La emergencia sanitaria mundial causada por la covid-19 pasará a la historia como un punto de inflexión que puso a la Humanidad ante una serie de incertidumbres a las que ya no estaba acostumbrada. Entre ellas cómo será el futuro a corto, medio y largo plazo, en todo tipo de ámbitos: en las relaciones personales, sociales y laborales y en el económico. Y, también, cómo no, en lo referido a la lucha contra el cambio climático y la protección ambiental.
En el cortísimo plazo, un primer reflejo de la crisis sanitaria y las medidas para atajarla, singularmente el parón prácticamente total de la actividad productiva y la movilidad motorizada asociada, se vio en el descenso drástico de la contaminación de las ciudades. La ONG Ecologistas en Acción, autora de un informe anual de referencia sobre la calidad del aire en España, hizo una recopilación de datos de 24 ciudades del país con la que constató que, en la segunda quincena de marzo, la contaminación del aire urbano se redujo en un 55 por ciento. Una mejora sin precedentes de la calidad del aire. Pero, dadas las dolorosas circunstancias la excepcionalidad en las que se ha producido este hecho para lo que ha servido es para constatar, una vez más, cómo el tráfico motorizado altera el aire que respiran los habitantes de los núcleos urbanos más poblados.
Igualmente, se difundieron imágenes tomadas desde satélites y publicadas por la NASA y por la Agencia Espacial Europea, de ciudades de diversos países, singularmente algunas de China, sin la boina habitual. Y en lo que se refiere concretamente a emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), desde Global Carbon Project se estima que es posible que la reducción del crecimiento de la economía a nivel mundial quizá se puede traducir en un descenso de las emisiones de 2020 respecto a las de 2019.
Pero, el parón de la actividad industrial, más si esta se basa en la energía producida a partir de combustibles fósiles, no deja de ser un paréntesis temporal. Como dijo el Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, en la presentación del Informe final sobre el estado del clima mundial en 2019, realizado por la Organización Meteorológica Mundial (OMM), «No vamos a combatir el cambio climático con un virus», al tiempo que pedía que no se sobrestimara el efecto de la pandemia en la reducción de emisiones mundiales.
O, como decía la ministra federal de Medio Ambiente de Alemania, Svenja Schulze, en la inauguración del XI Diálogo sobre el Clima de Petersberg, «A diferencia del Covid-19, ya conocemos las vacunas contra las crisis climáticas. Están disponibles y mejoran nuestras vidas». En ese mismo encuentro, Guterres ha recordado que en muchas partes del mundo «todavía falta la voluntad política necesaria para una acción climática más fuerte. Necesitamos que todos los países se comprometan con la neutralidad climática para 2050».
El Diálogo sobre el Clima de Petersberg es un evento que organiza el gobierno alemán, por iniciativa de Angela Merkel, desde 2010. Fue el fracaso de Cumbre del Clima de Copenhague, en 2009, lo que propició la creación de este espacio de debate, este año ha que reunido a ministros del ramo de 35 países (por primera vez en un encuentro virtual, en lugar de presencial en la localidad cercana a Berlín que da nombre al evento), para debatir de manera oficiosa sobre cuestiones de actualidad de la política climática internacional, y encontrar equilibrios entre las negociaciones climáticas y la aplicación de los resultados.
El encuentro, al que también ha asistido la ministra de Transición Ecológica y Reto Demográfico, Teresa Ribera, en esta ocasión tenía como eje central los nuevos desafíos que plantea la crisis del coronavirus en las negociaciones internacionales sobre el clima, y qué medidas se podrán utilizar para allanar el camino para una recuperación verde y más respetuosa con el clima de la crisis económica consecuencia de la pandemia. De hecho, la ministra Schulze ha afirmado que «la pandemia del coronavirus no nos permite seguir como hasta ahora, y eso incluye nuestra política climática, -y ambos requieren de la cooperación y la coordinación multilateral-. Y también va a depender de cómo la comunidad internacional organice la recuperación de la economía mundial. Por ello, la salida de esta crisis es también una cuestión que implica a los ministros del clima a nivel internacional».
Por su parte, en este mismo foro, la canciller Merkel ha puesto de manifiesto que, si bien las emisiones de GEI «se han reducido debido a la pandemia del coronavirus no puede llevar a engañarnos a nosotros mismos. Porque no significa que solo esa reducción vaya a revertir la tendencia de crecimiento que se viene registrando». Por tanto, «la comunidad global necesita más dinero para la acción climática, no menos».
Todas estas afirmaciones son muy pertinentes, porque la situación de crisis sanitaria y con sus consecuencias económicas y sociales inmediatas, ha generado no pocos interrogantes y preocupaciones. La más clara, en los sectores ambientales al menos, es si la recuperación de la actividad económica necesaria para atenuar las consecuencias sociales de la pandemia se hará a costa de la acción climática.
No son temores infundados, porque ya Estados Unidos y China han anunciado una que darán a sus empresas un margen más flexible para el cumplimiento de los requisitos ambientales.
Por si las tentaciones van a más, desde estos sectores ya se han adelantando poniendo de relieve la necesidad imperiosa de que las medidas para la reactivación de la economía no impliquen una reducción de la protección ambiental lograda hasta ahora. Por ello, al menos en Europa, los ministros de 10 países (España entre ellos), 79 eurodiputados de 17 estados miembros de la UE, además de altos representantes de empresas, y asociaciones empresariales de diferentes sectores, ONG,s, sindicatos, y think tanks, han firmado un manifiesto titulado Recuperación Verde, para defender una salida de la recesión que va a llegar, lleve incorporada la acción ambiental. «Las inversiones masivas deben desencadenar un nuevo modelo económico europeo, -se afirma en el manifiesto-, más resistente, más protector, más soberano y más inclusivo. Todos esos requisitos se encuentran en una economía construida alrededor de los principios verdes».
El texto añade más argumentos: «la transición a una economía neutra para el clima, la protección de la biodiversidad y la transformación de los sistemas agroalimentarios tienen el potencial de generar rápidamente empleos, crecimiento y mejorar el modo de vida de todos los ciudadanos del mundo, así como de contribuir a la construcción de sociedades más resistentes. No se trata de crear una nueva economía desde cero. Ya tenemos todas las herramientas y muchas nuevos tecnologías».
Con todo ello, la conclusión es que «El Covid-19 no hará que el cambio climático y la degradación de la naturaleza desaparezcan. No ganaremos la lucha contra covid-19 sin una respuesta económica sólida. No nos opongamos a esas dos batallas, pero luchemos y ganémoslas al mismo tiempo. Al hacerlo, sólo seremos más fuertes juntos».