La presencia de vegetación, árboles y plantas, en las ciudades es una necesidad que va más allá de lo ornamental. Y casi se podría decir que los jardines y los parques forman parte del paisaje urbano desde siempre. Pero en los últimos años, reintegrar, reintroducir la naturaleza en las ciudades se contempla como una necesidad ante el crecimiento de estas, el aumento de población urbana y la necesidad de paliar la dureza visual de los edificios, el asfalto y el tráfico.
Por ello, reintegrar y reintroducir la naturaleza en las ciudades se ha convertido en una acción clave para mejorar la calidad de vida en las ciudades. Aumentar la cantidad de zonas verdes en las urbes es una necesidad que va más allá de lo ornamental. Parques, jardines, bulevares, riberas de ríos renaturalizadas, ofrecen a las personas espacios para pasear, descansar, hacer deporte, jugar, etc. También las reconectan con la naturaleza, a menudo muy alejada. Y, a más a más, esos espacios verdes, adecuadamente planificados de manera que se relacionen y conecten los existentes con los nuevos forman una más de las infraestructuras de una ciudad. A la que aportan múltiples beneficios, entre los que se incluyen los servicios ecosistémicos, es decir las contribuciones directas o indirectas de los ecosistemas al bienestar humano.
Así la vegetación, los árboles y las plantas, dan sombra, refrescan y limpian el ambiente, también contribuyen a atenuar el ruido y albergan biodiversidad. La vegetación, en todas sus formas, contribuye a hacer las ciudades más habitables, saludables y naturales. Y, adicionalmente, el conjunto de los espacios e infraestructura verdes de las ciudades, aportan su parte a la mitigación del cambio climático, absorbiendo CO2 y disminuyendo la temperatura de manera que se puedan llegar a reducir las necesidades de uso de aire acondicionado. Son solo algunas de las capacidades potenciales de las ciudades verdes.
Abundan los proyectos concretos que incorporan estos principios y objetivos y que se multiplican por todo el mundo. Unos más discretos y otros realmente espectaculares.
La ciudad bosque de Liuzhou
Entre estos últimos está la ciudad bosque de Liuzhou, ciudad situada en el norte de China. Las autoridades locales encargaron al arquitecto italiano Stefano Boeri un proyecto para construir la primera ciudad-bosque del mundo. Un complejo urbano para 30.000 habitantes, que se extenderá a lo largo del río Liojiang en una superficie de unas 175 hectáreas. El arquitecto Boeri lo llama cuerpo urbano, y en él los edificios de todo tipo, casas, oficinas, hoteles, hospitales y colegios, estarán cubiertos casi por completo de árboles y plantas hasta llegar a 40.000, de los primeros, y un millón de las segundas y de más de 100 especies diferentes.
Ciertamente, para las cifras habituales de China, un país que alberga más de una docena de megaciudades que rebasan ampliamente los más de 10 millones de habitantes que las definen, quizá un núcleo urbano de 30.000 habitantes sea bien poca cosa.
Pero, aun así, de este proyecto sí que se puede decir que tiene unos rasgos interesantes en lo pueda tener de experimental y de replicable en otras ciudades.
Según el arquitecto, este “organismo urbano” puede ser capaz de absorber una 10.000 toneladas de CO2 y 57 de micro partículas al año y producirá 900 toneladas de oxígeno, por lo que se entiende que en este conjunto urbano la contaminación atmosférica brillará por su ausencia.
Aparte, este desarrollo urbano tiene otras características muy interesantes desde el punto de vista de la sostenibilidad, como la autosuficiencia energética, basada en el uso de paneles solares y geotermia, y la capacidad de ser un apreciable núcleo de biodiversidad que favorezca la conexión entre espacios naturales, posibilidad que impiden por completo las megaciudades.
Antes trenes, ahora plantas silvestres
Entre los proyectos, realidades más bien, para aumentar las infraestructuras verdes de ciudades, también hay otros aparentemente más discretos pero con resultados no menos espectaculares, en el sentido de magníficos resultados y de aceptación por los ciudadanos. Dos ejemplos a continuación.
No es un conjunto de edificios, pero sí una muestra de cómo una línea ferroviaria que discurría por una vía elevada, puede transformarse en un peculiar parque público, es el High Line Park, de Nueva York. Más de dos 2 kilómetros de vías hoy abandonadas, por las que circulaba un antiguo ferrocarril que repartía mercancías por varios barrios de Manhattan, se transformaron en un parque público lineal, en el que se han plantado muchas especies silvestres.
El diseño de las zonas ajardinadas recrea el paisaje que las plantas salvajes que crecieron durante los 25 años que estuvieron abandonadas las vías. Se eligieron además, por su resistencia y sostenibilidad, de manera que los paseantes disfrutan durante todo el año de la gran variedad de colorido y texturas de sus plantas perennes, arbustos y árboles.
De aeropuerto a parque
Lo que fue su primer aeropuerto hoy es el mayor parque de Berlín. Tempelhof se cerró al tráfico aéreo en 2008 y dos años después sus casi 400 hectáreas, incluidas sus pistas de aterrizaje, empezaron a ser disfrutadas por los berlineses lo mismo para patinar, que para pasear, hacer una barbacoa o practicar la jardinería.
Ahora se llama Tempelholf Feld y su conversión en parque para disfrute de la ciudad pasó por un referéndum. Hay espacio y libertad para todo y para todos. Bueno, para casi todo y casi todo el tiempo. Porque hay zonas del antiguo aeródromo que albergan áreas sensibles para la flora y la fauna que en algunas épocas están protegidas y restringidas al uso como espacios de conservación de la naturaleza. Incluso, entre marzo y finales de julio de cada año, no se puede acceder a la parte que hay entre lo que fueron las dos pistas del aeropuerto, porque son para protección temporal para las alondras en su época de reproducción.