A lo largo de nuestra vida vamos almacenando artículos a los que no damos uso. Si dedicáramos una mañana a buscar aparatos que ya no utilizamos, seguramente nos sorprenderíamos mucho. Cables, cargadores, móviles antiguos, cámaras fotográficas analógicas y digitales, ordenadores,… la lista es interminable. El problema es de gran magnitud puesto que, en la mayoría de ocasiones, no se sabe muy bien qué hacer con ellos por lo que muchos de ellos, acaban en el lugar inadecuado: la basura y el vertedero.
Centrados en los plásticos y en otro tipo de materiales muchas veces se nos olvida que los residuos electrónicos ya son la mayor amenaza para el planeta, según la Fundación Global del Reciclaje. Y es que, usar y tirar los dispositivos electrónicos se ha convertido en un problema real no sólo para el medioambiente sino también para la salud de las personas. Millones de smartphones, ordenadores, tablets, cargadores, pantallas o cables son desechados cada día a pesar de que, y esto es quizá lo más grave, se podrían seguir utilizando. Con ello se generan toneladas de chatarra electrónica.
Según datos de la ONU, en estos momentos, los humanos estamos produciendo cada año 53 millones de toneladas de basura electrónica una cifra que se quedará corta allá por 2050, cuando se duplicará sobradamente esa cifra. Se trata, de largo, de la tipología de residuos que más crece, lo que supone un auténtico problema.
El gran reto
El caso del uso de plásticos puede servir como ejemplo del reto al que nos enfrentamos. Se han implementado legislaciones para reducir su uso, se han sustituido envases de plástico por otros más sostenibles o la cadena de reciclado funciona de forma cada vez más efectiva. El problema de los productos tecnológicos es que no se pueden sustituir ciertos elementos que lo componen. Un smartphone no puede prescindir de los cables de la misma forma que los chips son insustituibles en un ordenador. Somos cada día somos más dependientes de la tecnología y a este dato hay que añadir que cada vez más personas se están incorporando a la sociedad de la información y la economía digital por las indudables ventajas que proporciona. Además, el incremento en los niveles de ingresos y la industrialización de muchos países en desarrollo están dando lugar a que también aumente la demanda de productos TIC y, por tanto, se produzcan mayores cantidades de desechos electrónicos.

Los datos son alarmantes. El último informe Global E-waste Monitor, promocionado entre otros por la Unión Internacional de Telecomunicaciones (ITU), el organismo especializado en telecomunicaciones de la Organización de las Naciones Unidas señala que sólo el 17,4% de los desechos electrónicos fue correctamente reciclado. Dicho de otro modo: el 82,6% acaba donde no debe. Más datos: sólo 78 países de todo el mundo tienen una legislación para el reciclaje de estos productos. Es decir, algo está fallando para que el punto 11.6 de los ODS no se esté llevando a cabo de forma correcta.
El problema no es el Nokia 1100 que está en algún cajón de muchas casas sino los componentes peligrosos con los que está fabricado. Entre ellos podemos encontrar baterías de litio, cadmio, plomo, mercurio, cromo…, es decir residuos extremadamente tóxicos que acaban llenando los vertederos con nefastas consecuencias. Unos componentes que no solo afectan al medioambiente sino también a la salud: el mercurio daña el cerebro y el sistema nervioso, el plomo aumenta el deterioro intelectual y altera el sistema circulatorio; el cadmio, puede producir alteraciones en el sistema reproductor y el cromo, está comprobado que afecta a huesos y riñones. Pero despejemos de la ecuación las incógnitas de salud y de sostenibilidad: se calcula que si se juntara todo el oro que tienen algunos de estos productos obtendríamos el 11% del que se extrae anualmente en todo el mundo. Sí, también nos gusta desperdiciar el dinero.

Qué se puede hacer
Son los países ricos los que deben empezar por establecer unos parámetros mínimos para que estos productos no acaben en un vertedero. Y dentro de ellos, son las personas con rentas más altas las que deberían plantearse si realmente necesitan adquirir el nuevo modelo de iPhone cuando el de hace dos años les proporciona todas las prestaciones que necesitan. En la gran mayoría de los casos, todos los productos electrónicos que se desechan pueden ampliar la vida útil que les damos. Piensen en la lavadora de su madre que lleva 20 años funcionando. También porque empieza a haber legislación para prohibir la obsolescencia programada. Este ciclo consumista va a verse incrementado en los próximos meses: la implantación del 5G va a hacer que sean muchos los usuarios que se desprendan de su antiguo teléfono para adquirir uno con esta tecnología. ¿Saben cuál va a ser uno de los regalos estrella de estas próximas navidades?

Por otra parte, si el producto carece ya utilidad, sí que la tienen las piezas que lo componen. Y ya no pensamos sólo en el medioambiente: estamos inmersos en un problema de escasez de semiconductores que, en algunos casos, podrían obtenerse de estos productos que desechamos. En esta situación, uno de los apartados que se intenta fomentar es el de potenciar la compra de productos reacondicionados, es decir, equipos y terminales de segunda mano, a los que se les ha pasado una revisión exhaustiva y que funcionan como si fueran nuevos, pero a un coste mucho menor que si se comprara el mismo modelo nuevo. Se calcula que si una buena parte de la población optara por este mercado, se podría llegar a reutilizar entre el 70% y el 90% de los residuos electrónicos que se producen. Es decir, para acabar con la basura electrónica, en este caso el reciclaje no es la mejor opción, puesto que mucha de ella normalmente acaba en países que ya no son capaces de gestionar las montañas de residuos que llegan a sus puertos procedentes de los países más ricos. Por cierto, España es uno de los países europeos que más fomenta la reutilización de dispositivos electrónicos. De hecho, la ley actual sobre el tratamiento de estos productos en nuestro país prioriza el reacondicionamiento frente a los procesos de reciclaje.

Pero no toda la tarea debería recaer en la sociedad o en los Gobiernos. Es necesario que todo empiece por el primer actor de la cadena: el fabricante. Evidentemente, eliminando de la totalidad de los productos la obsolescencia programada como premisa principal, pero también puede haber otras actuaciones: por ejemplo, algunos de ellos, han empezado a no incorporar un cargador en la caja de un móvil nuevo: lógico, todos tenemos cargadores en casa. Ese pequeño detalle, redunda en la mejora de la sostenibilidad y también en una reducción del precio del producto. Lo mismo ocurre con el cable. En este sentido, no es de recibo la política de Apple por el simple hecho de fomentar ese supuesto halo de exclusividad: cuando casi todos los fabricantes emplean una misma tipología de puerto para cargar el smartphone o la tableta, Apple utiliza el suyo propio. Esto puede tener los días contados si prospera la propuesta de la Comisión Europea para establecer el conector USB-C como cargador universal para teléfonos móviles, tabletas, cámaras digitales, auriculares y videoconsolas.
Qué importante es deshacerse correctamente de este tipo de basura. Y especialmente, hacerlo en un sitio fiable, ya que este tipo de dispositivos pueden contener aún información privada y no queremos que acabe en manos de cualquiera.
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