Ahora que el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza de Madrid acoge una gran exposición dedicada a pintores alemanes expresionistas que fueron considerados “degenerados” por los nazis, aprovechamos para recuperar aquí a otro de esos grandes artistas despreciados y condenados: el alemán Kurt Schwitters (1887-1948). Pintor, escultor, poeta y diseñador gráfico que hace 100 años ya hacía arte con desechos reciclados. Schwitters empleaba materiales rescatados de la basura para componer sus dadaístas obras. Hoy le dedicamos esta primera entrega de un año que ha arrancado movidito.
En los cuatro años que llevamos abriendo aquí una ventana a los artistas que piensan en verde hemos traído a varios clásicos, como Mario Merz y Arman . No podíamos olvidarnos de un pionero del collage y el reciclaje artístico.
Kurt Schwitters solía presentarse así: “Soy quien se decidió a abrirse camino por su cuenta juntando billetes de tranvía, envoltorios de queso, suelas rotas, alambres, plumas o trapos viejos, y colocándolos en los nichos de una construcción llevada a cabo en el interior de su propia casa”. Iremos viendo a qué se refería…

Schwitters trabajó principalmente la técnica del collage. Y le podemos considerar un adelantado en el empleo de objetos y desechos que encontraba en la basura, algo que con el tiempo, y sobre todo a partir de la entrada del siglo XXI, se ha convertido ya en tendencia creativa, necesaria tendencia. Inventó la palabra merz para definir su obra y fundó una revista con ese mismo nombre, publicada entre 1919 y 1923. Que sea como el apellido de otro de los artistas que se han asomado por aquí, el italiano Mario Merz –maestro del arte povera–, es pura coincidencia. Merz fue un término acuñado para describir sus propios proyectos, como una alternativa dadá, ya que fue uno de los principales agitadores de este movimiento. Esa palabra, como la misma dadá, fue un hallazgo fortuito surgido durante el proceso de composición de un collage en el que incluía fragmentos de periódico.
Posteriormente, llamó a todos sus proyectos con variaciones del nombre, como Merzbau. De todas las contribuciones artísticas de Schwitters, Merzbau es, sin duda, su obra principal; se la ha calificado como antecedente de las instalaciones artísticas.

Una realidad ‘merz’ a partir de desechos y ruinas
Utilizando una técnica de collage que se servía de objetos y materiales de la naturaleza más heterogénea, creó una visión del mundo profundamente individual, una anti-ideología a la que llamó Merz. No es de extrañar que apelara a esa anti-ideología en unos tiempos políticos tan convulsos en Europa. Hasta los últimos años de su carrera, todo se transformó en manos de Schwitters en Merz, en esa nueva realidad a partir de desechos, ruinas.
¿Pero qué fue esa Merzbau que podemos considerar una precuela de las instalaciones y del upcycling artístico?

A comienzos de los años 20, Schwitters inició la construcción de una columna, una fantástica estructura, que poco a poco iba a ir dominando la casa que habitaba en Hannover. La bautizó como Columna Merz en estructura Merz; trabajó en ella hasta 1936 con los más insólitos e inesperados materiales encontrados, desde billetes de transporte a botones y pedazos de tela, recuerdos aleatorios de la vida cotidiana complementados con trastos, yeso y pintura al óleo. El Merzbau creció progresivamente, historia tras historia. El alemán trabajó intensamente en esa interminable columna de anhelos. Sobre los muros fueron apareciendo columnas, y sobre las columnas otras que a su vez contenían huecos que albergaban diversas reliquias del autor, de su familia y de sus amigos. La obra se tornó laberíntica al modo del Ulises de Joyce editado en esos mismos años. Se dice además que el artista “tomaba desechos como materia prima para la ejecución de sus obras, porque estos eran el fiel reflejo de la civilización”.
Él mismo definió este proceso artístico como consecuencia del momento histórico, entreguerras, que le había tocado vivir: “La Gran Guerra ha terminado; en cierto modo está en ruinas, así pues, recojo sus fragmentos, construyo una nueva realidad”.
Una instalación con trozos de uñas y mechones de cabello
La columna fue apoderándose de la casa del artista y, cuando ya no pudo hacerla crecer más por falta de espacio, desalojó a los inquilinos del piso superior, agujereó el techo y continuó con el trabajo. Además, cada una de las cavidades estaba dedicada a alguno de los artistas plásticos de su época y contenía “detalles íntimos de la persona”…. : un mechón de cabello, la punta de una corbata, un lápiz de dibujo, un trozo de uña, una dentadura postiza y hasta un frasco con orina; cada cosa colocada meticulosamente en la caverna correspondiente a cada personalidad.
Schwitters consideraba este fantástico objeto arquitectónico como la quintaesencia de la obra de su vida. Nada, salvo la muerte de su esposa, Helma, le afectó más intensamente que la noticia de que el Merzbau, que tuvo que abandonar huyendo de la persecución nazi, había sido destruido en un bombardeo durante la Segunda Guerra Mundial. Por eso le habría complacido extraordinariamente ver su reconstrucción en Hannover en 1983, símbolo del anhelo que siempre sintió Schwitters por la unificación de todas las artes y, además, símbolo de la re-significación y puesta en valor de materiales antes despreciados en el arte. Su inclinación hacia la obra de arte total.
Una vida de retales históricos
Aparte de su obra, a Schwitters se le recuerda como un tipo muy bromista, y a veces con un sentido del humor de bastante mal gusto. Su teoría del collage la llevó hasta el extremo. Solía llevar encima un cuchillo bien afilado para recortar cosas para su arte y más de una vez fue visto recortando cuidadosamente pedazos de linóleo en la casa de alguna infeliz señora que le había invitado.
Su vida también fue un collage compuesto de lúgubres retales históricos. En 1937, con el nazismo en pleno esplendor, su arte fue denostado y tuvo que huir de Alemania al ser considerado por el régimen hitleriano poco menos que un terrorista. Ese año emigró a Noruega, pero al ser también invadido este país por Alemania en 1940, se trasladó al Reino Unido, donde residió hasta su muerte. En el exilio continuó sus Merz, aunque para sobrevivir pintó también arte convencional. En sus últimos años tuvo que soportar la ruina de otra Guerra Mundial. No es de extrañar que apelara una vez más al collage de desechos, a la reconstrucción dadaísta y anti-ideológica. Murió en 1947 en la miseria.

Las décadas posteriores trajeron un justo reconocimiento a su trabajo creativo. Su incorporación a la obra de arte de materiales sin valor sirvió de referente, tras la Segunda Guerra Mundial, a muchos de los movimientos artísticos que se difundieron por entonces, desde el informalismo al pop art. En España podemos ver interesantes obras de este polifacético artista en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, en Madrid, que, por cierto, tiene programada hasta primavera (hasta el 14 de marzo) una muy interesante exposición sobre pintores alemanes que fueron considerados “degenerados” por el régimen nazi y que después marcaron interesantes hitos del arte europeo.
“Así conocí la maldad del mundo”
Terminamos reproduciendo partes de sus diarios que nos dan una idea más aproximada de lo interesante de la personalidad de este pionero del upcycling artístico. Textos que se incluyeron en Vida de Kurt Schwitters, de Werner Schmalenbach, dentro del catálogo de la exposición que la Fundación Juan March de Madrid dedicó al pintor en otoño de 1982:
“Mi nodriza tenía la leche cortada y escasa (…). Así conocí la maldad del mundo, sintiéndola en mi propio cuerpo. Rasgo fundamental de mi persona: la melancolía. Hasta 1909, al margen de numerosos viajes a diversos lugares, viví en Hanover (Revon). Yo mismo me llamaba Kuwitter; me orinaba y era encerrado en el cuarto de baño. En la Pascua del 98 comencé en el colegio Realgymnasium I Hanover. Por así decirlo, fui un alumno con talento”.
Schwitters narra, dentro de este contexto, un acontecimiento que ensombreció posteriormente toda su vida. En el pueblo de Isernhagen, junto a Hanover, tenía un pequeño jardín: “Rosas, fresas, una montaña y un lago artificial. En otoño de 1901 me destruyeron los chicos del pueblo todo mi jardín ante mis propios ojos. De pura excitación, me dio el baile de San Vito. Pasé dos años enfermo, totalmente incapacitado para trabajar”. Schwitters sufrió durante toda su vida de ataques epilépticos, aunque con la edad fueron haciéndose menos frecuentes.

En 1917 Schwitters fue llamado a filas. Sirvió como soldado en Hanover, de marzo a junio de 1917. Por incapacidad militar fue destinado inmediatamente a una oficina. Sus diversos intentos para librarse del servicio militar, como por ejemplo, denominar a los oficiales con un rango superior al que ostentaban, le condujeron a una pronta expulsión. Schwitters mismo cuenta su etapa militar: “En la guerra, me he salvado para la patria y para la Historia del Arte, por la valentía demostrada… por cierto, en las oficinas”.
En 1933 comenzó en Alemania la dominación de los Nacionalsocialistas. Schwitters no pudo ser perseguido ni por motivos raciales ni políticos; sin embargo, como artista, fue para los nuevos gobernantes una espina clavada en el ojo. La vida en Hanover se hizo para él cada vez más peligrosa, especialmente cuando en 1936 su amigo Christof Spengemann fue condenado por haberse manifestado políticamente como Socialdemócrata.
En 1937 se puso la situación muy seria; obras de Schwitters fueron expuestas, para vergüenza pública, en la exposición Arte Degenerado, en Múnich. Sus obras fueron retiradas de los museos alemanes.(…) Schwitters estuvo especialmente deprimido durante los primeros años del exilio. (…) Una melancolía creciente que dominó la última década de su vida; su humor, que nunca le abandonó, adquirió un carácter incisivo e hiriente”.