Si todo está perdido ¿para qué luchar contra lo inevitable? Si todo son malas noticias y vamos de cabeza al colapso ¿para qué sacrificarse?
Básicamente, porque el futuro está por construir y lo único que no tiene solución es lo que hemos hecho mal hasta ahora, no lo que todavía podemos hacer bien a partir de ahora.
¿Tanta incertidumbre te provoca ecoansiedad, miedo a la crisis climática y a sus consecuencias, al cataclismo ambiental? Abandona ese sentimiento negativo de angustia. Dale la vuelta a la aflicción y transfórmala en esperanza. Porque son muchas las cosas buenas que ya hacemos hoy para mejorar el mañana. Y muchas más las que podemos y vamos a hacer sin necesidad de asumir gigantescos sacrificios.
Aquí te damos cinco buenas razones para el optimismo, importantes brotes verdes que crecen con fuerza empujando un cambio global que, eso ya nadie lo duda, son el principio de una gran revolución imparable, la que a través de la sostenibilidad nos acerca a un mundo mejor.
Tenemos un plan, no superar los 1,5 grados
El Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático de la ONU (IPCC, por sus siglas en inglés) es el mayor y más importante grupo científico reunido en la historia de la Humanidad. Tiene un único fin, monitorear y evaluar toda la ciencia global relacionada con el cambio climático, investigar la evolución del clima mundial y aportar soluciones basadas en ciencia. La principal conclusión a la que este comité de sabios ha llegado es bien conocida: es urgente limitar el aumento de la temperatura global a un máximo de 1,5 grados centígrados por encima de los niveles preindustriales.

¿Y por qué 1,5 grados? Este umbral no es una cifra aleatoria. Marca un punto “de no retorno” en el que los efectos del clima serían cada vez más perjudiciales no solo para las personas, sino para todo el planeta. Este techo climático obliga a asumir transiciones sin precedentes en todos los aspectos de la sociedad, con enormes beneficios para la salud, los ecosistemas e incluso la economía.
Un aumento de dos grados o más nos situaría en un panorama mundial irreversible que haría inviable cualquier intento de mantener un planeta habitable para los seres humanos. Supondría la ruina global, así que no podemos relajarnos.
La buena noticia, otra más, es que aún estamos a tiempo de lograrlo. Lo confirmó el año pasado la ONU cambio climático, “todavía queda tiempo para la acción climática”. También lo ratifica Steven Chu, Premio Nobel de Física y exsecretario de Energía de EU, quien resalta cómo la ciencia avanza a pasos agigantados para resolver el grave problema global que el actual progreso ha provocado “y ya se ven innovaciones para revertir los daños en el clima”.
Las energías renovables avanzan imparables
Cada vez de manera más decidida, los países del G20 están eliminando progresivamente su adicción a los combustibles fósiles, aumentando paralelamente la inversión en energías renovables.
En el caso español, las tecnologías renovables produjeron en el 2021 el 46,7 % de toda la electricidad generada, registrando su mayor participación en el mix de generación desde que existen registros. Aunque el objetivo aspira a llegar en el año 2030 al menos a un 74% de generación.

La mitad de toda la energía que ahora mismo consumimos ya procede del viento, del sol o del agua; es independiente, pues no necesita recursos de terceros países, y no provoca emisiones de CO2 a la atmósfera.
Otra buena noticia es que esta tecnología está abaratando costes a una velocidad vertiginosa, haciéndose cada vez más accesible y rentable.
Un éxito esperanzador es el avance del autoconsumo eléctrico solar, la revolución de los tejados. En el último año su potencia se ha duplicado en España. Según datos de la Unión Española Fotovoltaica (UNEF), en 2021 se instalaron 1.203 MW. Esta cifra supone un incremento del 101,84% con respecto a 2020. El año pasado la potencia instalada se acercó a los 5.000 MW y en 2025 podría ser perfectamente el doble.
Aumentan los espacios protegidos en el mundo
En la lucha contra la pérdida de la biodiversidad es fundamental la protección de los ecosistemas más valiosos y vulnerables. Y lo estamos haciendo. En la última década los espacios naturales protegidos han aumentado un 42 por ciento en el mundo, casi 21 millones de kilómetros cuadrados, más que toda la superficie terrestre de la Federación Rusa. Es la conclusión que se desprende del informe ‘Planeta Protegido 2020’ publicado por la ONU y la Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza (UICN). Aunque todavía queda mucho por hacer. Apenas el 7,84 % de la superficie terrestre mundial está protegida y conectada. En el caso de la marina es aún menor.

El objetivo no puede ser más ambicioso, deberíamos proteger un 30 % de toda la superficie marina y terrestre del planeta antes de 2030, tal como recoge el ‘Compromiso de los líderes por la naturaleza’. Porque, a pesar de los progresos logrados, el propio informe de la ONU concluye que la biodiversidad biológica del planeta sigue disminuyendo y, por lo tanto, sigue siendo una tarea urgente aumentar y mejorar las áreas protegidas.
Pero volvamos al optimismo. También hay muchos casos de éxito en la recuperación de especies que han salido de la amenaza de la extinción. Sin ir muy lejos, en España tenemos tres grandes buenas noticias, la recuperación del lince ibérico, del oso pardo y del quebrantahuesos. A la sombra de estos paraguas ambientales se han dado mejoras en cascada de otras especies y hábitats amenazados.
Gobiernos y grandes empresas lideran el cambio
La emergencia climática nunca ha sido más transversal que ahora. Más allá de esas minorías negacionistas que braman en el desierto de las redes sociales, la realidad es que tanto los gobiernos como las grandes compañías han asumido como propio el liderazgo de avanzar hacia la sostenibilidad. Y no es greenwashing o ecoblanqueo.
La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2022 (COP 27) reunió a representantes de 200 países que reafirmaron su compromiso de limitar el aumento de la temperatura mundial a 1,5 grados centígrados por encima de los niveles preindustriales. También acordaron reforzar la acción para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y adaptarse a los efectos del cambio climático, además de impulsar el apoyo al financiamiento, la tecnología y la creación de capacidades que necesitan los países en desarrollo.

Como señala la ONU, “la transición a una economía baja en carbono y resistente es la opción más segura y competitiva que puede tomar cualquier país, empresa o inversor”.
Para lograrlo son importantes los pequeños gestos de cada uno de nosotros, es verdad. Pero son fundamentales los que hacen las grandes empresas, auténticos motores de la economía mundial. Y lo están haciendo. Es además la suya una revolución transversal, pues la promueven sus directivos desde arriba, pero también sus trabajadores desde abajo.
Nunca antes las empresas se habían comprometido tanto con el planeta, revisando sus estructuras, buscando la neutralidad en carbono, reduciendo consumos e incluso asumiendo compromisos que pueden afectar a su cuenta de resultados.
Ya lo hemos conseguido otras veces
El reto de mitigar la crisis climática y salir más fuertes y mejores con el cambio parece algo imposible. ¿Cuándo el mundo se ha puesto de acuerdo para resolver problemas globales mediante acuerdos globales que nos beneficien a todos? Varias veces. Y no hace tanto de la última vez.
Un caso de éxito de gobiernos y empresas ha sido la lucha contra el agujero de la capa de ozono. Los años ochenta fueron un periodo de cambios drásticos, pero también de éxitos internacionales. Dos años antes de la caída del Muro de Berlín, el mundo se unió para lograr su mayor éxito de recuperación ambiental: revertir el daño a la capa de ozono y garantizar un futuro viable para todos.

La adopción del Protocolo de Montreal relativo a las sustancias que agotan la capa de ozono en 1987 demostró que, cuando la ciencia y la voluntad política se unen, podemos cambiar el mundo. El Protocolo entró en vigor en 1989 y para 2008 era el primer y único acuerdo ambiental de la ONU ratificado por todos los países del mundo. Se decidió prohibir gradualmente las sustancias que agotan la capa de ozono, especialmente los clorofluorocarbonos (CFC). Y se hizo.
Desde entonces esta capa vital de la atmósfera ha ido recuperando lentamente los valores anteriores a 1980. Se espera lograrlo hacia 2066 en la Antártida, en 2045 en el Ártico y alrededor de 2040 en el resto del mundo.
Tal éxito tiene un gran premio asociado: el restablecimiento de este fundamental escudo protector del planeta ayudará a evitar hasta un 0,5 °C el calentamiento global. ¿No es como para ser optimistas?