Quizá no te habrás dado cuenta, pero el ritmo de caminar es prácticamente el mismo que el de los latidos del corazón: 60 pasos por minuto.
No es una casualidad. Somos la especie inquieta, y a lo largo de 290.000 años de nuestros 300.000 años de historia biológica hemos sido cazadores recolectores que se pasaban la vida como nómadas, caminando pausadamente de un lado para otro siguiendo a los grandes rebaños de herbívoros, paseando por el campo. Estamos diseñados para caminar, especialmente en entornos naturales. Nos gusta y lo necesitamos.
¿Por qué pasear es bueno para el cuerpo?
Al caminar apoyamos todo nuestro peso sobre la planta del pie, aumentando la presión sanguínea y facilitando con ello que la sangre llegue mejor a los pulmones, donde se oxigena, y al cerebro, donde nos activa esa sensación tan agradable de buen rollo.
Es un bombeo extra para todo el organismo. También fortalece el corazón, disminuye los índices de colesterol y mejora la circulación. Por si fuera poco, resulta un ejercicio muy completo capaz de reforzar los huesos y tonificar los músculos.
Se mire por donde se mire, existen pocas actividades tan saludables (y baratas) como caminar.
¿Por qué pasear es bueno para la mente?
Pasear nos libera de la dictadura de los teléfonos móviles, ordenadores, televisores y todo ese ejército de pantallitas encandiladoras, favoreciendo así el alejamiento de nuestro foco de atención a espacios abiertos, a miradas hacia el infinito, que además de ser bueno para la vista nos lanza a ese ejercicio tan necesario en estos tiempos como la reflexión pausada en busca de ideas o, sencillamente, de relajación mental. También nos permite desconectar con las rutinas diarias, reduciendo enormemente el estrés, con todo lo bueno que algo así supone.
Al caminar abrimos la mente a nuevos estímulos de la naturaleza. Por fin nos fijamos en que está llegando la primavera, que florecen las primeras violetas, cantan los pájaros y las nubes son más luminosas. Y eso nos causa felicidad.
¿Por qué pasear es bueno para ser feliz?
Ese aumento del flujo sanguíneo gracias al caminar nos hace sentirnos mejor pues libera endorfinas naturales, la hormona de la felicidad. Pasear es, ante todo y por encima de todo, un acto emocional. Seguramente por ello, nada hay más natural, sano y placentero que un paseo. También pocas cosas hay más instintivas, más reclamadas por nuestro cuerpo y espíritu que esa necesidad, como de un hormigueo nervioso, de pasear. Nos lo pide el organismo y nos lo dicta el instinto natural, el sentido común y los médicos. Movemos el cuerpo para reactivar la mente.
Con los años, nuestro instinto de supervivencia se rebela contra el cada vez más preocupante sedentarismo urbano, y ahí están todos esos paseos en las ciudades llenos de personas de mediana y algo más que mediana edad lanzadas al noble deporte de caminar, sabiamente sazonados con la charla dinámica de ir hablando con los amigos sin perder ritmo de trote, o el igualmente importante ejercicio de la reflexión introspectiva si optamos por hacerlo en solitario. Como diría el inmortal Antonio Machado, cuando caminamos solos vamos en animada plática con ese buen amigo que nos enseñó el secreto de la melancolía. “El caminar es a menudo un rodeo para reencontrarse con uno mismo”, afirma con clarividencia el sociólogo David Le Breton en su muy recomendable libro Elogio del caminar (Siruela, 2011).
¿Cuánto hay que caminar al día?
Caminar es una actividad adaptada a todas las edades, ritmos y situaciones. ¿A qué hora es mejor caminar? A la que nos dé la gana. ¿Durante cuánto tiempo? El que queramos. ¿A qué velocidad? A la que nos apetezca.
Por influencia de aplicaciones medidoras de pasos para los móviles, se ha generalizado la idea de que para tener una buena salud es necesario dar al menos 10.000 pasos al día, esto es, recorrer unos ocho kilómetros. Es un número artificialmente inventado por los japoneses hace 50 años y con el que se denominó uno de los primeros medidores de pasos comercializado en el mundo, pero nos puede valer como referencia. Una horita de pateo. O dos paseos de media hora. Lo importante es tener una rutina que, al menos una vez a la semana, nos arranque del sofá.
¿Por qué los mejores paseos son por espacios naturales?
La primera y más contundente explicación es que somos biófilos, ese sentido innato que nos conecta estrechamente con la naturaleza, afinidad innata por todo lo viviente.
La segunda razón es que, en los espacios naturales, especialmente en los arbolados, respiramos unas sustancias muy especiales, las fitoncidas. Son unos aceites naturales que los árboles segregan para protegerse de insectos, hongos y bacterias. Su sistema de defensa beneficia indirectamente al nuestro pues, a modo de medicinas naturales, son capaces de reducir nuestros niveles de estrés, la tensión arterial y el azúcar en sangre, mejorando la concentración, la memoria e incluso reduciendo muchos de esos dolores crónicos como la fibromialgia. Por eso cada vez se valoran más los denominados “baños de bosque”, paseos relajados por los espacios forestales.
¿Cuáles son las mejores zonas naturales para pasear?
Con tal de salir de casa y del asfalto urbano, cualquier zona natural es buena para pasear, incluyendo parques, jardines, riberas de los ríos, costas, playas, bosques, montañas y espacios rurales. Tenemos tendencia a ir a lo mejor de lo mejor, por eso de que, ya que salgo a pasear, ir a lo más top, pero en absoluto es necesario.
Un consejo es elegir lugares cercanos y accesibles, pues al tenerlos más a mano no nos costará tanto sacar un poco de tiempo para organizar una caminata. También se aconseja que no sean sitios demasiado expuestos a los vientos fuertes o a los ruidos, pues nuestra experiencia siempre es menor en entornos hostiles.
La mejor selección de senderos de España es sin duda la Red de Caminos Naturales. Son más de 10.300 kilómetros de caminos a lo largo de toda la geografía española, gratuitos, perfectamente señalizados y a través de 130 itinerarios espectaculares por parques nacionales y naturales.
Otra opción es la red de Vías Verdes, más de 3.100 kilómetros de infraestructuras ferroviarias en desuso que han sido reconvertidas en itinerarios cicloturistas y senderistas a través de esa España vacía tan necesaria e injustamente olvidada.
Para los más entusiastas y/o voluntariosos, el Camino de Santiago en todas sus variantes (camino francés, del Norte, portugués, inglés, primitivo, de la Plata) es perfecto en cuanto a programar caminatas por espacios naturales e históricos únicos. Se pueden hacer de un tirón a lo largo de un mes o por etapas que se cubren poco a poco, a lo largo de años. La página web de la Federación Española de Asociaciones de Amigos del Camino de Santiago es un buen punto de partida.
Para los más aventureros, el Camino del Cid es una poco conocida ruta turístico-cultural que, siguiendo el camino del destierro del famoso héroe medieval, atraviesa las provincias de Burgos, Soria, Guadalajara, Zaragoza, Teruel, Castellón, Valencia y Alicante.
Otras rutas interesantes son las que nos brindan los espacios naturales protegidos. En todos ellos siempre hay rutas y senderos bien señalizados que nos permitirán conocerlos con detalle al siempre atento ritmo del caminante.
Pero no nos olvidemos de los “tontódromos”, esos paseos urbanos bien arbolados, famosos porque todo el mundo camina en ellos de arriba abajo, más por el placer de encontrarse con el vecindario y terminar tomando un vermú que por intereses naturalistas. Son paseos a fin de cuentas, perfectos para dejarnos llevar por ese impulso natural de cazadores recolectores que heredamos de nuestros antepasados prehistóricos.