En nuestra serie de ‘artistas en verde’ que va alternando los de máxima actualidad con otros nombres clásicos, hoy nos detenemos en otro de los grandes exponentes del Land Art, ese arte de fusión con la naturaleza, el paisaje, el paso del tiempo. Hoy vamos a conocer a Hannsjörg Voth, de 83 años y ya delicada salud, el alemán seducido por Marruecos, el artista que comenzó su trayectoria profesional como carpintero para, con el tiempo, fundirse con las extraordinarias planicies desérticas de Marruecos, en una búsqueda incesante de lo trascendente del ser humano, de conectar la Tierra con las estrellas. Obra paisajística, arquitectónica y escultórica en el ‘paisaje cero’.
Tras varios proyectos en los años 60 y 70 en los que ya se intuía por dónde iba a tirar, en Alemania y los Países Bajos, desde mediados de la década de 1980 Hannsjörg Voth pasa a vivir la mitad del año en el país que le sedujo, Marruecos, en la llanura de Marha. Allí, en lo que él ha denominado “paisaje cero”, es donde construye sus proyectos más reconocidos, en tierra y piedra, ayudado por trabajadores locales. Lo describen como un artista que estudia profundamente los mitos locales y su simbología cultural. Allí, en medio de la nada, sus esculturas monumentales, de arcaica belleza, nos hacen pensar en el más allá. Voth se mueve entre la performance, la arquitectura (su padre era arquitecto, y eso siempre le marcó) y la instalación; y suele encontrar inspiración en las grandes civilizaciones del pasado, como la sumeria (la civilización sumeria está considerada como la primera civilización del mundo) y el Antiguo Egipto.
De la escalera Celeste a la Ciudad de Orión
La primera obra que construyó fue Escalera Celeste (‘Himmelstreppe’, 1980/1987), un edificio de 56 peldaños que remite a los observatorios celestes. Las dos paredes laterales de soporte finalizan a una altura de 16 metros, y con la luz natural, tanto del Sol como de la Luna, proporcionan una impresionante sombra que gira alrededor de la torre.
Su siguiente trabajo fue Espiral Aúrea (‘Goldene Spirale’, 1993/1997), también conocida como La Caracola, un muro de más de 250 metros cargado de simbolismos e imágenes de astros. Está basada en la secuencia de Fibonacci, una sucesión infinita de números naturales, descrita por primera vez por el matemático italiano Fibonacci en el siglo XIII; esta serie numérica empieza con 0 y 1, siguiendo con la suma de los dos números anteriores hasta el infinito: 1, 1, 2, 3, 5, 8, 13, 21, 34, 55, 89, 144, 233…
La última obra fue Ciudad de Orión (‘Stadt des Orion’, 1998/2003), compuesta por siete grandes torres de barro, una representación tridimensional de la constelación de Orión según un poema sumerio-babilónico de Gilgamesh (un héroe de la mitología mesopotámica; hijo de la diosa Ninsun y de un sacerdote llamado Lillah, que subió al trono hacia el año 2750 a.C. y reinó durante 126 años). Orión, por cierto, es probablemente la constelación más conocida y reconocida de nuestro cielo. Esto nos dice la enciclopedia digital sobre ella: “La constelación es visible a lo largo de toda la noche durante el invierno en el Hemisferio Norte, verano en el Hemisferio Sur. Es, asimismo, visible pocas horas antes del amanecer desde finales del mes de agosto hasta mediados de noviembre y puede verse en el cielo nocturno hasta mediados de abril. Orión se encuentra cerca de la constelación del río Eridanus y apoyado por sus dos perros de caza, Canis Maior y Canis Minor, peleando con la constelación del Tauro”. Hemos de reconocer que es un mundo fascinante el que nos propone Voth desde el territorio cero.
Land Art
A través de estos trabajos, que le llevaron nada menos que 23 años y que representan una mezcla perfecta de matemáticas, mitología, arte de la tierra, astronomía y arquitectura antigua, Voth ha dejado clara su obsesión personal con el cosmos. Sus construcciones implican una gran dosis de organización y grandes medios, que se desarrollan en lugares que no han sufrido la explotación humana, de ahí lo de “paisaje cero”. Concebidas en principio como Land Art en sentido puro, es decir de carácter efímero, finalmente el artista decidió dejarlas estar, hacerlas permanentes; aunque por la propia naturaleza del material empleado, barro, tierra, se irán disgregando y uniendo, como todo y todos, a la Tierra.
En 2003, justo tras concluir esa Ciudad de Orión, en una exposición coproducida por el IVAM (Instituto Valenciano de Arte Moderno)y la Fundación Canal de Madrid, pudieron conocerse sus trabajos en España a través de las fantásticas fotografías de su mujer, Ingrid Amslinger. El catedrático de Historia del Arte Kosme de Barañano, por entonces director del IVAM, escribía en el ensayo que abría el catálogo: “La reflexión sobre el sentido del paisaje y la creación de lugares simbólicos insertan el trabajo del alemán en una vertiente de conformación del espacio transitada por Barragán, Noguchi o Karavan, y aproxima su figura a la de quienes, como Turrell o Hamilton Finlay, han definido su trayectoria a partir del diálogo naturaleza-cultura”.
Un detalle más: Mientras llevaba a cabo sus construcciones en esos territorios cero, Voth solía residir en sus propias obras, como un nómada obsesivo, desplazándose en círculos a través de su propia mente.
En fin, Voth ha sido uno de los artistas que más ha profundizado en el tema del paisaje y la conexión con el Universo y con el ser humano; el poder del paisaje para revelar mitologías personales y simbologías. Ha convertido el fuego, el aire, el agua y el viento –los cuatro elementos naturales– en materia prima de sus creaciones, utopías arquitectónicas que parecen surgir de la Nada, pero quizá sea el Todo. Paisajes cero que han escapado aún a la mano del ser humano. Estructuras que persiguen conectar esa Nada con el Todo, desde el desierto marroquí a las estrellas.