Dice un proverbio chino que el mejor momento para plantar un árbol fue hace 20 años y el segundo mejor momento es ahora. Plantar árboles está muy bien, pero ¿vale cualquier tipo de árboles en cualquier sitio? Porque podríamos plantar especies invasoras que pongan en peligro esa naturaleza que queremos cuidar, sean más proclives a los incendios forestales, no se adapten al lugar y acaben secándose o extendiendo plagas, justo lo contrario de lo que pretendemos.
Más allá de la foto siempre tan icónica del plantador de árboles por un día, hay que tener en cuenta que algo tan importante como crear un bosque no se puede hacer al tuntún. Necesita de una profunda planificación técnica previa en la que es fundamental la participación de ingenieros forestales y biólogos, de buenos profesionales que sepan hacer esas plantaciones en tiempo y forma, estudien en profundidad los terrenos a reforestar, elijan las especies más apropiadas y se responsabilicen de una gestión profesional posterior que incluya reponer plantas secas, hacer podas selectivas y otros trabajos de mantenimiento que impidan destrozos de los herbívoros y hagan más difícil el avance de los siempre temibles incendios forestales. También hay que tener muy claro si lo que se quiere crear es un bosque natural, una plantación productiva, un parque forestal o un jardín.
Roberto Ontañón, biólogo especializado en restauración forestal, sabe mucho de esto. Con su empresa IMAVE, con sede en el pequeño pueblo leonés de Cembranos, ha plantado cientos de miles de árboles por toda España. Y tiene muy clara una frase que no deja de repetir cada vez que acepta algún proyecto: “Los tiempos de la naturaleza son muy diferentes a los nuestros”. Muchos de sus clientes, reconoce, llegan con una idea previa y la quieren ver ejecutada con celeridad, como si en lugar de plantar árboles se fueran a colocar farolas una detrás de otra. “Pero eso es imposible”, reconoce Ontañón. Frente a esas prisas del falso “todo fácil”, este experto recomienda dejarse asesorar por los que saben, adecuarse a los tiempos del bosque y dedicar una parte importante del presupuesto al mantenimiento posterior, igual que cuando compramos un coche o una casa.
No des de comer a los ratones
La planificación previa y profesional de una plantación es la regla de oro para lograr una mínima efectividad que asegure su viabilidad. Es fundamental para evitar errores de bulto como el grupo de plantabosques del que hace más de 30 años el que esto suscribe formó parte, empeñados en plantar por las resecas laderas de los pueblos de Burgos más de un millón de bellotas. El fracaso fue monumental. Tanto esfuerzo, trabajo y dinero no sirvió para nada. La inmensa mayoría de esas bellotas se las comieron los ratones y los topillos. De las supervivientes apenas germinó un uno por ciento, que en los años siguientes se fueron secando por falta de riegos y cuidados. Tres décadas después, esas laderas siguen hoy tan peladas como ya empiezan a estarlo las cabelleras de los entonces ilusionados belloteros.
Pero frente a este ejemplo de inútil esfuerzo bienintencionado hay otros tremendamente exitosos. Como la plantación promovida hace tres años por FSC España y Carrefour en el monte vecinal de Cepeda (Pazos de Borbén, Pontevedra), una zona que había sufrido un gran incendio forestal. Contó con la entusiasta participación de numerosos vecinos y escolares, pero el suyo fue un trabajo cuidadosamente planificado. Siguieron al pie de la letra las indicaciones de los especialistas que habían seleccionado previamente las plantas y elegido los mejores lugares para ubicarlas, se plantaron cientos de árboles autóctonos en vaguadas a modo de barrera verde que en un futuro (con los lentos tiempos de la naturaleza) podrán detener el avance de las llamas en una comarca muy proclive a este tipo de desastres.
Una muralla de árboles… sin árboles
El mundo se había propuesto acabar con la deforestación en 2020, pero un nuevo informe indica que, aunque el desastre se ha ralentizado, seguimos perdiendo masa forestal en el planeta y harán falta al menos otros 25 años para poner fin a esta sangría arbórea. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, desde 1990 se han perdido 178 millones de hectáreas de bosque.
Uno de los proyectos estrella para lograr un planeta más verde es la Gran Muralla Verde, 8.000 kilómetros de nuevos bosques en la región del Sahel para luchar contra el avance imparable del desierto del Sahara. Aspira a plantar millones de árboles entre Senegal y Yibuti, un gigantesco ejército forestal a lo largo de 22 países africanos terriblemente pobres para luchar contra la desertificación, la degradación del suelo y el impacto del cambio climático. Restaurar 100 millones de hectáreas de tierra actualmente degradada, secuestrar 250 millones de toneladas de carbono y crear 10 millones de empleos verdes para 2030.
La idea es fabulosa, pero además de las ingentes cantidades de dinero que hacen falta para materializarla, una vez más el verdadero reto está en que esos árboles sean los adecuados y no se sequen.
Según un estudio recientemente publicado en el Journal of Sustainable Forestry, en el planeta hay 60.065 especies de árboles, cada una de ellas adaptada a un ecosistema, clima y suelo específico. Volviendo al desafío de la Gran Muralla Verde, donde la mayoría de los árboles plantados en la última década ya se han secado, está claro que hay que tener muy en cuenta qué se quiere plantar allí, dónde y cómo, antes de lanzarnos a hacernos la foto con un plantón y una pala.
De momento, y a pesar del mucho dinero invertido, esa gran defensa forestal contra el desierto apenas se ha materializado. En septiembre de 2020 solo se había cubierto el 4 % del área planificada, 4 millones de hectáreas plantadas de las que en un porcentaje alto se duda de que hayan sobrevivido.
El reto de los bosques sostenibles
El lema de Naciones Unidas para el Día Internacional de los Bosques de este año se centra en el consumo y producción sostenible de productos forestales. Como mensaje de “importancia vital” destaca la ONU que “el uso sostenible de los bosques nos ayudará a avanzar hacia una economía basada en materiales renovables, reutilizables y reciclables”.
Según el organismo internacional, hay que usar más madera en todo y para todo, pero solo aquella que cuente con una certificación fiable garantizando la sostenibilidad de su gestión, que nunca se cortarán más árboles que los que el bosque produce, que nunca este consumo supondrá alentar la deforestación o provocar desequilibrios sociales y económicos. Productos con etiquetas o certificaciones que, como las de FSC o PEFC, confirman su procedencia de fuentes legales y sostenibles.
Por poner un ejemplo reciente, nada más comenzar la invasión de Ucrania, ambas entidades han calificado toda la madera originaria de Rusia y Bielorrusia como «madera de conflicto» y, por lo tanto, no se podrá utilizar en sus productos certificados.
Gracias al uso generalizado de esta madera responsable será posible “reverdecer” las ciudades, destaca la ONU. El sector de la edificación y la construcción es responsable de casi el 40% de las emisiones de gases de efecto invernadero vinculadas a la energía en todo el mundo. La innovación está haciendo posible emplear más madera en edificios altos y otras infraestructuras, lo que nos ayuda a naturalizar nuestras ciudades debido a que almacena carbono, su producción consume menos energía que la mayoría de los materiales de construcción y proporciona un buen aislamiento. Pero para lograrlo hay que plantar más bosques y cuidarlos mejor.
Repoblaciones de precisión
Una premisa importante a tener en cuenta por todo plantabosques es el tiempo. Frente a las urgencias del calentamiento global y muchas veces también del márketing publicitario, el largo plazo sobre el que se asienta la naturaleza es el único principio seguro para lograr soluciones reales. Con esta filosofía se anuncia Land Life Company, una multinacional recientemente aterrizada en España que, subraya sus responsables, se dedica a la reforestación “de calidad” a gran escala en terrenos degradados gracias a la financiación procedente de los bonos verdes.
Desde Burgos, donde tiene sus oficinas, pretende recuperar bosques autóctonos “inteligentes” con precisión casi de cirujano. Logran así bosques sanos que puedan sobrevivir en condiciones severas y dar cobijo a una rica biodiversidad.
Esta nueva temporada de reforestación la compañía tiene previsto crear 15 nuevos bosques gracias a la plantación de dos millones de árboles en tierras degradadas en España. Las plantaciones restaurarán alrededor de 2.000 hectáreas de espacios naturales empobrecidas a causa de la urbanización, incendios forestales, prácticas agrícolas intensivas o sobrepastoreo. Supondrán la captación de 460.000 toneladas de dióxido de carbono a lo largo de cuarenta años, el equivalente a las emisiones anuales que generan 100.000 automóviles. Y generarán más de 80 puestos de trabajo en el mundo rural.
Frente a la idea bucólica de la pala y la regadera, Land Life Company basa su trabajo en ciencia, profesionalidad y nuevas tecnologías. Usan drones al inicio del proceso de plantación para trazar un mapa del paisaje y desarrollar un análisis del terreno. Una vez recopilados los datos del lugar de la plantación, ingenieros forestales expertos en restauración ambiental hacen un estudio de suelo y clima. En el momento de la plantación se combina el personal sobre el terreno con sistemas de plantación automatizada que permiten plantar más árboles en menos tiempo. Una vez que los plantones están enraizados se hace un seguimiento anual vía satélite del crecimiento, clave para para controlar la salud general de la plantación.
Y después de plantar árboles ¿qué hacemos?
Cualquiera que tenga plantas en casa sabe que hay que cuidarlas, regarlas, abonarlas, mimarlas. ¿Por qué va a ser distinto un bosque? Toda plantación de árboles, por pequeña que sea, debe incorporar una mínima gestión forestal para garantizar su mantenimiento. Y si además se persigue lograr una plantación productiva, habrá que hacer podas y tratamientos que garanticen un producto acorde con las necesidades del mercado.
Pero el problema de la España Vaciada también está pasando factura a la gestión forestal de los bosques. Lo confirma Juan Carlos Oca, 45 años y capataz de una cuadrilla de 10 trabajadores forestales de Burgos. “Es muy complicado encontrar gente dispuesta a trabajar en el monte”, se lamenta. “Es un trabajo muy duro, de agotadoras jornadas, sin horarios y que apenas dura tres meses. Los jóvenes, si lo pueden evitar lo evitan. Así que no encuentras a nadie en la zona”.
El suyo es un trabajo de Sísifo, invisible, duro e inacabable, diez personas podando pinos en un mar de pinos plantados hace medio siglo y a los que hay que seguir cuidando para evitar incendios forestales. Una gota de cuidados en un mar de olvidos. Pero sin ellos tampoco hay bosques. Y no habrá un futuro verde.