La educación ambiental, cuyo día internacional se celebró recientemente, es un elemento imprescindible de la formación de las personas. No solo de los niños y jóvenes, sino de todos los ciudadanos, porque es una herramienta indispensable para transformar la sociedad para alcanzar el desarrollo sostenible. Es precisa para trasmitir los conocimientos y la sensibilidad necesarios para adquirir una actitud responsable hacia el medio ambiente, con la consiguiente adopción, o incluso cambio, de hábitos de las personas y su implicación y participación en la resolución de los principales retos ambientales del planeta: el cambio climático, la perdida de biodiversidad, el crecimiento de los residuos, etc.
No es una moda ni un concepto reciente ni nuevo, ni mucho menos. Especialistas en el tema refieren cómo, por el contrario, la idea y el movimiento por la educación ambiental en todo el mundo viene de bastante más atrás en el tiempo.
Por ceñirnos a lo más reciente, el término como tal se acuñó en 1948 en la reunión de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, (UICN), en París.
En la Cumbre de Estocolmo de 1972, – la primera gran conferencia de la ONU sobre medio ambiente, que marcó el inicio del desarrollo de política internacional sobre medio ambiente- se establece la necesidad de realizar “una labor de educación en cuestiones ambientales, dirigida tanto a las generaciones jóvenes como a los adultos, especialmente al ciudadano corriente que vive en las zonas rurales y urbanas”.
En 1975 de celebró en Belgrado el Seminario Internacional de Educación Ambiental, en el que participaron expertos de 70 países, y en el que se establecieron los principios de la Educación Ambiental en el marco de los programas de las Naciones Unidas. Según el documento final del seminario, las metas de la educación ambiental son: “Formar una población mundial consciente y preocupada con el medio ambiente y con los problemas asociados, y que tenga conocimiento, aptitud, actitud, motivación y compromiso para trabajar individual y colectivamente en la búsqueda de soluciones para los problemas existentes y para prevenir nuevos”.
Dos años más tarde tuvo lugar la Conferencia Intergubernamental de Educación Ambiental, en Tbilisi (Georgia, en aquel momento parte de la URSS), organizada por la UNESCO. En ella además de reafirmar lo establecido en Belgrado, se definieron el marco, los principios y las directrices para la educación ambiental para todo el público y en todos los niveles, no solo en el sistema educativo.
Con estas bases, en teoría al menos, las personas pueden tener el conocimiento, las habilidades y recursos necesarios para tomar sus decisiones acertadas para participar de manera individual pero también en su comunidad en acciones que transformen la sociedad y el planeta. Porque la característica más importante de la educación ambiental es que apunta a la resolución de problemas concretos y a establecer un nuevo sistema de valores.
Por eso debe ser continua e ir dirigida a todos los miembros de la sociedad. Es precisamente por esta amplitud de destinatarios por lo que se desarrollan actividades y programas de educación ambiental no formal destinados a la población en general. Son las campañas de sensibilización de las administraciones, pero también las que realizan habitualmente numerosas organizaciones no gubernamentales.
Es el caso de la asociación Reforesta, que desde 1993 ha desarrollado uno de los programas de educación ambiental más veterano, propio, para escolares. Pero, también, realiza actividades para público adulto, en los que participan voluntarios, enfocadas tanto a particulares como a voluntariado corporativo, y grupos de personas de diferentes capacidades o en riesgo de exclusión social o laboral.
Por eso, su ámbito de trabajo es la naturaleza, concretamente en La Pedriza, en el Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama, para «ayudar a conocerla, porque al vivir en ciudades que están muy alejadas de ella, y porque no se puede tener interés en conservar algo que no se conoce y se valora. Pero es la base, son las raíces y estamos desarraigados», explica Ortega.
En las actividades para escolares «se aborda la problemática del cambio climático, fijándonos en las soluciones que la propia naturaleza ofrece para ahorrar recursos como agua y energía. Y después viendo cómo podemos imitarla y trasladar eso a nuestras vidas». En estos 25 años han participado más de 140.000 escolares, a razón de unos 6.000 cada curso, chavales de 10 a 17 años.
Por eso las acciones de voluntariado ambiental «tienen también una componente educativa muy potente. Comenzamos a realizarlas en 2010 y participan unas 800 personas cada año». Y tiene la convicción de que «dejan una huella positiva en las personas. Y, desde luego, en el territorio. Porque estas personas contribuyen de una manera muy seria a hacer trabajos que quedan ahí: ayudan con las plantaciones, los alcorques, con los jaulones para que las vacas o los corzos no se coman los arbolitos, también con los riegos que hacemos para que no se sequen los árboles, etc.».
Junto al trabajo de campo, en Reforesta han desarrollado materiales que tienen disponibles para descarga gratuita en su página web, «hay tres manuales: de creación de charcas, de plantación de árboles comunes de la Comunidad de Madrid y de creación de un jardín salvaje, que tiene mucho éxito. También hicimos el material didáctico para las actividades escolares, y una calculadora de carbono escolar, con la que pueden comprobar cómo es su comportamiento de cara al cambio climático; y otra para adultos que utilizan las empresas y nos confían luego la plantación de árboles. Y, además, tenemos un blog de educación ambiental ‘Plantando conciencia’, que ya va por las 80.000 visitas».