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Contaminación

La «basuraleza» que no se ve

Era el año 1939 cuando el químico suizo Paul Hermann Müller sintetizó lo que al poco tiempo se bautizaría como el insecticida perfecto: eliminaba a mosquitos y otros vectores portadores de enfermedades tan letales como la malaria o la fiebre amarilla. Ese insecticida fue el dicloro difenil tricoloroetano, más conocido como DDT, y su éxito tuvo tal repercusión a nivel mundial, que le valió el Premio Nobel de Medicina en 1948.

Pero esta historia de éxito tenía una cara B, una desconocida cara B. Con el paso de los años se descubrió que el DDT tenía un elevadísimo poder de bioacumulación, es decir, que los insectos a los que eliminaba y que servían de alimento para sus depredadores, como pájaros, les acompaña también el DDT que habían aplicado en el campo. Así, los animales morían con unas concentraciones del químico anormalmente elevadas más teniendo en cuenta que sobre ellos no se les había aplicado plaguicida.

Años más tarde, esta historia serviría de base para uno de los libros de denuncia ambiental más famosos, La primavera silenciosa, donde la autora se hacía eco la ausencia de pájaros durante la primavera. Desde el 1972, el mismo compuesto que le valió el Nobel, fue prohibido.

La silenciosa presencia de compuestos peligrosos

El caso del DDT es uno de los más conocidos, pero no es, ni mucho menos, el único. Otros son mucho más cercanos tanto en el tiempo. Y es que hoy día se encuentran concentraciones preocupantes de productos químicos o medicamentos en lagos, embalses o mares. Es habitual detectar antidepresivos en los ríos urbanos que llegan, al medio acuático, cuando las aguas residuales que los portan no se depuran correctamente. Así lo puso de manifiesto el artículo publicado en la revista Environmental Pollution donde colaboraron investigadores de la Facultad de Biología de la Universidad de Barcelona y el Instituto de Ciencias Marinas de la Universidad de Portsmouth (Reino Unido). “Es posible que los cócteles no maten especies marinas, pero nos preocupan los efectos subletales que pueden causar algunos contaminantes y dañar la salud de los ecosistemas marinos”, explica el investigador Alex Ford, miembro de la universidad inglesa.

Así, compuestos inicialmente inocuos, pueden causar daños en el medio y a las personas. Y a veces los utilizamos sin saberlo, como es el caso del fibrocemento. Conocido comercialmente por uralita, se comercializó de forma masiva por su bajo precio y durabilidad. Utilizado para techos de naves industriales, depósitos de agua, tuberías, pastillas de freno en vehículos fue un gran aliado para el sector industrial durante décadas. Con paralelismos asombrosos con el DDT, el fibrocemento con amianto se extendió rápidamente hasta que empezaron a parecer indicios de su toxicidad. Su manejo es peligroso cuando el fibrocemento se maneja sin los equipos de protección individual correspondientes, ya que, por inhalación y exposición prolongada puede causar asbestosis y cáncer broncopulmonar entre otros.

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