¿Cómo disfrutar en estos meses estivales de niños y naturaleza sin morir en el intento ni sufrir las protestas de nuestros indignados más menudos? Los expertos en educación ambiental nos dan dos atractivas opciones: campamentos verdes y excursiones guiadas por la red de espacios naturales protegidos.
El modelo de los primeros fue el avanzado Club Los Linces promovido a finales de los años 70 del pasado siglo por el naturalista Félix Rodríguez de la Fuente, algo así como volver a reconectar con nuestro lado más salvaje aprendiendo los trucos de la supervivencia personal y la del planeta.
Para los paseos, España cuenta con una amplísima oferta de guías profesionales que, por muy poco dinero, e incluso a veces gratis, nos abrirán los ojos a toda la familia para conocer y valorar los increíbles paisajes patrios. No por casualidad, España es el país más rico en biodiversidad de toda Europa, con más del 50% de las especies animales europeas y el 5% de las especies del mundo, además de contar con el mayor porcentaje de terreno protegido de todo el continente.
Déficit de Naturaleza
Empecemos con una certeza: el verano es la época más mágica del año para pasear por el campo, conocer y reconocer montañas, páramos, bosques, ríos y costas, abrir los ojos de nuestros hijos e hijas a las maravillas de la naturaleza y compartir con ellos nuestra emoción por esos espacios saludables donde siempre nos encontramos tan a gusto pues significa volver a casa, a nuestra casa común.
Aquí uno se cura gratis del trastorno por déficit de naturaleza, cada día más generalizado. Por su culpa sufrimos falta de concentración, ansiedad, estrés, irritabilidad, enfermedades respiratorias y obesidad. Todos estos males se agravan en los entornos urbanos y se reducen cargando pilas en el campo. Sin más botica que el placer de comerte un bocadillo tirado sobre la hierba después de disfrutar de un hermoso pateo.
Lo necesitamos todos y todas después de esta terrible pandemia que nos ha tenido encerrados en las casas y con el corazón en un puño. Hace falta más campo, más educación ambiental y, sobre todo, más entusiasmo por descubrir, admirar y disfrutar de la naturaleza. Porque después de tanto confinamiento y tantas pantallitas, esa fascinación natural por la naturaleza con la que nacemos ha quedado bastante maltrecha.
Es verdad que niños y jóvenes lo tienen ahora más difícil que hace 50 años. Qué complicado, por no decir imposible, resulta en estos tiempos poder pasar al menos unos días al aire libre emulando al travieso Huckleberry Finn, construir cabañas en los árboles, bañarse en un río, explorar cuevas, saltar sobre montones de paja o buscar grillos.
Salvo que tengas la suerte de pasar el verano en el pueblo de los abuelos, el que lo tenga, este instinto de curiosidad natural ha sido casi enterrado en ciudades donde se vive de espaldas al campo. Los niños inquietos cual rabos de lagartija han ido cediendo el puesto a las marmotas con sobrepeso. Generaciones cansadas, sobre estimuladas, desincentivadas. Y padres preocupados, claro.
Relatos bajo las estrellas
“Los niños son como esponjas, siempre dispuestos a aprender”, explica Odile Rodríguez de la Fuente en un vídeo donde apoya el Campamento Félix, heredero desde 2011 del que puso en marcha su padre hace medio siglo. Coordinado por el pedagogo Marcos Pla, sus promotores de Kyrios Educación lo definen como “una gran aventura educativa para aprender juntos/as durante 10 días, felices, sobre cómo ayudar a la gente y al planeta para vivir mejor”.
Actividades tan asequibles como tumbarse por la noche mirando las estrellas y contar en voz alta reflexiones íntimas, no importa la edad, tan grande el universo y tan pequeños nuestros problemas. O recorrer el Camino de Santiago disfrutando de sus increíbles paisajes naturales e históricos mientras se ayuda a la conservación del aguilucho cenizo o se ponen siluetas de aves en las ventanas de los albergues para peregrinos para así evitar choques accidentales de aves contra los cristales.
Con 10 años, Adrián acaba de volver de un campamento muy especial, el organizado por la Diputación de León en Lugueros, un pueblecito de apenas 120 habitantes en las montañas cantábricas, a orillas del río Curueño. Tenían preferencia los niños de municipios con menos de 20.000 habitantes, por desgracia la mayoría en una región cada vez más castigada por la despoblación. Y a juzgar por cómo lo cuenta Adrián, vecino de Cembranos, la experiencia ha sido genial.
Lo que más le gustó fue ir al río, a pesar de que, confiesa, “el agua estaba helada”. Y entre las muchas actividades de educación ambiental desarrolladas, la que más le ha impresionado ha sido la jornada dedicada a recoger “basuraleza”, los desechos que contaminan los espacios naturales. “Era un campo gigante y muy bonito, junto a la montaña, pero estaba todo muy sucio. ¡Hemos recogido hasta mascarillas!”, se lamenta el niño. Le pregunto qué pensó cuando llenaron tantas bolsas de basura y su respuesta es todo un disparo a bocajarro a nuestras conciencias: “Que hay personas muy maleducadas”.
Dentro de una semana Adrián repetirá la experiencia, en esta ocasión en los campamentos organizados por la Junta de Castilla y León en Busto de Bureba (Burgos). Bajo el binomio inglés y “aventuraleza”, mejorará sus habilidades sociales y un segundo idioma mientras disfruta entre nuevos amigos con las maravillas de un paisaje indómito, el de los Montes Obarenes.
La primera escuela de naturalistas
“Aquello fue un milagro”, confiesa todavía entusiasmado José Luis Gallego, famoso divulgador ambiental que sigue reconociendo que fue allí, en los campamentos de verano del Club Los Linces, en el Refugio de Montejo de la Vega (Segovia), donde se forjó su intenso amor por la naturaleza. “Les debo todo lo que soy”.
Fueron los inicios de la educación ambiental en España. Algo tan novedoso como extraño para un país que hasta entonces etiquetaba a los animales en dos grupos, los que se podían cazar, y se cazaban, y las alimañas, que había que exterminar.
Esos campamentos diseñados como excepcional aula de la naturaleza al aire libre surgieron de la mente clarividente de un genio irrepetible, Félix Rodríguez de la Fuente, entonces vicepresidente de ADENA-WWF. Fue Félix quien eligió para tan peculiar “escuela de naturalistas” los imponentes acantilados de Peña Portillo, casa común de buitres y búhos reales. Allí, jóvenes venidos de toda España pasaban parte de sus vacaciones aprendiendo a conocer y amar la vida salvaje. Como José Luis Gallego. “Era una auténtica universidad de ciencias ambientales al aire libre”, rememora. “Por la mañana había clases teóricas de gran nivel donde incluso aprendíamos la pirámide trófica de la fauna ibérica. Pero ya por la tarde, cuando el duro sol castellano aflojaba, hacíamos trabajos de campo interesantísimos, estudiando a las aves, anfibios y hasta los peces del río. Y por la noche, en los fuegos de campamento nos contaban historias increíbles que despertaban nuestro entusiasmo por la naturaleza y los viajes”.
Desde hace unos años, esta actividad juvenil vuelve a realizarse cada verano para enseñar a los jóvenes a conocer, disfrutar y reconectar con la naturaleza. El campamento en las Hoces del río Riaza lo organiza la Cooperativa Gredos San Diego en colaboración con WWF. En él, miembros del equipo de WWF España desarrollan talleres y actividades tan atractivas como senderismo, reconocimiento del medio natural, orientación, talleres de rapaces, huellas y rastros, reciclaje, cajas nido, iniciación a la fotografía en la naturaleza, astronomía e incluso cocina, además de rutas en bici, juegos populares, piragüismo y hasta visitas a espacios tan atractivos como los yacimientos de Atapuerca o el Museo de la Evolución Humana.
Por desgracia, debido a la actual crisis sanitaria los campamentos se han suspendido este año, pero volverán con fuerza el próximo 2022.
La familia, la mejor escuela
Jacinto Leralta, guía oficial desde hace 25 años del Parque Nacional de Garajonay, en La Gomera (Canarias), tiene una frase recurrente a la hora de hablar de educación ambiental. “Normalmente nos preguntamos qué planeta le vamos a dejar a nuestros hijos, pero no es correcto. La auténtica pregunta es qué hijos le vamos a dejar a nuestro planeta”. Y añade: “Más que preocuparnos por la naturaleza debemos preocuparnos por los hijos e hijas que dejamos en este mundo y que debemos educar para evitar un desastre, personas que valoren lo que tienen y conozcan la diferencia de, por ejemplo, caminar por un pinar de repoblación o por un bosque de laurisilva”.
Lograrlo es un trabajo en familia. Como subraya José Luis Gallego, “los mejores educadores ambientales son los padres, quienes igual que enseñan a sus hijos a cepillarse los dientes les pueden descubrir cómo acercarse a la naturaleza con respeto y admiración”.
Parece muy complicado, pero no lo es tanto. Ya lo señaló hace más de medio siglo la escritora y bióloga americana Rachel Carson, lo más importante es potenciar entre los más jóvenes su capacidad natural de asombro. Pero a nuestro lado, y no abandonados en campamentos veraniegos de 15 días. Acompañándolos de la mano en la extraordinaria aventura de descubrir juntos las maravillas de la naturaleza. Oler la tierra mojada, ver correr las nubes en el cielo, escuchar el murmullo de los árboles, espiar el paseo concienzudo de una hormiga, la carrera nerviosa del corzo o el ágil vuelo del milano.
Tampoco es necesario ser un experto naturalista. Más que el conocimiento, destaca Jacinto Leralta, la clave de un buen educador ambiental es la pasión. “Está muy bien saber de muchas cosas, pero lo más importante es que disfrutemos comunicándolo”.
Las visitas guiadas por Garajonay son un famoso ejemplo de ello. Gratuitas, organizadas por el parque con su propio personal experto, la experiencia de caminar por esas selvas canarias únicas y entenderlas, al mismo tiempo que se disfrutan con deleite, son de esas vivencias inolvidables al alcance de todos los visitantes.
La buena noticia es que todos los parques nacionales de España ofertan un excelente servicio de interpretación del paisaje semejante al gomero. Y también que, a lo largo de la extensa red de espacios naturales protegidos, grandes guías ambientales ofertan sus servicios para ayudarnos a entender por qué esos lugares son tan especiales.
Al final, educar en valores, incluyendo el respeto por la naturaleza, no es tan difícil. Porque si logras contagiarles a tus hijos e hijas esa curiosidad por el entorno, esa pasión por la vida, estarás más cerca de lograr personas más preparadas para un mundo moderno en continuo cambio donde el entusiasmo, la curiosidad y el asombro serán su mejor formación profesional posible. Les hará ser más sanos. Y más felices.