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Vista general de la exposicion El tiempo es mudo con varias de las instalaciones de Mario Merz Vista general de la exposicion El tiempo es mudo con varias de las instalaciones de Mario Merz

Nada más actual y sostenible que el ‘arte povera’ de Mario Merz de hace 50 años

A punto de entrar en la ebullición de la ‘semana del arte’ en Madrid –con las ferias ARCO, JustMad, ArtMadrid, Drawing Room, Hybrid y Urvanity lanzando destellos de creatividad–, en esta serie mensual de artistas que piensan en verde nos detenemos en la magnífica exposición instalada en el Palacio de Velázquez, en pleno parque del Retiro, dedicada a todo un clásico del arte del reciclaje, puntal del ‘arte povera’. Ya era hora de que se asomara a esta ventana de SIGNUS Mario Merz.

Con El tiempo es mudo (hasta el 29 de marzo), muestra retrospectiva en el Palacio de Velázquez (dependiente del Museo Nacional Reina Sofía ), tenemos la oportunidad de acercarnos a un interesantísimo compendio de lo que supuso la trayectoria del italiano Mario Merz (Milán, 1925- Turín, 2003), uno de los más conocidos representantes del arte povera, movimiento que abogaba por la utilización de materiales “pobres”, procedentes de la naturaleza o de los desechos de la sociedad de consumo.

Merz es sobre todo conocido por sus iglús, elaborados con materiales diversos y que comenzó a construir a finales de los años 60. La exposición madrileña da buena cuenta de ellos. Y dentro de esas cúpulas pobres, que aluden a la geometría y a lo primitivo, a la esencia y al refugio, a la tensión entre lo interior y lo exterior, el más icónico, el que marcó el camino, es el Iglú de Giap (1968), que podemos ver en el Palacio de Velázquez (perteneciente a la colección del Centro Pompidou de París), una acumulación de bolsitas de arena y neones.

Vista de la exposición ‘El tiempo es mudo’ en el Palacio de Velázquez, Madrid, con varios de los iglús más representativos de la trayectoria de Mario Merz

En su crónica en El País, Bea Espejo da pistas de dónde podía venirle al artista esta afición por el iglú: “De niño, jugaba debajo de la mesa de trabajo de su padre, que era ingeniero responsable de la construcción de elevadores y cabrestantes utilizados en las montañas. Metido allí, bajo ese lugar inquebrantable de la vida cotidiana, encontró un universo de pensamiento que desmontaba la rigidez del objeto. Le pasaba lo mismo con las piedras, que también recolectaba. Representaban su primera idea de arquitectura, siempre circular, como todas sus ideas”.

Sin conciencia de lo colectivo y del entorno

Como explica el catálogo de El Tiempo es mudo, Merz, figura clave para entender las derivas experimentadas por el arte europeo en la segunda mitad del siglo XX, “construyó una obra de gran potencia poética e iconográfica en la que planteaba una crítica radical a la modernidad industrial y consumista”.

Y eso que estamos hablando de hace medio siglo…

“Lo hacía desde la convicción de que esta sociedad, con su afán acumulador, alejaba al ser humano de los espacios naturales, empujándolo a una vida alienada de la que se ha desterrado la conciencia de lo colectivo y la posibilidad de establecer un vínculo afectivo, no meramente instrumental, con el entorno”.

En este blog nos habíamos detenido en otros artistas clásicos del siglo XX vinculados a reivindicaciones verdes, como Arman y Ed Ruscha , pero no me digáis que Mario Merz no se merece entrar con letras de neón (tan aficionado él a estos luminosos) en esta serie…

Frente a la estetización industrial y tecnológica

Pintor, escultor y artista de performances e instalaciones, Mario Merz participó en el movimiento povera junto a otros creadores como Giovanni Anselmo, Enrico Castellani, Luciano Fabro, Lucio Fontana, Jannis Kounellis, Giulio Paolini, Pino Pascali, Giuseppe Penone, Michelangelo Pistoletto y Marisa Merz, esposa de Mario y la única mujer del movimiento. El grupo, que utilizaba materiales y técnicas poco convencionales, hizo las veces de contra-movimiento ante la sofisticación, la intelectualización, la abstracción y la estetización industrial y tecnológica emergentes en el arte estadounidense de los años 60 y 70 (las exitosas corrientes del pop y el expresionismo abstracto) y la pujanza del minimalismo. Merz, al igual que los otros artistas povera, recurre a materiales y objetos reciclados, tanto de origen orgánico (arena, barro, cera, ramas, carbón…), como provenientes de la cultura industrial y del consumo (baldosas, cristales, neones, alambres, periódicos…) para llevar a cabo sus pinturas, esculturas o instalaciones.

Impermeable e Iglú de Giap  Mario Merz
Impermeable e Iglú de Giap Mario Merz

En la exposición de Madrid, comisariada por el propio director del Reina Sofía, Manuel Borja-Villel, junto a Beatrice Merz, hija del artista y presidenta de la Fundación Merz, podemos contemplar obras de esas dos vertientes. Por encima de todo, emplea la ironía y la subraya con los neones –tan pop, tan industriales, tan modernos, tan elocuentes ellos–. Así lo vemos en Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (1989)o en ese solitario Rinoceronte (1979), el cartel de la muestra, que nos mira como pulpo en garaje o toro en cacharrería, significando que seguramente en esta sociedad industrializada de vanidades de neón no caben especies como el prehistórico rinoceronte (otro guiño a la protohistoria, como la choza o el iglú). A Mario Merz le gustaba decir, provocador frente a esos aires de modernidad que en cada época nos restriegan lo cool que son, que invocaba “al viento prehistórico de las montañas heladas”. La obra es de 1979, y el paso de las décadas le ha dado la razón, pues el rinoceronte está en serio peligro de extinción. Por otro lado, Casa en el bosque (1989) está hecha sobre todo de ramas y caucho. Y en Las piernas (1978), pieza que pertenece al Reina Sofía, asistimos a la tensión entre los polos opuestos: el neón frente a las ramas de brezo, pobres y humildes ramas de brezo.

Recuperar nuestra relación con la naturaleza

Esa invocación, explican los organizadores del Reina Sofía, “lejos de ser un recurso meramente retórico o una apelación melancólica a un pasado idealizado, tiene una profunda carga crítica: le sirve para articular su rechazo a la deriva consumista de la sociedad contemporánea y poner de manifiesto la necesidad de reconectar con experiencias humanas esenciales como las de construir y habitar, de volver a situar en el centro nuestra relación con la naturaleza”.

Iglús de Mario Merz
Iglús de Mario Merz

Tras el desastre humano y moral que supuso la Segunda Guerra Mundial, los artistas europeos estaban desilusionados y aspiraban a adentrarse en una auténtica realidad social, dejando a un lado la estetización, la abstracción o la idealización que habían prevalecido en una parte importante del arte de vanguardia. En Merz el uso de materiales precarios (cartas, envoltorios de comida, etc…) tuvo origen durante su encarcelamiento en 1945, cuando militó en el grupo de resistencia antifascista Giustizia e Libertá. Las intenciones estéticas y la idea de “lo bello” se sustituyeron por las preocupaciones existenciales y filosóficas que se planteaba el nuevo individuo y que tuvieron un amplio eco. Nada ahora tan actual, tan responsable sobre la reutilización y de la eficiencia en el consumo, de una idea de justicia eco-social, de la necesidad de un pensamiento liberador y esencial que nos haga mirar a las raíces del planeta –nuestras raíces- como estas obras tan humildes y políticas, tan reivindicativas como exentas de vanidades, de un artista que ya hace medio siglo hizo que nos miráramos al espejo de la superficialidad, el sobreconsumo y el despilfarro en una sociedad a menudo carente de valores éticos.

  1. Sí. Sólo desde la perspectiva progresista de ls realidad se puede vivir y actuar ésta con la esperanza terrenal del paraiso.

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