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Así nos asamos con las olas de calor en España por culpa de la crisis climática

Ni son normales temperaturas tan extremas, nunca antes sufridas, ni que sean tan frecuentes, ni mucho menos que se alarguen durante tantos meses. Sin embargo, aún más importante (y preocupante) es que estas anomalías climáticas son globales, se están registrando en todos los rincones del planeta, en todos los continentes, igual en los polos que en los desiertos y las selvas. Nos estamos asando.

“Vaya novedad que haga calor en agosto”, exclaman airados los negacionistas del cambio climático. “Es lo normal en verano”, remachan con sorna. Y tienen razón, es normal que durante el periodo estival se registren las temperaturas más altas del año.  Los días son más largos y debido a la inclinación de la Tierra los rayos son más perpendiculares, por lo que llegan con más fuerza e intensidad. Pero desde hace unos años este calor ya no es normal. Y la culpa la tiene la crisis climática.

Ni son normales temperaturas tan extremas, nunca antes sufridas, ni que sean tan frecuentes, ni mucho menos que se alarguen durante tantos meses. Sin embargo, aún más importante (y preocupante) es que estas anomalías climáticas son globales, se están registrando en todos los rincones del planeta, en todos los continentes, igual en los polos que en los desiertos y las selvas. Nos estamos asando.

Ebullición global

Lo ha anunciado sombríamente António Guterres, secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU): “La era del calentamiento global ha terminado, ahora es el momento de la era de la ebullición global». Una oscura realidad que, advierten los científicos, nos lleva a una “dimensión desconocida”, escenarios para los que no tenemos respuestas ni estamos preparados porque no tenemos ni idea de hasta qué límites llegaremos.

Nunca antes en la historia de la Humanidad nos habíamos enfrentado a una situación así de incertidumbre climática. Por eso este calor de agosto no es normal. Aunque como advierte el científico Fernando Valladares, profesor de investigaciones del CSIC, “este verano probablemente sea el más fresco de lo que nos quede de vida».

El calentamiento global es al principio un proceso lento, pero sus efectos son acumulativos, no hay marcha atrás. Y todo parece indicar que la alteración del clima se está acelerando en los últimos años por encima de las previsiones más pesimistas, lo que implicará consecuencias más graves de las previstas.

Para los científicos, que llevan casi un siglo estudiando (y advirtiendo) los peligros del calentamiento global, el aumento de las temperaturas no ha sido una sorpresa. Lo que ha disparado todas las alarmas es la velocidad endiablada a la que sube el termómetro.

El peligro de las ranas asadas

La crisis climática en la que estamos ya inmersos se cocina a fuego lento. Un grado más, otro después, salvo que nos tomemos en serio su mitigación y reduzcamos el consumo de combustibles fósiles. Recuerda a la metáfora de la rana. La teoría dice que, si la dejas caer en una cazuela con agua hirviendo, saltará dando un brinco para no quemarse, pero si la pones en agua fría y vas calentándola poco a poco, se irá adaptando a ese aumento de la temperatura hasta que con su ebullición termine fatalmente guisada.

Según la ONU, la ebullición global en la que acabamos de entrar en el planeta implica que la crisis ambiental y su efecto invernadero derivado han alcanzado “un punto crítico” que provocará todo tipo de eventos ambientales extremos y el derretimiento acelerado de los casquetes polares. Como consecuencia, en España se esperan veranos que van a durar más que nunca pues se van a llevar por delante la primavera y el otoño.

Aunque el verano estrictamente meteorológico comprende los meses de junio, julio y agosto, de acuerdo con la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET), en España se está detectando un alargamiento de los veranos en detrimento del otoño y, especialmente, la primavera. Se estima que, desde los años 80 del siglo XX, se han alargado diez días por década los veranos.

Algo así no había ocurrido nunca, al menos en los últimos 120.000 años. Y en pasados episodios extremos, como las glaciaciones, esos cambios se debieron a causas naturales. En esta ocasión el meteorito somos nosotros.

Petteri Taalas, secretario general de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), confirma que la necesidad de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero es más urgente que nunca. Y por si alguien tiene dudas, políticas o conspiranoicas, lo ha dejado muy claro: “La acción climática no es un lujo, sino una obligación”. Porque, y ésta es la única buena noticia, la ebullición global puede controlarse.

¿Ola de calor o día de calor?

En verano es normal que haga calor y no podemos hablar de ola de calor solo porque un día haga mucho calor. Por ejemplo, explican desde AEMET, en Sevilla aproximadamente el 60% de los días de julio y agosto se registran máximas por encima de 35ºC y el 25% por encima de 38ºC. Por tanto, un día con una máxima de 38ºC en Sevilla será un día muy caluroso, pero no lo suficiente como para ser candidato a ola de calor. Por el contrario, en Molina de Aragón la temperatura máxima absoluta registrada hasta la fecha es precisamente 38ºC, por lo que una máxima de 38ºC en Molina de Aragón sí podría formar parte de un episodio de ola de calor.

Los meteorólogos definen como ‘ola de calor’ un episodio de al menos tres días consecutivos, en el que como mínimo el 10% de las estaciones registran máximas por encima del percentil del 95% de su serie de temperaturas máximas diarias de los meses de julio y agosto del periodo 1971-2000. Es pura ciencia estadística, nada de percepción subjetiva.

Más olas de calor y peores

Olas de calor en verano hubo siempre. ¿Pero tantas, tan extremas, tan seguidas y tan largas? Según la AEMET, la crisis climática es la responsable de que en la última década se haya triplicado el número de olas de calor en el mes de junio. Siete en diez años, casi una al año en un mes tradicionalmente templado que saluda al verano a partir de su día 21.

A pesar de todo puede parecer un número pequeño, seis en diez años, pero resulta inmenso si se compara con las cinco olas de calor registradas en los 35 años anteriores, entre 1975 y 2010. Y tres de ellas se produjeron en la primera década del siglo XXI.

También según datos oficiales, obtenidos a partir de casi 800 estaciones meteorológicas repartidas por todo el Estado español, las jornadas de calor intenso se han multiplicado por cuatro. El año pasado, sin ir más lejos, España estuvo bajo fenómenos de ola de calor 42 jornadas, prácticamente la mitad de los días del verano, superando con creces el anterior récord de 29 días, ocurrido en 2015.

Como sudoroso resumen, los expertos concluyen que la frecuencia de episodios cálidos o extremadamente cálidos ha aumentado en España en las últimas cuatro décadas, siendo diez veces superior en las dos primeras décadas del siglo XXI que en la década de los ochenta y noventa del siglo XX.

No es una excepción ibérica. Lo peor de este incremento de las temperaturas se lo está llevando todo el suroeste de Europa, convertido a la vera de un recalentado Mediterráneo en una zona especialmente vulnerable en relación a las olas de calor, que se están incrementando entre 3 y 4 veces más rápido que en el resto de zonas de latitudes medias.

Según la OMM, el futuro será aún más tórrido, pues las olas de calor se volverán cada vez más frecuentes al menos hasta 2060, independientemente de que se consiga mitigar el calentamiento global y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero.

La naturaleza, nuestro mejor aliado

Entre tanta mala noticia hay una que brilla con luz propia de agosto: la naturaleza es nuestro mejor aliado. Todo lo que la favorezca a ella nos favorecerá a nosotros. En primer lugar, porque, aunque se nos haya olvidado, somos naturaleza y formamos parte de ella. En segundo lugar, porque en la naturaleza están todas las soluciones para invertir la curva de las altas temperaturas y el cambio climático.

Por ejemplo, aumentando las zonas verdes en las ciudades, donde ya vive más de la mitad de la humanidad. Los árboles son grandes “secuestradores” de carbono, reducen el impacto de tormentas e inundaciones, colaboran a minimizar la contaminación sonora y su sombra reduce las temperaturas extremas en casi diez grados, haciendo más vivible esos entornos urbanos y, especialmente, facilitando el descanso nocturno.

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