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¿Es científicamente posible hacer que llueva (o que no llueva)?

La campana del santo en Santo Domingo de Silos era mágica. Con solo tocarla, las tormentas de granizo se disolvían en el aire y respetaban las magras cosechas de esta pequeña localidad de la sierra burgalesa. Más al norte, en Puentedey (comarca de Las Merindades), el toque de “Tentenublo” o “Tentenube” tenía parecidos efectos milagrosos gracias al repique de las campanas de la parroquia recitando la siguiente letanía: «Tente nublo, tente tú, que Dios puede más que tú. Si eres agua, vente acá. Si eres piedra, vete allá». En ambos casos, se pedía ayuda divina para que el pedrisco se fuera al pueblo de al lado.

En Tetir, Fuerteventura, todos los años se saca en procesión la imagen de San Andrés, a quien se le advierte de que si no logra traer agua para los sedientos campos majoreros será lanzado al barranco. En otras localidades españolas hubo sacerdotes más pragmáticos que, ante la petición popular de hacer rogativas para poner fin a terribles penurias, advertían a sus feligreses de que si había que hacerlo, se hacía, “aunque el tiempo no estaba para llover”.

Muchos siglos después, frente a la sequía o un gran nublado, los seres humanos seguimos invocando a la Virgen de la Cueva o a los científicos para lograr que llueva. Por desgracia, los resultados son semejantes en cuanto a su incertidumbre. Llueve cuando está de llover. Sin embargo, la ciencia lleva más de un siglo empeñada en lograr la utopía de fabricar lluvia artificial a demanda, fácil y barata. ¿Será posible lograrlo algún día?

Que llueva, que llueva

En 1881, el general estadounidense Daniel Ruggles patentó un curioso sistema para crear lluvia artificial basado en bombardear las nubes con dinamita que hacía estallar desde lo alto de un globo aerostático. Se basó para ello en la creencia de que durante las batallas, los cañonazos de la artillería formaban nubes y lograban que la lluvia cayera sobre el campo de lucha.

Otros menos ambiciosos lo intentaban a su manera, disparando cohetes de las fiestas sobre los nublados para incitarles a que soltaran su preciada carga acuática. Huelga decir que ninguno de los dos métodos logro resultados significativos.

Lluvia artificial en Fuerteventura

Haciendo caso omiso a San Andrés, la reseca Fuerteventura fue escenario de los primeros experimentos españoles para lograr lluvia artificial. En 1948 ya hubo algunos intentos de estimular artificialmente a las nubes desde aviones siguiendo las investigaciones de los norteamericanos Vicent Schaefer y el Premio Nobel Irving Langumiur, como solución a varios años de catastróficas cosechas. La prensa del momento dio mucha publicidad a estos experimentos, pero invariablemente enmudeció a la hora de aportar resultados.

Años más tarde, a partir de 1961, la isla fue campo de ensayos para la creación de lluvia artificial gracias al viejo sistema de los cañonazos. Un coronel, Leopoldo Castán y Sáenz de Valluerca, patentó el “método Castán”, consistente en instalar diversos depósitos de explosivos por toda la geografía insular para lanzar a toda nube que se acercara cohetes cargados con sustancias hidroscópicas. Tampoco hay datos de que lo lograra.

Más de 50 países los siguen intentando

A pesar de los fracasos, el sueño no se desvaneció. A finales de los años 70 se creó el Proyecto de Intensificación de la Precipitación (PIP), auspiciado por la OMM (Organización Meteorológica Mundial). Como países piloto para sus experimentos se escogió a Australia y España. En 1989, la casualidad o la fatalidad hizo coincidir uno de estos vuelos de aviones “sembradores de nubes” en Gran Canaria con unas terribles inundaciones.

Poco a poco, esos proyectos se fueron abandonado ante su escasa efectividad. En la actualidad, no hay ninguna investigación en curso en España que estudie la posibilidad de producir lluvia artificial. Pero muchos países siguen aferrados al sueño.

En Israel, México y los Emiratos Árabes han dedicado durante décadas muchos recursos y aviones a lanzar bengalas de yoduro de plata contra las nubes, pero a pesar de los ingentes esfuerzos económicos no han logrado aumentos significativos de las precipitaciones.

Según el AEMET, actualmente más de 50 países desarrollan proyectos que tratan de modificar artificialmente el tiempo. Superadas las épocas casi utópicas de convertir los desiertos en vergeles, actualmente estos trabajos se centran en incrementar modestamente las precipitaciones, no más de un 10-20%. Paralelamente, estudian cómo reducir el tamaño del granizo y los daños ocasionados en los cultivos, además de intentar dispersar las nieblas localmente.

No es tan fácil como parece

Todos los esfuerzos científicos para lograr la lluvia artificial se enfrentan a semejantes problemas. Por un lado, que en todos los experimentos es necesario un actor fundamental, las nubes. Si no hay nubes no hay lluvia, por mucho que disparemos sobre ellas cohetes o plata.

La segunda complicación es que no todas las nubes son iguales y, por lo tanto, no todas pueden producir lluvia cuando se las bombardea o riega. Las más efectivas son las denominadas “nubes orográficas”, las que contienen hasta un 100% de humedad relativa. Con los otros tipos ni siquiera se intenta, no merece la pena.

A pesar de tantos avances científicos la realidad es tozuda y en épocas de sequía no hay sistemas que condensen el agua de los cielos y la distribuyan plácidamente sobre los cultivos. Por la sencilla razón de que no hay nubes de lluvia que bombardear. Como explica Roelof Bruintjes, del Centro Nacional de Investigaciones Atmosféricas (NCAR) de los Estados Unidos y presidente del equipo de expertos sobre modificación artificial del tiempo de la OMM, «nadie puede fabricar o disipar una nube».

No es posible acabar artificialmente con las sequías

Aún en el caso de que tengamos las nubes perfectas en el momento apropiado y contemos con aviones para lanzar ese yoduro de plata que logra condensar la humedad y precipitar la lluvia de forma artificial, se podría hacer en una zona muy concreta y limitada, sin llegar a cubrir extensiones comarcales. Así que olvídense de la posibilidad de poner fin a las sequías con un cohete. Mucho más sencillo es tener sistemas de regadío eficientes y aumentar el ahorro de agua.

Porque además de los costes y la limitada eficacia, el problema de crear lluvia artificial son las escalas. Es posible lograr que llueva algo en una finca, pero que no le llegue agua a la del vecino.

Solo en algunos casos muy concretos la estimulación artificial de las nubes para provocar lluvia ha podido tener una justificación. Como cuando China supuestamente utilizó la siembra de nubes en Pekín justo antes de los Juegos Olímpicos de 2008 con el fin de limpiar el aire de contaminación, algo que algunos consideran una leyenda urbana.

Para lo que sí que puede servir esta tecnología es para acumular más nieve en invierno en las montañas. Porque poco se puede hacer cuando llega el verano. Por no hablar de los efectos secundarios, todavía no valorados, que estas modificaciones del tiempo atmosférico puedan tener en el medio ambiente.

No nos fumigan para provocar sequías

Últimamente, el mundo “mágico piruli” ha dado una voltereta mortal y tras siglos prometiendo lluvias milagrosas ahora denuncia contubernios conspiranoicos para que no llueva. Se basa en el disparate de los chemtrails, estelas de hielo provocadas en el cielo por la condensación del vapor del agua contenido en las emisiones de los motores de los aviones.

Algunos aseguran que esas estelas forman parte de un malvado plan a escala mundial para fumigarnos desde el aire y, según versiones, enfermarnos o provocar sequías. Enarbolan como pruebas los experimentos para producir lluvia artificial, que ellos interpretan torticeramente como control gubernamental del clima. Los más iluminados justifican tanta supuesta maldad con un acuerdo secreto del Gobierno español con el de Marruecos para que las cosechas españoles se sequen y sea necesario importar frutas y verduras del país norteafricano.

Todo es un inmenso desatino. Como subrayó a Newtral.es José Luis Sánchez Gómez, catedrático de Física Aplicada de la Universidad de León, en ningún caso es técnicamente posible disipar nubes. “Hay que tener en cuenta que la tormenta media contiene alrededor de un millón de toneladas de agua. Cuando llueve, precipita entre un 3 y un 5%, el resto permanece en la nube. Es imposible mover esa cantidad de agua”.

Así que no. Ni nos fumigan ni es posible disipar nubes y provocar sequías desde aviones. La propia AEMET ha aclarado que no se debe confundir la siembra de nubes y otras técnicas de modificación artificial del tiempo con las estelas de condensación de los aviones a las que alude la teoría de conspiración de los chemtrails.

Es verdad que cada vez llueve menos, pero los culpables somos todos nosotros y se llama cambio climático.

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Un comentario

  1. […] la misma forma que con las nubes artificiales se pretende conseguir que se produzcan las precipitaciones, la modificación de las nubes también se pueden utilizar para reducir el calentamiento global. En […]

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