Quizá no sea tan conocido por el gran público como debiera y se merece el hecho de que cientos de hombres y mujeres, de treinta nacionalidades diferentes, participan en proyectos de investigación científica que se realizan en la Antártida, que justo en estos meses de invierno en el hemisferio norte, vive en máxima ebullición su actividad científica.
Una parte de esos proyectos se desarrollan a lo largo de todo el año, pero la mayoría se concentran en el periodo que va de noviembre a marzo, el verano austral. Son las campañas antárticas, en las que España participa como miembro del Tratado Antártico, que otorga ese continente la consideración de espacio dedicado exclusivamente a la investigación científica y la cooperación internacional necesaria para ese fin, y garantiza que la Antártida sea utilizada exclusivamente para fines pacíficos.
Los distintos países presentes allí establecen bases, que se dotan de todas las infraestructuras y logística necesarias para poder llevar adelante los proyectos y alojar a los equipos que los llevan a cabo.
Por parte de España esas campañas dedicadas a la investigación científica sobre el terreno del continente helado se desarrollan en el verano austral y en dos bases: la Juan Carlos I y la Gabriel de Castilla; pero en la Antártida hay unas 80 bases de casi 30 países, de las que más o menos la mitad están en funcionamiento todo el año y la otra mitad son temporales. Así que, en esta época del año la población de la Antártida puede llegar a unas 4000 personas, entre científicos, personal de apoyo y familiares.
Las bases españolas dependen de la Secretaría de Estado de Investigación, Desarrollo e Innovación, y las gestionan el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), la Juan Carlos I; y el Ejercito de Tierra, la Gabriel de Castilla, y la actividad de ambas está coordinada por el Comité Polar Español. La primera está situada en Isla Livingston y la segunda en Isla Decepción, ambas en el archipiélago de las Islas Shetland del Sur.
En la actual campaña, que hace ya la número treinta, se están desarrollando 11 proyectos de investigación científica en las bases antárticas españolas, que requieren el uso de equipos tecnológicos específicos, materiales y herramientas sin los cuales no se pueden llevar a cabo. Todo ello ha llegado hasta allí a bordo de los barcos de investigación oceanográfica españoles, Hespérides y Sarmiento de Gamboa.
Y es en este punto donde los neumáticos, que son el tema que nos reúne aquí, cobran su protagonismo. Son los de las diferentes máquinas y vehículos que equipan la bases, imprescindibles para poder realizar tareas como el desembarco de todos los materiales y equipos necesarios tanto para el desarrollo de los proyectos científicos, como para la vida diaria en la base; así como para el transporte de estos por el emplazamiento y la realización de diversas tareas.
En el caso concreto de la base Gabriel de Castilla, cuya gestión logística y diaria corre a cargo del ejército de Tierra, disponen de varias que nos describe el sargento Javier Mosteiro, encargado del área de motores de la base Gabriel de Castilla, «tenemos un tractor pequeño, que es similar a los que se emplean en los campos de golf, y que tiene una pequeña caja detrás; dos máquinas telescópicas; un remolque y dos quads, uno con cadenas y el otro con ruedas».
La misión de todas estas máquinas es básicamente «de transporte de materiales en la base; y en el caso específico de las máquinas telescópicas se emplean sobre todo para del desembarco de todo lo que se trae desde el arco, y también, por ejemplo, para subir materiales a un tejado, si se está haciendo alguna instalación, etc.».
Hay que tener en cuenta que en la isla no hay puerto, sino que todo lo que llega allí primero va en el barco y se acerca a tierra en una lancha, que no sale del agua, sino que se acerca todo lo posible a la playa y con el brazo telescópico de estas máquinas se va descargando todo. Y la operación se repite al revés cuando lo que hay que hacer es sacar materiales de la isla.
Todos estos vehículos y máquinas vienen con sus neumáticos de serie, y en el caso de los de las máquinas telescópicas son similares a los de tractor, con grandes barras que facilitan la tracción y un menor impacto en el suelo.
Entre campaña y campaña tanto el tractor como el resto de las máquinas permanecen en la base «guardados en contenedores, que hacen la función de garaje. Al llegar aquí lo primero que hacemos es arrancarlos para hacer el desembarco». Por otra parte, este mismo equipo de motores, se ocupa del mantenimiento de los equipos, «cada año se les hace el cambio de filtros, de aceite, etc. Sin embargo, no ha sido necesario cambiar ningún neumático, porque tienen muy poco desgaste. Ahora bien, -explica Mosteiro-, si hubiera que hacerlo serían tratados como el resto de los residuos, que son clasificados por el responsable de medio ambiente y posteriormente se trasladan al continente para su correcto tratamiento».
Este es un aspecto, el de la gestión ambiental, en el que la exigencia es máxima, porque la protección del medio ambiente en la Antártida es un objetivo fundamental y prioritario del Tratado Antártico, por el que se regula la actividad en el continente, y se aplican un conjunto exhaustivo de principios básicos y de reglas obligatorias a todas las actividades humanas que se desarrollen allí.
En el caso de estos vehículos «aparte de que apenas se mueven de la base, si tuvieran que salir para alguna tarea muy concreta, no puede ir por donde se quiera. Al contrario, todos los caminos están muy delimitados. El impacto tiene que ser mínimo». Por eso tienen muy poco desgaste «y no se hacen muchos kilómetros».
Con pocos kilómetros y todo, está claro que estos equipos, que en total no suman más de 20 neumáticos entre todos, realizan un gran trabajo de apoyo al avance de la Ciencia. Eso sí, en un discreto segundo plano.