Nos vamos a la estación ferroviaria abandonada de Bustarviejo, en la sierra de Madrid. Allí, en un emplazamiento de silencio, naturaleza y soledad, está germinando el proyecto de cultura y pensamiento Traductores del Viento, colaboradores cercanos de Signus. Merece la pena conocer quiénes son y lo que hacen, sus retos, sus sueños, sus planes, sus ráfagas de viento y creatividad.
Anclada en la Sierra de Madrid, con vistas a las moles graníticas de La Cabrera, quedó la estación de tren de Bustarviejo-Valdemanco. Fue inaugurada en 1968 como una de las paradas de la línea ferroviaria directa Madrid-Burgos, que la dictadura franquista comenzó a construir con presos republicanos en los años 40, tras la Guerra Civil. Medio siglo después, con la apuesta de los gobiernos españoles por las líneas de alta velocidad, muchas comunicaciones regionales por tren quedaron abandonadas. A finales de los años 90, la estación de Bustarviejo dejó de prestar servicio a los viajeros. Con el derrumbe del túnel de Somosierra en 2011, la línea que con tanto sufrimiento e injusticia se había construido quedó cerrada. Y el armónico edificio de la estación, varado en la soledad, el fuerte viento y el tiempo, lo que queda traducido en abandono y decrepitud.
Un proyecto que es «síntesis de vida»
Hasta que alguien se fijó en ella. Un colectivo de creadores y artistas llamado Traductores del Viento, con el gestor cultural, comisario de exposiciones y fotoperiodista Miguel Ángel Invarato al frente ¿Dónde mejor para llevar las ráfagas de la creatividad que a ese lugar donde tanto sopla el viento serrano? Se lo propusieron a Adif, propietaria de la estación, y llegaron a un acuerdo de largo recorrido para acondicionar el destartalado edificio y darle vida y llenarle de contenidos. En ese primer impulso a la aventura, acompañaron a Miguel Ángel algunos nombres conocidos de nuestras artes como Ouka Leele, Kim Manresa, Carlos de Paz, Fátima Miranda y el que fue director de la Unesco Federico Mayor Zaragoza.
El proyecto –“un punto de encuentro y un espacio donde crear y compartir en torno a cuatro ejes: arte, pensamiento, naturaleza y no violencia”, según me lo define Miguel Ángel– echó a andar en 2020 con la intención de abrir en el verano de ese año, pero ya sabemos todos lo que llegó en marzo de 2020: la pandemia covid-19 y el consiguiente confinamiento. Así que las actividades de Traductores del Viento se retrasaron un año; comenzaron en mayo de 2021. La estación de Bustarviejo, con esa serena e inspiradora mirada hacia el horizonte de sierra y viento, tomaba nueva energía. No había que dejar pasar el último tren.


Me lo cuenta Miguel Ángel Invarato: cómo tras décadas de publicar en prensa –desde Pueblo a El País Semanal de la primera época, Diario 16 y las revistas La Luna de Madrid y Man, centrado en el retrato de personajes de la cultura– y de comisariado de exposiciones culturales –su principal trabajo ha sido la exposición itinerante Imágenes para la Dignidad, con 39 fotógrafos, algunos tan conocidos como Salgado y Fernando Moleres–, Traductores del Viento significa para él un proyecto que es “síntesis de vida”, de su vida, de todo lo mejor que ha conocido, aprendido y aprehendido. Decidió no enredarse, sacudirse la cabeza y tomar el último tren.
De sus contactos, ilusiones y sueños, hasta poder alguien pensar que tiene muchos vientos en la cabeza. Pero la quimera ha tomado cuerpo y forma, y este ya es el tercer curso de primavera/verano en que este colectivo da todo de sí para animar esas vías construidas por presos de la injusticia, esa parada en la que dejaron de apearse viajeros y a la que ahora llega gente con las maletas repletas de ideas y cultura.
Adolfo Schlosser. El crepitar del silencio
El estreno de este verano ha sido por todo lo alto: Con una exposición colectiva de homenaje al gran artista austriaco afincado en este pueblo serrano desde los años 70 y fallecido en 2004: Adolfo Schlosser, al que ya le dedicamos una entrada en este blog
Allí estuvimos, en la inauguración, el sábado 20 de mayo. La muestra reúne decena y media de piezas escultóricas de Schlosser, junto a recuerdos suyos, como manuscritos, libros, fotos, piedras recogidas del campo que le regalaban sus vecinos de Bustarviejo y él guardaba como tesoros… Junto a esas obras, las de otra decena y media de creadores que formaron parte del círculo del artista del gran bigote, desde la familia, como su última compañera, Marisol Rodríguez, a Eva Lootz, Mitsuo Miura y Navarro Baldeweg, que fueron grandes amigos suyos, otros artistas como Enrique Carrazoni, María Lara, Federico Gómez, Chiqui Abril, Javier Campano y Joaquín Díez de Fortuny, y fotógrafos como Bernardo Pérez, cuyo retrato de Schlosser abre la exposición. Todo con el apoyo de las galerías Buades y Elvira González.


El recorrido por el montaje de Adolfo Schlosser. El crepitar del silencio destila cariño y sencillez, memoria y amor y respeto por la naturaleza. Por eso traemos hoy aquí, a la serie Artistas en Verde, a Traductores del Viento. Y porque esta asociación colabora con Signus en la organización del concurso Una Segunda Vida, Ayudas a la Creación desde la Sostenibilidad, relacionado con la recuperación y upcycling de materiales en principio desechados, centrándose en los neumáticos, una vez agotada su vida útil. El año pasado celebraron la primera edición de esta convocatoria. Y esta primavera se ha llevado a cabo la segunda, cuyos finalistas y ganadores se anunciarán próximamente.
Becas y residencias de artistas
La exposición de Schlosser irá acompañada este verano de múltiples actividades, como las becas y residencias de artistas –entre ellas, las de la convocatoria con Signus–, de sesiones de “cine de valores” al aire libre, y de la cita –el sábado 5 de junio– Primavera Fanzinera: encuentro 0: obra gráfica, cómic, fanzines, libros de artista y música a cargo de pequeños grupos como Las Petunias, Elartedealfa, Pies Fríos, Ashleys y Las Nanas.


Tarde de sábado que amenaza tormenta y lluvia. Rachas de viento que tan pronto te acechan como se quedan misteriosamente detenidas. Salgo a pasear por el andén y después por las vías quejumbrosas. Contemplo un túnel a un kilómetro; al otro lado queda el Penal en el que se alojaban los presos que construyeron las vías, con unos barracones donde dejaban estar a sus mujeres e hijos. Se remueve el estómago como una espiral de viento. Camino por esas vías abandonadas, olvidadas por el progreso que trajeron los Aves. Cada vez más deprisa, más rápido, despegándonos de lo pequeño, del detalle, del despacio, del recuerdo. Todo lo contrario a lo que era la esencia del arte de Schlosser, esa comunión con el entorno, la naturaleza, que encontraba en sus largos paseos y que luego trasladaba a su taller, hasta plasmar las sensaciones de quietud y serenidad en una escultura de piedras, o en un arco tensado de madera, o en una hoja o una ramita pendiendo de un hilo.
Como nuestra vida. Nuestra historia Nuestra memoria, tan frágil y delicada, pendiendo de un fino hilo, que, si no nos esmeramos, acaba siendo nada. Memoria olvidada.
Pienso, creo que a Schlosser le habría gustado esta estación detenida en el tiempo para toma su último tren.
Tarde de tormenta detenida. Hay vino y aceitunas. Café y bizcocho. Llegan ya Mitsuo Miura. María Lara y Eva Lootz a la inauguración. Memoria viva de aquel núcleo de arte y pensamiento que pobló la sierra madrileña en las décadas de los 60, 70 y 80. Luego todo se hizo distinto. Y la facilidad de las comunicaciones a distancia, todo cada vez más fácil y rápido, acabó con las comunicaciones en la corta distancia y con la mayoría de esas comunidades de artistas en las que se reunían a arreglar el mundo y pensar en otros distintos, con lenguajes de paz.