Al igual que ocurriera con el COVID-19 hace dos años, la guerra en Ucrania vuelve a poner nuestras vidas patas arriba, cuestionando nuestra forma de entender el mundo en más de un sentido. A la crisis humanitaria y de abastecimiento de productos básicos en Europa, se suma una crisis energética que puede tener importantes implicaciones en la agenda climática mundial.
El Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, advertía recientemente que el objetivo de limitar la temperatura global a 1,5 °C por encima de los niveles preindustriales, meta establecida en la cumbre del clima (COP26) el año pasado, podría estar en peligro si los países responden a la agresión rusa aumentando el uso de combustibles fósiles.
En una comparecencia sobre el clima en Londres, recogida por el periódico The Guardian, Antonio Guterres ha lamentado que los países con mayor dependencia de los combustibles fósiles rusos estuvieran buscando soluciones a la crisis energética aumentando las importaciones de hidrocarburos en Qatar o Arabia Saudí, en lugar de apostar decididamente por las renovables u otras fuentes de generación de energía más limpias.
La situación no es nada optimista
Nos jugamos mucho. Mantener la actual situación, en la que la temperatura global es de media 1,1 grados más alta que en el periodo preindustrial, no es suficiente. De continuar así, en 2040 se alcanzaría los 1,5 grados de media, en 2060 los 2 °C y en 2100 llegaríamos a 2,7 °C, asegura el último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), en el que han participado 234 expertos de 66 países.
Sin embargo, para combatir la crisis energética, los países europeos con mayor dependencia de los combustibles fósiles de Rusia se inclinan por el aprovisionamiento energético y el incremento de las instalaciones de Gas Natural Licuado (GNL): Alemania apostando por aprovechar las terminales de gas licuado existentes en la costa europea occidental e Italia invirtiendo en regasificadoras flotantes.

Por su parte, en España, se ha vuelto a reabrir la controversia sobre la energía nuclear y también, de una forma especial, el debate sobre la prospección de hidrocarburos con el objetivo de reducir la dependencia energética del exterior. En concreto, del gasoducto del norte de Argelia o de los buques metaneros procedentes del Perú, Trinidad y Tobago o Nigeria. “España es un país con una gran dependencia energética, casi todo el petróleo y el gas vienen del exterior, por lo que es necesario investigar los recursos naturales en nuestro propio país”, señalan desde el Ilustre Colegio Oficial de Geólogos (ICOG).
Yacimientos de gas y petróleo
Los partidarios de permitir nuevas autorizaciones para la exploración e investigación de hidrocarburos argumentan que en España hay millones de metros cúbicos de gas bajo el suelo que serían suficientes para 70 años en el caso del gas natural y de 20 años en el caso del petróleo. Se trata de nuevos yacimientos, pendientes de exploración, con importantes recursos en Álava (País Vasco) y Canarias, fundamentalmente.
Sin embargo, la Ley 7/2021 de Cambio Climático prohíbe la prospección de nuevos yacimientos de gas y petróleo en todo el territorio nacional, incluido el mar territorial. “Europa necesita energía”, sostiene el director gerente de la consultora ambiental Azentúa, Luis López-Cózar. “El gas natural producido localmente contribuye no solo a reducir la dependencia energética de cualquier territorio sino también a combatir el cambio climático”.

Consumo de cercanía
Según un estudio realizado por Azentúa para la Asociación Española de Compañías de Investigación, Exploración y Producción de Hidrocarburos y Almacenamiento Subterráneo (ACIEP), el gas natural importado de terceros países tiene una huella de carbono mucho más alta que el producido a nivel nacional. “Uno de los conceptos ambientales más repetidos durante los últimos años es que el consumo de productos locales contribuye a frenar el cambio climático. Lo que no es tan conocido es que esta máxima se puede aplicar igualmente a otros productos de gran valor estratégico como el gas natural”, sostiene Luis López-Cózar. “Cuanto más cerca nos encontramos de la fuente de producción de gas natural más baja es la huella de carbono y, por lo tanto, menor es la contribución al calentamiento global del planeta causante del cambio climático”.
El informe analiza el ciclo de vida completo del gas natural, desde la cuna a la tumba, como se denomina en el argot técnico. Concluye que si todo el gas consumido en España se produjera de forma local se podría evitar la emisión a la atmósfera de 18 millones de tCO2 al año aproximadamente, es decir, el equivalente a la fijación de carbono de todos los árboles de la provincia de Sevilla o la energía producida por 118 millones de paneles fotovoltaicos.

Transición energética
“La electrificación y las renovables van a ser grandes protagonistas del futuro, pero también van a ser imprescindibles los biocombustibles, los combustibles sintéticos, el hidrógeno y la captura y almacenamiento de CO2”, apunta el director de Azentúa.
En opinión de Luis López-Cózar, a pesar de que las energías renovables son el motor principal para alcanzar una economía baja en carbono, el gas natural se ha convertido en un claro aliado para dar soporte a esta transición energética que ya ha comenzado. “El problema de las energías renovables es que no se pueden almacenar. Los episodios de calima del desierto que hemos vivido en España (durante los días en los que se hemos recibido la intrusión de polvo del Sahara la generación de energía solar ha sido nula) ponen de manifiesto que necesitamos un mix energético en el proceso de descarbonización de nuestra economía, permitiendo seguir introduciendo renovables en el sistema energético y desplazando a los combustibles fósiles más contaminantes de forma rápida y eficiente”.