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Eva Hesse, la artista que reutilizaba desechos para denunciar machismos

Nuestra serie ‘artistas que piensan en verde’ trae hoy a Eva Hesse, una mujer, una atormentada artista que, empleando materiales pobres y desechados para realizar sus esculturas minimalistas y conceptuales, supo hacerse un hueco en la historia del arte a pesar de la discriminación que sufrían las mujeres a mediados del siglo XX.

Nuestra serie ‘artistas que piensan en verde’ trae hoy a Eva Hesse, una mujer, una atormentada artista que murió con solo 34 años, y que nos interesa sobremanera por tres aspectos: Supo hacerse un hueco en la historia del arte a pesar de la discriminación que sufrían las mujeres a mediados del siglo XX. Fue pionera en emplear materiales pobres y desechados para realizar sus esculturas minimalistas y conceptuales. Y, tres, supo transformar su dolor, su fragilidad e inestabilidad emocional en una denuncia del estricto machismo que, por ejemplo, había vivido con su padre, abriendo así muchos caminos para dar visibilidad a tantos acosos, con tantas formas, a las mujeres.

En estas entregas mensuales sobre artistas que piensan en verde hemos recalado en grandes clásicos que supieron aprovechar el poder creativo y re-creativo de lo que muchos consideraban desechos pero que para ellos eran pura inspiración. Artistas como Kurt Schwitters (Hannover, 1887- Inglaterra, 1948) , Mario Merz (Milán, 1925 – Turín, 2003) y Arman (Niza, 1928 – Nueva York, 2005). Hoy queremos solventar ese menosprecio que tan a menudo ha enviado al cajón del olvido a las mujeres a lo largo de la historia del arte y reivindicar con todas las de la ley, el genio y el género a Eva Hesse (Hamburgo, 1936 – Nueva York, 1970); he de decir que una de las artistas que más me han impresionado nunca. Y por muchas razones. Vamos a contarlas.

Eva Hesse Fotografías de la escultora trabajando

Lo primero, porque, como podéis comprobar por sus fechas de función-nacimiento y defunción, murió muy joven, con tan solo 34 años. Y a pesar de eso, en ese corto lapso de tiempo supo hacerse su sitio en la difícil historia de las mujeres en el arte. Su carrera duró solo una década; ¿os imagináis adónde podía haber llegado si hubiese vivido 30 o 40 años más? Murió de un tumor cerebral, después de tres fallidas operaciones.

Nacida judía en los años 30

Eva Hesse nació en una familia judía en Hamburgo, y, claro, el tramo final de los años 30 no dibujaba el mejor panorama para una familia judía en Alemania, acechando como estaba el nazismo con toda crueldad. Así que los padres de Eva Hesse la enviaron a ella y a su hermana mayor a los Países Bajos con solo dos años. Poco después, los progenitores también huyeron de ese clima irrespirable. Se instalaron primero en Inglaterra y luego en Estados Unidos. Así que Eva Hesse pudo crecer y estudiar en Nueva York, e incluso tuvo como maestro a Josef Albers, extraordinario artista y profesor llegado de la Bauhaus, que también tuvo que huir por la presión nazi.

Eva Hesse comenzó como pintora expresionista (corriente que en Alemania había tenido mucha presencia en el periodo anterior a la llegada de Hitler al poder; luego los nazis les consideraron “arte degenerado”), pero pronto optó por la escultura como medio para expresarse. Opción que se consolidó cuando en 1961 se casó con el escultor Tom Doyle. A mediados de los años 60 la pareja se trasladó a vivir a un molino textil abandonado en la cuenca del Ruhr en Alemania -no mucho después se separaron- y es aquí donde surge el punto de interés que nos hace traerla aquí.

Allí, en ese apartado molino, Hesse comenzó a esculpir con materiales de fábrica que habían sido abandonados. Obras de gran expresividad hechas con simples piezas de látex o arcilla sin cocer, papel maché, restos de maquinarias, cuerdas, cera, cinta adhesiva… No le importaba en absoluto la nobleza del material; todo lo contrario. Quería reivindicar los materiales pobres, despreciados, tirados. Buscaba expresarse, la comunicación con el público, a través de texturas, del tacto. Ella misma era consciente de cómo los puristas y ortodoxos recibían sus obras, e incluso llegó a calificarlas de “acumulación de mierda”. Pero ella lo tenía claro, y siguió adelante. Lo que pudo. Un puñado de años.

Montones de mierda

Si nos fijamos, tras esos montones de mierda, podemos ver reflexivos procesos creativos y el equilibrio entre orden y caos. Trabajaba lo efímero, consciente desde el principio de su propia temporalidad, de la fragilidad de su cuerpo, de su cerebro. El hecho de que su madre se suicidara –padecía inestabilidad emocional causada por su trastorno bipolar y sin duda también por el poder controlador que ejerció sobre ella su marido; acabaron divorciándose- cuando Eva tenía solo 10 años también marcó esa manera de entender el mundo, la vida, el arte, la mujer, el hombre, la sociedad, nuestro paso por aquí, todo. Siempre estuvo convencida de que había heredado el tormento emocional y la ansiedad de su madre. Y así se convirtió en otra de esas valientes mujeres que supieron transformar el dolor y el sufrimiento, los traumas, en arte, encauzarlos por esa vía, como Frida Kahlo. En sus diarios reflexionaba sobre la muerte, la lucha y –algo que le confiere absoluta actualidad– el machismo, en una línea creativa con ecos inquietantes que nos recuerdan a la artista francesa Louise Bourgeois.

Ahora la mayor colección de obras suyas –más de 20- se encuentra en el MoMA de Nueva York, donde la descubrí en los años 90 y quedé impresionado, por su contundencia con los mínimos recursos, por su estricta sencillez, por la solidez de su fragilidad. Como buena representante del post-minimalismo y del arte povera. En el museo neoyorquino podemos ver, por ejemplo, la que quizá sea su obra más conocida: Ringaround Arosie. En una carta escrita a su amigo el famoso artista Sol LeWitt, Hesse describió esta obra como un «pecho y un pene». La construyó con cables eléctricos cubiertos de tela sobre masonita (tablero de fibras de madera comprimidos) tratado con papel maché. Aunque Hesse inicialmente hizo esa comparación con partes del cuerpo masculinas y femeninas, más tarde se refirió a ella como un «trabajo de los senos» con un «pezón rosado y otro blanco».

Cuando el dolor se hace arte

Interesante este texto con la descripción del arte de Hesse en el blog de Galantiqua , titulado Cuando el dolor se hace arte: “El arte de Eva es ser, es vida, es un espacio anterior a la palabra y a las imágenes. Su obra es un cuerpo lleno de fragilidad, igual que la mente humana, cuerpo que se sostiene por una armadura material que se arruga, que muda, como si de la piel que nos recubre el cuerpo se tratara. Por eso la artista usaba materiales simples, que nadie quería, como si estuviera comparándolos con el odio que mostramos hacia nuestro propio cuerpo. Se involucraba en la obra, buscaba la calidad de la pieza a través de la potenciación del material, dejaba que él definiera el proceso con su manejo, hacía de sus cambios parte de la pieza sin modificarlo, sin cambiarlo, dejándolo libre para que definiera el propio significado”.

Y en su blog, la comisaria Concha Mayordomo, donde da entrada a las mujeres en el arte, escribe: “La obra de Hesse se estudia dentro de diferentes movimientos como el arte povera, el arte conceptual y el land-art, y se encasilla en todos ellos porque su característica principal es la experimentación continua con nuevos materiales y formas, lo que supuso una propuesta fresca, diferente y poderosa que devolvió el sentido emocional a las obras hechas a mano, a lo artesanal, a lo visceral, a todo aquello que aprendió en sus años de formación y que Josef Albers le supo transmitir”.

La ciudad de Nueva York sigue mostrando su admiración por esta artista, desconocida en España. Así, entre las primeras exposiciones que se han montado tras los cierres de la pandemia está Eva Hesse and Hannah Wilke: Erotic Abstraction,  en Acquavella Galleries, que muestra el diálogo de estas dos artistas en torno al cuerpo y la sexualidad femeninas. En la reseña en The New York Times sehan fijado en el proceso de Eva Hesse para antropomorfizar materiales humildes y que barnices, restos de ferreterías, cordones y virutas de madera hablen de género y sexualidad. “Los cordones que cuelgan sugieren penes flácidos o una especie de agotado y discontinuo balanceo de partes del cuerpo que alguna vez contenían energía”. Su apología del anti-machismo. Y en la crítica de The Observer destacan: “Con énfasis tanto en los objetos como en la instalación, esta exhibición profundiza en algunas de las obras más seminales creadas por ambas mujeres. La muestra considera el papel que juegan la sexualidad femenina, el cuerpo, el minimalismo, la abstracción y lo erótico en el trabajo de ambas artistas y las formas únicas en que los exploraron”.

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