El consumidor demanda, cada vez, más y mejor información de los productos que adquiere. Composición nutricional, impacto ambiental o cómo han sido elaborados son solo algunas de las informaciones que acompañan cada vez más a un mayor número de bienes.
De todas las etiquetas, de las más veteranas es la energética. Regulada por una directiva europea de 1992, busca aportar información al comprador del producto que va a adquirir. “Las etiquetas energéticas informan de la eficiencia energética y el consumo de energía de un producto y nos permiten, de una manera sencilla, comparar dos bienes según su consumo energético, sea una lavadora o una vivienda”, explica Ferran Rosa, director gerente del Instituto Balear de la Energía, organismo dependiente del Govern de les Illes Balears
Hasta día de hoy “las etiquetas energéticas se han utilizado para los productos que consumen mucha energía durante su uso. Buscan, por tanto, inducir una reducción de la energía consumida en el uso de una nevera o una aspiradora, por ejemplo”, explica Rosa. No obstante, la normativa europea de eficiencia energética -y la mayoría de las etiquetas- han dejado de lado el consumo energético para la propia fabricación del bien.
Y es que con el escenario actual, de la transición hacia una economía circular, “se plantea la revisión de la normativa europea de ecodiseño para tener en cuenta el consumo energético en la propia fabricación de objetos y bienes, de manera que se dé mayor transparencia sobre el impacto real del consumo de cada producto. Bienes con una gran huella energética como los textiles o algunos alimentos podrían pronto reflejarlo en su etiqueta”, añade.
Las prendas de ropa, ¿con etiqueta ambiental?
El impacto del fast fashion es evidente; la industria de la moda es la responsable del 8 % de las emisiones de gases de efecto invernadero. “Esta industria es una de las más contaminantes del planeta. En 2015, en un informe de la Fundación Ellen MacArthur se señalaba que anualmente se fabrican más de 100.000 millones de prendas”, explica Gema Gómez, directora de Slow Fashion Next plataforma de formación de moda sostenible
Unos impactos ambientales que pasan desapercibidos por muchos de los compradores de este tipo de ropa. Por lo qué, ¿es posible imaginarse una etiqueta ambiental en la ropa? “Llevo años en el sector y veo una clara progresión de demanda de información y una etiqueta de este tipo estaría muy bien valorada. Para esa camiseta de cinco euros, hecha cada vez más rápidamente y con cada vez menos mano de obra y de más mala calidad, si el consumidor viera que ha sido tejida por una niña de 11 años, o las abejas que han muerto debido a los pesticidas, la cosa cambiaría. Sería muy útil para concienciar al comprador”, explica Gómez
Algo en lo que también coincide Ferran Rosa. “Los consumidores tienden a ver con buenos ojos la etiqueta energética y las diferentes encuestas sobre la cuestión indican que sí influyen en la compra, si bien todavía se deben hacer esfuerzos para mejorar la comprensión de estas y adaptarse para que sean más transparentes”, añade Ferran Rosa.
Sea como fuera, tener en cuenta la etiqueta energética a la hora de adquirir un producto permite ahorrar a medio y a largo plazo en la factura eléctrica y combatir el cambio climático con pequeños gestos que a veces pasan desapercibidos.