fbpx

La extraordinaria experiencia de viajar a la Antártida

Ni todos los días, ni siquiera una vez en la vida en la inmensa mayoría de los casos, pueden los periodistas, especializados o no, conocer por sí mismos ese lugar para la ciencia por excelencia que es la Antártida. Esta última campaña polar la periodista Rosa Tristán ha sido una de las afortunadas que ha tenido la oportunidad de conocer por sí misma aquel escenario que todos los colegas querríamos pisar.

No todos los días puede un o una periodista, ambiental o científico por más señas, desplazarse al lugar donde se cuece el conocimiento de las más variadas disciplinas, donde científicos de prácticamente todos los países del mundo dedican una parte de su tiempo a tomar sobre el terreno datos que aportarán una base empírica a proyectos de investigación quizá iniciados y continuados a miles de kilómetros.

Ni todos los días, ni siquiera una vez en la vida en la inmensa mayoría de los casos, pueden los periodistas, especializados o no, conocer por sí mismos ese lugar para la ciencia por excelencia que es la Antártida. Pero cada campaña polar durante el verano austral, el periodo que va de diciembre a febrero, las dos bases de investigación españolas, se reabren para los científicos y, también, para unos pocos y afortunados periodistas. Que también, como los investigadores, tomarán información sobre el terreno para contar a la sociedad lo que allí se investiga y aprende, su importancia, su repercusión y su trascendencia. Los periodistas que viajan a la Antártida lo hacen como parte de la campaña anual, para desarrollar actividades consideradas como “de interés social para el fomento de la comunicación y divulgación de las actividades de la Campaña Antártica Española y se encuadran dentro de la campaña siempre que, tras organizar la campaña científica, existan plazas disponibles para transporte y alojamiento en las instalaciones españolas”, según se expresa en los documentos del Comité Polar Español.

La ventura de Rosa Tristán

Esta última campaña polar la periodista Rosa Tristán ha sido una de las afortunadas que ha tenido la oportunidad de conocer por sí misma aquel escenario que todos los colegas querríamos pisar. Pero, ojo, quien esto firma no escribirá ni por casualidad la palabra suerte. Porque Rosa Tristán se ha ganado a pulso esa oportunidad. Primero, porque es una periodista especializada en ciencia y medio ambiente de larga y acreditada trayectoria y experiencia. Y, segundo, porque para que el Comité Polar Español aceptara su participación en la última campaña, que hace ya la número 33, Tristán presentó un proyecto de comunicación muy sólido.

Su visita a la Antártida a primeros de año, supuso «quitarme la espinita que se me quedó hace años, en el Año Polar Internacional, en 2007, en que estuve a punto de ir pero finalmente no pudo ser y se me quedó en el horizonte una gran aventura profesional y personal». En estos años ha tenido ocasión de acercarse mucho más a la ciencia polar «porque se dio la circunstancia de que empecé a trabajar en el proyecto Trineo del viento, con Ramón Larramendi, que ha sido una inmersión más profunda en más aspectos del trabajo de los científicos tanto en el Ártico como, sobre todo en el caso de España, en la Antártida». De manera que, como evolución natural «a medida que te vas adentrando más en el conocimiento de un tema, más ganas te dan de poder participar de personalmente de eso. Surgió la oportunidad al enterarme de la convocatoria del Comité Polar Español a medios de comunicación y periodistas para presentar un proyecto de comunicación y así poder optar a esa oportunidad de participar en una campaña polar española y me presenté».

Periodista freelance, como tal hizo un proyecto de difusión que abarcaba tanto medios convencionales, como televisión, radio y prensa impresa, como blogs que suponía «hacer reportajes y noticias, con distintos enfoques, para canales muy diferentes, lo que permite ampliar esa difusión a públicos más diversos. Presenté el proyecto y lo aceptaron. Y fue una gran alegría, la verdad».

Sus crónicas desde la Antártida están publicadas en su blog personal, Laboratorio para sapiens, y en el blog Somos Antártida, en el que Rosa Tristán es coautora junto con el divulgador científico Jose Miguel Viñas; las ha contado en el programa de RNE, Reserva natural, y ha publicado un amplio reportaje en la revista dominical El País Semanal, entre otros. Un proyecto potente con el que la periodista ha podido cumplir los objetivos del proyecto propuesto «que eran, sobre todo, darle la máxima visibilidad posible a la ciencia antártica. Y el retorno que he recibido, tanto de los científicos como del Comité Polar Español, es muy positivo. Por ese lado, la verdad es que estoy muy satisfecha».

Preparativos de viaje

Un viaje de estas características no comienza al poner el pie en el avión, en este caso el 3 de febrero; sino mucho, mucho antes. Aparte de la complejidad de preparar un equipaje con ropa para un mes, que abrigue mucho y pese poco, para participar en una campaña polar hay que cumplir obligatoriamente con algunos requisitos y trámites. «Primero, hay que asistir a una jornada que organiza el Comité Polar Español, donde se reúnen todas las personas que van a participar en esta campaña, en este caso las 200 personas que participábamos en esta edición. Es un requisito imprescindible asistir a esta jornada. Fue en octubre, en el Ministerio de Ciencia e Innovación, y asistieron todos, militares, técnicos, científicos, etc. Ahí te hacen un repaso de lo que son las bases, la normativa, lo que tienes que cumplir, etc. Es como un primer adelanto».

Además hay que pasar un reconocimiento médico «muy exhaustivo. Te hacen todo tipo de ecografías y hasta te ve un psiquiatra. El médico del Comité Polar tiene que poder certificar que no tienes ningún mal, nada que te pueda impedir ir o que pueda dar la cara allí, porque luego sería muy complicado evacuar a alguien. Además también hay que ponerse un montón de vacunas».

Rosa Tristán tiene muchos kilómetros a su espalda, con viajes por prácticamente toda la geografía mundial. Aún así, siempre hay algo nuevo, algo que sorprende. Y esta vez no fue una excepción. «En esa jornada nos dieron algunos consejos para preparar el equipaje y nos dijeron que teníamos que aspirar la ropa, para intentar que no fuera ningún resto de ningún organismo ajeno a la Antártida y que pudiéramos nosotros ser agentes transmisores. Claro me llamó la atención. Y me puso de relieve el cuidado extremo que el Comité Polar español tiene para que el impacto que genera la gente que va allí sea el menor posible».

En el Hespérides

No cabe duda de que es un viaje lleno de experiencias, que los ojos de una periodista ambiental y científica, valoran y aprecian de una determinada forma. «Quizá los intereses, desde el punto de vista profesional y personal, que puedas tener sean algo distintos de los de otras personas. A mí, desde luego, viajar en el Hespérides, que es un buque emblemático de la ciencia española, y mucha de ella ciencia ambiental, ya es un hito. Me emocionaba saber que iba a estar allí varios días y que, además y precisamente, iba a cruzar en él hacia la Antártida».

Una de las primeras cosas que hizo mientras surcaban el mar de Hoces o paso del Drake fue «intentar conocer a todos los científicos que había a bordo. Porque si algo yo creo que tenemos los periodistas es que nos gusta absorber el conocimiento de los demás. Y para mí eso era una prioridad. Enseguida me di cuenta de que estaba rodeada de gente que sabía mucho y de la que aprender. Quizá algunas veces hasta les exprimía un poco pidiéndoles que me contaran qué iban a hacer. Tenía un dossier de prensa, claro, pero yo soy un poco de la vieja escuela y me gusta vivir las cosas, y creo que a casi todos los periodistas lo que nos gusta es eso y por eso nos encanta nuestra profesión. Entonces, conocerles a ellos, los laboratorios del Hespérides, cómo funcionan, cómo se organiza allí el trabajo es una gran oportunidad y tienes la sensación de que hay que aprovechar cada momento». Recuerda Rosa Tristán que «antes de ir, había gente que me decía “disfrútalo, no te pongas a trabajar como una loca, intenta relajarte y disfrutarlo”. Y de verdad que lo disfruté, pero relajarme me costó. Aunque también formaba parte de mi disfrute. Porque me gusta y estoy ahí para contarlo».

Tras una singladura con el mar en calma y con el permiso del comandante para «que subiera al puente de mando cuando quisiera. Y allí que me iba con mis prismáticos a ver si veía ballenas o lo que fuera». Le propusieron quedarse dos días más a bordo, para que viera cómo se trabaja en el barco, desde el punto de vista científico. «Para mí fue muy interesante, porque, aunque el objetivo era llegar a las bases, el barco es una de las instalaciones científicas singulares de España, junto con las propias bases. Así que estuvo muy bien haber vivido ese trabajo allí y ver cómo se hacía la ciencia desde el barco, por ejemplo con un equipo de la Universidad de Granada que iban recogiendo sismógrafos en distintos puntos del mar».

La vida en las bases antárticas

Las bases antárticas españolas (BAE) Juan Carlos I y Gabriel de Castilla, están en las islas Shetland del Sur, la primera en la isla Livingston y la segunda en la isla Decepción. Tristán estuvo en ambas, por espacio de casi 20 días. Integrada en la vida diaria de los equipos científicos y técnicos, como testigo privilegiada de su trabajo, saliendo con ellos al exterior en sus desplazamientos y compartiendo espacios y rutinas. Lo que implicaba lo mismo subir a un glaciar que poner la mesa y fregar los platos, tarea de la que allí no se libra nadie, «ya puedes ser científico, periodista, guía de montaña o jefe. La gente se organiza, en grupos de tres, para poner mesa y quitarla».

Pero, como lo primero es lo primero, «nada más llegar nos hicieron una visita guiada y nos dieron las normas. Enseguida te dan un walkie talkie que siempre tienes que llevar encima cada vez que sales de las bases. Porque es verdad que en esa base, que parece una base extraterrestre y es muy moderna y muy cómoda, se está tan a gustito que a veces se olvida del entorno tan peligroso en el que estamos, que está en el fin del mundo y tiene sus riesgos. Por eso siempre hay que avisar que se sale y que se entra al jefe de la base, que cuando yo estuve era Jordi Felipe, de la unidad de Tecnología marina del CSIC, que son los que llevan la gestión de esa base. Hay un montón de laboratorios y los científicos que venían conmigo en el barco ya estaban totalmente organizados y distribuidos, con todos los equipos desplegados y ya trabajando. Cada uno se busca su espacio y se ponen como si llevaran allí ya mucho tiempo».

Si no es por una cosa, es por otra, pero ocasiones para la sorpresa no faltan, ya sean antárticos veteranos o principiantes «este año junto a científicos que ya llevan muchas campañas también había un grupo que no habían estado y esa mezcla de vivencias fue muy interesante vivirla; porque son dos formas de percibir lo que estás viendo. Los veteranos decían “¡qué bien que viene gente nueva!, porque cuando llevas viniendo varios años, a veces ya no te das cuenta de lo que estás viendo, ¡ah, sí, otro pingüino; ah, sí, otra ballena!”. Pero ver de repente esa ilusión en la cara de los que llegan por primera vez, decían que les reavivaba el magnetismo que tiene la Antártida».

El pronóstico meteorológico, la guía fundamental para la toma de decisiones

Magia aparte, la vida en las bases se rige por unas rutinas diarias que se organizan cada tarde antes de la cena, en una reunión en la que participan todos los científicos y técnicos, «cada grupo científico decía cuáles eran sus planes del día siguiente, si van a estar en el laboratorio, si tienen que hacer alguna salida al exterior o lo que sea. Y así, en función de los planes de cada grupo, el jefe de la base organiza los equipos: “tú te vas con este; tú con el otro; estos necesitan ir a la base búlgara, pues la zodiac se va con ellos”. Y tanto yo misma como el fotógrafo, Fernando Moleres y su compañero cámara, como lo que queríamos era salir fuera, más que estar en los laboratorios, pues decíamos con quién querríamos ir. Entonces el jefe de la base, Jordi Felipe, de la Unidad de Tecnología Marina del CSIC, distribuía los equipos. Todo había que cuadrarlo muy bien, porque tú no te puedes ir sola a ningún lado. Siempre tienes que ir acompañada de alguien. En cada base, cada científico cuando se traslada, tiene que llevar un apoyo. Y tampoco pueden ir dos personas que no han ido nunca: siempre, aunque lleves el walkie talkie, tienes que ir con alguien que ya se lo conoce».

Eso sí, la guía fundamental para la toma de decisiones es el pronóstico meteorológico. Así, al principio de la reunión, «nos daban la previsión meteorológica diaria con gráficos y todo tipo de explicaciones, como en la tele. Es uno de los servicios fundamentales de la AEMET en la Antártida. “Pues mañana va a haber viento brutal, hará sol pero con un viento huracanado”. Entonces, claro los del grupo del Instituto Geográfico Nacional, que instalaron una antena en el monte Reina Sofía para recepción de imágenes de satélites para control de la masa del glaciar, o los que utilizaban drones o los que tenían que ir a los glaciares, pues se decide que mañana no se sube porque no se va a poder estar arriba del monte. O “no puedes ir a tal sitio porque la zodiac, en estas condiciones que va a haber marejada, no puede salir y llevarte”. La gente lo entendía perfectamente, si no se puede no se puede. Sabes dónde estás y que la naturaleza ahí es imprevisible.  Y en función de lo que había, yo decía “pues a mí me gustaría ir a esto o a esto”. Yo desde el principio decía que quería subir al glaciar, y Jordi me dijo “tranquila que vas a subir, pero ya diré yo el día, no te impacientes”, porque dependía de cuándo las condiciones fueran seguras y cuándo había personal para que nos acompañara a los periodistas, porque teníamos que ir encordados, con guías de montaña, con mucha seguridad para no caer en una grieta».

El espíritu de equipo allí es fundamental

De manera que el espíritu de equipo allí es fundamental. Hay que estar a lo de uno y a lo del resto. «Los periodistas solemos ser muy autónomos, pero allí te tienes que atener a la situación. Desde luego, a mí me facilitaron muchísimo el trabajo, porque si un día no podía subir al glaciar me iba a ver cómo trabajaban en el laboratorio o a ver cómo hacían el reciclaje en la base. Había mil cosas, curiosidades».

Los equipos científicos van con un proyecto muy definido y un completo plan de trabajo, con unas previsiones y unos objetivos que cumplir, «”siempre traemos más cosas de las que pensamos que quizá se pueden hacer, -cuenta que le contaban -, para no quedarnos cortos. Mejor que sobre, que no que falte”. Ellos llevaban mucho trabajo previsto. Incluso, hubo gente que después de estar a lo mejor un mes en la Juan Carlos I, pues no habían podido ver sitios que yo sí. Sí que es verdad que el jefe de la base también intentaba compensar a la gente que vivía más en los laboratorios, y tenía menos oportunidades de salir fuera, les decía que se apuntaran a algunas salidas, porque no dejaban de estar en la Antártida. Pero, desde luego, les ves que intentan aprovechar el tiempo absolutamente al máximo y obtener la mayor cantidad de datos posibles para sus trabajos. Porque tienen un tiempo muy limitado. Que es la misma sensación que yo tenía, que tenía que aprovecharlo, porque la posibilidad de volver es muy remota».

Una estancia en la Antártida para una periodista especializada en ciencia y medio ambiente es una fuente de conocimientos y de vivencias que enriquecen su bagaje profesional y personal de una manera difícilmente comparable con otras visitas que pueda hacer. También de descubrimientos o de reafirmaciones personales. En el caso de Tristán «esta experiencia me ha reconfirmado lo importante que es que los medios de comunicación y los periodistas vayamos a los sitios para conocerlos y documentarnos. Por mucho que nos digan que toda la información está en internet, que hay un montón de fuentes con las que puedes hablar, no es lo mismo ni lo vamos a contar igual cuando lo estamos viendo con nuestros otros que si lo vemos a través de los ojos de otras personas. Es fundamental. No lo he descubierto ahora, porque ya lo he vivido en otras circunstancias, pero me lo ha reconfirmado».

Para ella está claro que experiencias así «pasan a formar parte de tus vivencias personales, se te queda. Me decía el secretario general del Comité Polar, “¡uy, ya te ha entrado la fiebre polar! Se te va a tardar en quitar”, y es posible que sea así. Porque son las dos cosas, una experiencia profesional y personal y hay viajes así que se te quedan para siempre. Son situaciones que, aunque hagas muchas cosas más, pasan a formar parte de tu vida, de tus recuerdos y de tu experiencia profesional».

Las tres lecciones aprendidas de este viaje

De tener que elegir alguna situación o experiencia concreta, hay tres que destacaría: «la primera no es que sea un descubrimiento, porque soy consciente desde hace muchos años de lo importante que es la ciencia. Pero, quizá, cuando lo ves desde muy lejos, no eres tan consciente de lo importante que es y el tremendo trabajo que supone ir hasta allí a investigar en esas condiciones en las que se investiga allí. Que pasan meses lejos de su familia, a veces en condiciones extremas, y en ocasiones se pasa mal, hay accidentes. Lo mismo te puede pasar aquí que allí. Pero es que allí estás a 15.000 kilómetros de tu hogar y en un lugar del que no es fácil salir. Estar en un sitio tan alejado por amor a la ciencia, yo creo que es importante que se sepa. En ese sentido, sí que me ha descubierto lo importante que es hacer ciencia en todos los sitios».

La segunda, «como mi faceta científica se entremezcla con la ambiental, uno de los momentos en que me quedé absolutamente perpleja fue en la visita al glaciar Johnson, al ver la cantidad de agua derritiéndose del glaciar. Aunque fuera verano, no puedes evitar un impacto muy fuerte cuando estás oyendo toneladas de hielo desintegrándose. Y, cuando te acercas a la pared del glaciar, ves un goteo continuo de hielo que se está convirtiendo en agua. Eso fue un impacto, porque aquí estás viendo un glaciar derretirse y en la Antártida se supone que estás en la parte más fría del planeta».

Y, la tercera, tiene que ver «con lo bonito que es llegar a un sitio donde hay miles y miles de crías de pingüinos, como es Punta Descubierta, y que también te da idea de la brutal riqueza que hay en ese territorio. Para mí desde luego ha sido uno de los momentos más especiales. Porque las ballenas, que es precioso verlas, pero es un momento. Pero los pingüinos, es que se te acercan. Y, si te quedas un buen rato con ellos, pues puedes ver cosas de su comportamiento; incluso, de cómo se interrelacionan entre ellos, se cabrean, se persiguen, unos son amigos y otros no, da esa sensación. Vamos que te montas películas».

Al volver a subir al Hespérides, esta vez para dejar la Antártida, la cosa cambia «te entra mucha congoja de volverte de la Antártida, mucha tristeza. Porque, aunque nunca se sabe si va a haber otra oportunidad, lo cierto es que hay mucha gente que quiere tenerla y es lógico que le toque a otros. Pero, sí, sientes tristeza de alejarte del lugar y te encuentras con la mente llena de imágenes. Te alejas de la Antártida con congoja y a la vez con alegría de haberlo disfrutado».

Suerte que el viaje de vuelta es maravilloso «porque fueron cuatro días en el buque y se pasa por todos los canales del estrecho de Magallanes hasta Punta Arenas, en Chile, y eso suaviza esa sensación. El tiempo, parece que se esfuma».

Quizá el tiempo se esfume, pero la memoria queda y las imágenes grabadas en ella son imborrables:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *