades de todo tipo de prendas nuevas. Llegan también los consumidores que compran, cambian lo que se lleva por lo se deja de llevar, lo que sigue gustando por lo que no, lo que sigue siendo de su talla y lo que no. Y pasa que lo que no se compra ahí se queda y lo que ya no se usa va fuera. Y cada cual decide cómo se deshace de ello.
10 kilos de ropa por persona al año
Pero, todas esas prendas que no se venden o que se dejan de usar son residuos. Quizá nunca se había visto así, pero lo cierto es que así es. Y así se considera, al menos en Europa, desde la entrada en vigor de la Directiva 2018/851 sobre residuos, que da ese carácter a toda la ropa que no se vende en las tiendas y a la que desechamos en los hogares.
Son residuos textiles y antes de 2025 todos los países de la Unión Europea habrán de tener establecidos sistemas de recogida selectiva para que puedan ser reutilizados o reciclados. Nada de incineración o vertederos.


Esa no es la solución para un problema de enormes dimensiones, tanto como que solo en España cada año los españoles nos desprendemos de una media de 10 kilos de ropa por persona. Y unas 900.000 toneladas de residuos textiles, según los datos de Ecotextil. En el mundo, según la Global Fashion Agenda en su estudio “Pulso de la industria de la moda 2017”, solo en 2015 la industria textil generó 92 millones de residuos, de los que 16 millones corresponden a la UE.
Así pues, como antes ha ocurrido con los envases, el papel, el vidrio o los neumáticos, la economía circular también va a empezar a ir con la ropa que no se vende, los excedentes y la que se descarta en las casas.
El problema empieza mucho antes
Ese nuevo concepto de residuo hace que se avecinen bastantes cambios en la industria textil, que tendrá que hacer una importante transición para reemplazar del modelo de sobreproducción actual y, además, hacerse cargo de sus productos al finalizar su vida útil. Pero también en los consumidores, que lleve a dar más valor y una vida más larga a la ropa, y a practicar menos el comprar-usar- tirar.


Sobre esta transición y los retos que comporta, trabajan Ainhoa Lizarbe y Cáliz Ebri, ambientóloga y economista respectivamente, tienen amplia información como consultoras del sector textil a través de su consultoría Fyoo Su trabajo les da un visión global y sitúan el problema de los residuos textiles mucho antes de que la ropa llegue siquiera a los puntos de venta. «Hay un volumen importantísimo de prendas fabricadas que nunca llegan a comercializarse. La estimación es que hay un 10 por ciento del producto que se fabrica, que se produce, pero también se cuenta con que no se va a vender y está integrado en la estructura de costes. Las estimaciones cifran el total de prendas fabricadas en el mundo en unas 20 por persona al año. Eso son unos 150.000 millones. De ellas, según Fashion Revolution, hay un 10 por ciento, unos 15.000 millones de prendas no se va a vender y, salvo que lleguen a outlets u otros sistemas de ventas a terceros, acaban en vertederos o incineradas», explica Lizarbe.
«Este modelo sobreproducción y también de sobreconsumo, continua Ebri, nos lleva a una relación con las prendas de que la ropa sea desechable. No la valoramos, no la usamos apenas y nos deshacemos de ella antes de tiempo. Entre otras cosas porque una gran parte de esas prendas están diseñadas para durar menos. Todo ello junto crea un problema muy gordo».
Vestimos cada prenda sólo 6 veces
«Es ropa más o menos barata, de calidad muy variable y no somos conscientes de que es un residuo. Y hay estadísticas que hablan de que vestimos una prenda seis o siete veces antes de desecharla. Así que, como nunca le hemos llamado residuo, no la vemos como tal. Ni somos conscientes, -afirma Lizarbe- ni lo tenemos interiorizado, como sí ocurre ya con los plásticos, por ejemplo. Y no nos damos cuenta de que es perjudicial tirarlas a la basura común».
A la sobreproducción y el sobreconsumo, causas de las mareantes cifras de residuos textiles, hay que añadir otras cuestiones nada baladís, como son las materias primas y los bienes naturales, como el agua, que se han consumido para fabricar millones de prendas, de las que una parte importante van a ir a la basura irremediablemente.


Más la emisiones que han generado todos los procesos «de hecho la textil es la segunda industria más contaminante del mundo después de la alimentaria», y la dificultad o incluso imposibilidad de su reciclaje «porque las composición de los materiales suele ser compleja y dificulta su reciclado, -señala Ebri- Tal como se produce actualmente y con la capacidad tecnológica actual solo el 1 por ciento del material que se emplea para fabricar ropa se recicla y se usa para confeccionar otras prendas».
A día de hoy, aunque todo el residuo textil llegara a recicladoras, porque se ponga en esos contenedores que vemos a veces, la ropa tal y como está producida es difícilmente reciclable. Como señala Cáliz Ebri, «la tecnología actual no sería capaz de separa la multitud de materiales utilizados en un mismo producto y transformarlos en nuevos materiales con los que volver a fabricar ropa, . Y lo que se hace con la ropa que va a los contenedores es prepararla para venderla en mercados de menor poder adquisitivo. Es decir, trasladamos nuestro problema de residuos a otros países».
Así pues, es fácil ver la importancia y la necesidad de que los residuos textiles comiencen a ser considerados materiales susceptibles de entrar en el ciclo de la economía circular.
Una directiva para cambiar el modelo
«Con la nueva directiva y la normativa que resulte de su trasposición a las normativas nacionales, los productores y distribuidores de la Unión Europea ya no podrán enviar fuera de nuestras fronteras por la imposibilidad de gestionarlos aquí», explica Lizarbe. «También los países que los recibían los están vetando, así que el modelo tiene que cambiar».
El objetivo de la Directiva y las legislaciones nacionales resultantes es, si no solucionar totalmente, si comenzar el camino de paliar el problema. Así, «desde el 1 de enero de 2025 las entidades locales tendrán la obligación de recoger selectivamente los residuos textiles. Que entrarán a computar en el total de todos los productos que se recogen selectivamente», explica Lizarbe.
Como segundo elemento importante de la normativa, es que partir de este mismo año «está prohibida la incineración de excedentes no perecederos, y entre ellos está el textil. Y la tercera, y muy importante, es que insta a utilizar mecanismos como la responsabilidad ampliada del productor para abordar esta situación».


La gestión de residuos textiles, responsabilidad del productor
¿Qué quiere decir esto último? «Pues que la financiación y organización de esta recogida selectiva de residuos textiles tendrán que ser responsabilidad de los productores o los distribuidores. Por nuestra experiencia previa y por las características de estos residuos, pensamos que lo razonable sería que las empresas se organicen en un modelo colectivo, similar a otros que ya ha funcionando, para abordar de manera conjunta esta situación», resume Ainhoa Lizarbe. «Faltan todavía unos meses para que esté lista toda la normativa que afectará a los residuos textiles. Entonces sabremos cuáles serán los objetivos de recogida selectiva y cómo debe tratarse esa ropa».
Pero esta parte será solo el principio, «porque para que esto funcione, de aquí se derivarán muchas novedades, y todos los eslabones la cadena de la industria textil van a tener que poner de su parte, del fabricante al consumidor», enfatiza Cáliz Ebri.
Los consumidores tienen un poder absoluto, «más del que parece. Porque pueden formar parte del sistema o empujarlo. Lo primero, contribuyendo cuando se habiliten los contenedores, en la calle o en las tiendas, y llevando a ellos las prendas utilizadas; o puede empujar el cambio, demandando a las empresas productos más sostenibles, porque también van siendo ya más conscientes de las implicaciones de su consumo».


Estos serán solo los primeros cambios. Pero seguro que de aquí se derivarán muchos más: «ecodiseño de los productos textiles; simplificación de los componentes para hacer posible sus reciclaje; el mundo de la moda, la asequible y la de lujo, se reorientará en cuanto a la producción de colecciones; habrá un crecimiento de la I+D+i para desarrollar materias primas más fácilmente reciclables, así como de los sistemas de reciclaje, etc.».
Es el principio de un camino cuyo trayecto y alcance quizá todavía no se sepa cómo y hasta dónde va a llevar, pero que sin duda será apasionante observar de cerca. Y contarlo después.