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Microplásticos y nanoplásticos. El plástico invisible al ojo humano

Año tras año, millones de toneladas de plásticos siguen contaminando el mundo convertidas en trozos minúsculos imposibles de recoger. Son esos microplásticos que vemos mezclados con la arena de la playa. Pero también hay cantidades ingentes de nanoplásticos, aún más pequeños e invisibles al ojo humano, con tamaños inferiores a un milímetro. Esos están por todas partes. Se han encontrado en lugares aparentemente tan inaccesibles como la Fosa de Las Marianas, el Teide y hasta el Everest.

Estamos muy preocupados por la contaminación de los plásticos. Según la última encuesta de Ipsos, elaborada junto a Plastic Free July, el 85% de los españoles aboga por la eliminación de los de un solo uso. La paradoja es que luego los usamos para todo. Y cada vez más.

Miremos por donde miremos, aparecen restos de plásticos, bolsas y envases por todas partes. La lucha contra la basuraleza se ha convertido en una batalla global que de momento estamos perdiendo. Al tiempo, aumenta la preocupación por la repercusión sanitaria que esta contaminación difusa y muchas veces invisible tiene en nuestra salud.

Reciclamos poco y mal

No nos engañemos con cantos de sirena que huelen a ecoblanqueo. Es verdad que España tiene una de las tasas de reciclaje de plásticos más altas de Europa. Pero en el mundo apenas reciclamos una mínima parte de todo el que producimos, apenas el 9%. Según un reciente informe de la OCDE, la contaminación por plástico crece sin cesar (su consumo se ha cuadriplicado en los últimos 30 años), en tanto que la gestión de residuos y el reciclaje se quedan cortos.

Cada año se tira al océano una media de 8 millones de toneladas de plástico, el equivalente a vaciar cada minuto en el mar un camión de residuos. El 85% de toda la basura marina es ya plástica. Si no cambiamos de tendencia, en 2025 nuestros océanos tendrán una tonelada de plástico por cada 3 de pescado. Y en 2050 habrá más plásticos que peces.

¿Cuánto plástico producimos?

Según Greenpeace, el ser humano ha generado la friolera de 8.300 millones de toneladas de plástico desde que su producción industrial empezase hacia 1950. Y la mitad ha sido en los últimos 15 años. Sería el equivalente al peso de ¡mil millones de elefantes!

Año tras año, millones de toneladas siguen contaminando el mundo convertidas en trozos minúsculos imposibles de recoger. Son esos microplásticos que vemos mezclados con la arena de la playa. Pero también hay cantidades ingentes de nanoplásticos, aún más pequeños e invisibles al ojo humano, con tamaños inferiores a un milímetro. Esos están por todas partes. Se han encontrado en lugares aparentemente tan inaccesibles como la Fosa de Las Marianas, el Teide y hasta el Everest.

El desastre es de tal calibre, que algunos científicos ya hablan de que en el futuro nuestra era será conocida como la del Plasticeno. De la Edad del Hierro, cuando nos adentrábamos en el neolítico, hemos pasado a la Edad del Plástico.

Un invento que iba a salvar a la naturaleza

Poca gente sabe que las bolsas de plástico nacieron precisamente para proteger a la naturaleza y no para dañarla. Fueron inventadas por el ingeniero sueco Sten Gustaf Thulin con la idea de proteger los bosques del planeta.

Entonces se pensaba que el consumo excesivo de bolsas de papel nos iba a dejar sin árboles. Por eso este ingeniero desarrolló un método para crear bolsas de polietilieno, que fue patentado en Estados Unidos en 1965. Eran más fuertes y duraderas que las de papel, más baratas, se podían reutilizar y no hacía falta cortar ningún árbol para fabricarlas, así que la idea parecía genial. Pero con ellas también descubrimos el disparate de usar y tirar.

En apenas 50 años hemos plastificado el planeta. En el mundo ya se consumen 500.000 millones de bolsas de plástico cada año, 10 millones por minuto. Su uso medio es de 12 minutos y pueden tardar casi 100 años en descomponerse. La hemos liado parda.

¿De qué manera afectan los plásticos a nuestra salud?

Hay muchos estudios que evidencian cómo los plásticos afectan a nuestra salud. Los investigadores han encontrado muestras diminutas de plásticos en nuestras propias heces e incluso en las placentas y hasta en la sangre humana. Porque los respiramos y comemos todos los días. Un estudio de la Universidad de Newcastle sugiere que sin darnos cuenta ingerimos un promedio de 5 gramos de plástico cada semana. Esta cantidad es el equivalente a comerte una tarjeta de crédito cada siete días.

Por supuesto, el plástico también afecta, y mucho, a los animales. Tanto que se acaba de descubrir una nueva enfermedad provocada por nuestros microplásticos. Se llama plasticosis. Y les afecta gravemente el aparato digestivo, perjudicando su supervivencia.

Según un reciente estudio científico realizado por expertos de Australia y Reino Unido con aves marinas, en concreto con una especie de pardela australiana, los fragmentos de plástico afilados, aunque sean muy pequeños, pueden provocar graves heridas en la primera parte del estómago de los pájaros.

Se ha podido comprobar que esas pequeñas piezas de plástico inflaman el tracto digestivo, dejando el órgano cicatrizado y deformado. Por su culpa, las pardelas estudiadas sufren problemas de digestión, crecimiento y supervivencia.

Parece razonable pensar que a los seres humanos nos sentarán mucho mejor.

¿Estamos haciendo algo para evitarlo?

La amenaza es global y por tanto requiere una respuesta global. Desde 2021, están prohibidos en Europa productos de plástico de un solo uso como cubiertos, bastoncillos de algodón, platos o pajitas. Para 2030, la Unión Europea se ha propuesto invertir el impacto del uso de los plásticos en el medio ambiente y en la salud de las personas, promoviendo la reducción del uso de los envases y eliminando completamente los plásticos de un solo uso.

Por otro lado, la V Asamblea de la ONU para el Medio Ambiente ha iniciado un proceso que conduzca al primer tratado mundial vinculante contra la contaminación por plástico. El desafío es gigantesco, pero el problema es todavía mayor, por lo que hay muchas esperanzas puestas en que poco a poco esta terrible contaminación vaya a menos. Porque para lograr que desaparezca harán falta todavía varios siglos.

Pero los microplásticos no solo se producen por degradación de esa basura plástica mal reciclada. Hay una fuente casi invisible y muy difícil de combatir. Es la que generan los nanoplásticos, invisibles al ojo humano y presentes en multitud de objetos de uso cotidiano como ropa, sartenes, productos de limpieza, maquillaje, toallitas, exfoliantes corporales, champús, bisutería, tintas,… la lista es inmensa.

Diez consejos para evitar los microplásticos

  • Se acabó el usar y tirar. Rechaza embalajes de un solo uso. Lleva al supermercado tus propias bolsas y táperes. En su defecto, elige bolsas de papel o compostables.
  • Reduce, reutiliza y recicla. Por ese orden. Lo último es el contenedor amarillo. Lo primero, haber dado a esas bolsas varias vidas anteriores antes de tirarlas.
  • Evita ropa hecha con fibras plásticas. Esos polvillos que flotan en la habitación al sacudir la ropa son en su mayor parte microplásticos que pierden los tejidos, especialmente los hechos con poliéster o nailon. Por eso elige siempre fibras naturales como algodón, lana o lino.
  • Llena siempre la lavadora. Las prendas de tejidos sintéticos desprenden microplásticos por culpa de la fricción del lavado. Llenando la lavadora al tope de su capacidad se reduce el roce y la generación de partículas.
  • Elige cosmética natural. Usa cremas, jabones y otros productos de higiene personal que no contengan micropartículas plásticas como siliconas, parafinas o exfoliantes.
  • Agüita clara. Sustituye las botellas plásticas de refrescos y agua mineral por cantimploras. Si el agua del grifo no es de mucha calidad, usa filtros para mejorar su sabor. Como último recurso, compra garrafas de agua mineral con las que ir rellenando tu cantimplora.
  • Limpia sin contaminar. Usa detergentes ecológicos. Y sustituye el tradicional estropajo de toda la vida (hecho de plástico) por esponjas de fibras vegetales como la luffa, una preciosa enredadera.
  • Sonrisas muy blancas. Cambia los cepillos de dientes tradicionales por los hechos con bambú y cerdas naturales. Rechaza dentífricos blanqueadores que incorporan en su fórmula microfibras abrasivas de plástico.
  • Antipegoteos plásticos. Evita el uso de cazuelas y sartenes antiadherentes recubiertas de teflón, pues sus arañazos liberan  al agua miles de microplásticos.
  • El váter no es el cubo de la basura. Allí solo se tiran las tres P: pis, pos y papel. Nunca eches toallitas, hilo dental, tampones, preservativos, envoltorios y todos esos desechos que atascan las cañerías y terminan contaminando ríos y mares.

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