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Moda con tejido de kombucha Moda con tejido de kombucha

De una litera al laboratorio

La innovación puede empezar en una habitación: con kombucha, ciencia y creatividad, estas jóvenes lo están logrando.

A veces, los grandes proyectos no nacen en laboratorios de última generación ni en estudios de diseño futuristas, sino en la litera de una habitación. Esta es la historia de Marina y Adriana.

Así comenzó la historia de Marina Vázquez, una joven diseñadora de moda de 23 años que, junto a su amiga Adriana Martínez, bióloga de la misma edad, decidió explorar un terreno poco transitado en la industria textil: el tejido de kombucha.

Una chispa llamada Suzanne Lee

El punto de partida de esta aventura fue una inspiración: Suzanne Lee, pionera en biomateriales que, a principios de los años 2000, empezó a experimentar con tejidos derivados de la kombucha.

“Hace tres años la descubrí y me impactó. Su trabajo me hizo entender el peso de la ciencia básica en estos procesos, así que contacté a Adriana, que por entonces cursaba Biología. Ella se lo propuso a su profesora de microbiología y, para nuestra sorpresa, se entusiasmó con la idea”, cuenta Marina. Así, nació un proyecto interdisciplinar que uniría biología y diseño de moda en un Trabajo de Fin de Grado.

El proceso científico y creativo colaborativo

La colaboración fue tan natural como desafiante. Adriana se encargó de investigar en el laboratorio la receta óptima para generar biofilms de kombucha, mientras Marina se centraba en transformar esos biofilms en tejidos aplicables a la moda.

Pero no todo fue ideal: la falta de infraestructura marcó el proceso. “El tejido lo fabricábamos en mi habitación, en la litera de arriba”, confiesa Marina. Sin posibilidad de controlar condiciones ambientales, las dos amigas trabajaron con lo que tenían, sorteando obstáculos con creatividad.

¿Qué es el tejido de kombucha?

Para quienes no lo conocen, el tejido de kombucha nace de la fermentación de té azucarado con un consorcio de levaduras y bacterias. En ese proceso se forma un biofilm, también conocido como SCOBY, que una vez seco se convierte en un material similar al cuero vegetal, biodegradable y compostable.

Además de la elaboración del tejido, Marina se enfrentó al reto de entender su comportamiento. Observó que, una vez seco, el material adquiría una textura similar al cuero vegetal, pero mucho más frágil frente al uso convencional. “Intenté coserlo con hilo, pero las perforaciones de la aguja lo debilitaban. Era frustrante, porque cada costura rompía lo que me había llevado días secar”, explica. Esta dificultad técnica la impulsó a investigar métodos de confección sin costura, y fue ahí donde encontró en el origami una solución creativa.

En paralelo, ambas realizaron un seguimiento visual y fotográfico del proceso, documentando cada paso para poder replicarlo en el futuro. Gracias a esta documentación rigurosa, su proyecto tiene tanto valor estético, como científico y pedagógico, y puede servir como base para futuras investigaciones interdisciplinares.

Moda con tejido de kombucha

Un paso hacia la moda circular

A raíz de esta experiencia, Marina ha cambiado su forma de consumir moda. “Intento comprar solo lo estrictamente necesario. Ahora para mí es imprescindible saber sobre el ciclo de vida del producto y que sea lo más social y ‘ecoresponsable’ posible”, comenta.

La joven no está segura del papel que tendrán los biomateriales en el futuro de la moda. Aunque observa avances en investigación, percibe poca implementación en la industria. Aun así, mantiene la esperanza: “Espero que lleguen a monopolizar el mercado”, afirma, convencida del potencial transformador de estos materiales.

Respecto al material que han desarrollado, Marina defiende su potencial como herramienta clave en la transición hacia una moda circular. “Su ciclo de vida está en armonía con el medio ambiente. La moda no solo debe ser biodegradable, sino compostable y consciente desde su origen”, señala.

Asimismo, cree que se podrían desarrollar más investigaciones para descubrir si este material podría regenerar o nutrir la piel de las personas que lo vistan. Esto podría ser una oportunidad interesante para el sector textil.

Aunque aún hay poca implementación real en el sector, ya hay iniciativas como Polybion, empresa que trabaja con biofilms y busca mejorar su durabilidad. “Nos encantaría conocer su equipo y ver cómo trabajan”, dice.

Manos sosteniendo tierra y planta 

¿Qué viene ahora?

El proyecto no terminó con la entrega del TFG. Durante el último año, han presentado su trabajo en varios eventos con una gran acogida. Ahora, planean continuar formándose y seguir investigando, cada una desde su enfoque: Adriana más centrada en las propiedades del material; Marina, en técnicas de patronaje como el origami y el diseño cero residuos.

Apoyar para transformar

Uno de los retos más importantes fue la falta de condiciones estables y de tiempo para producir el tejido en mayor escala. “La falta de medios para la producción tan grande que necesitábamos” dificultó avanzar al ritmo deseado. Aun así, lograron desarrollar el material y documentar el proceso.

En cuanto al apoyo necesario para llevar su investigación al siguiente nivel, Marina lo tiene claro: “Toda ayuda sería bienvenida. Agradeceríamos apoyo en cuanto a formación e investigación, contar con un laboratorio, profesionales que nos guíen y gente que tenga ganas.” Esa combinación permitiría transformar una propuesta experimental en una solución real.

Si algo tienen claro es que el futuro será colaborativo. “Esta experiencia me enseñó que la verdadera innovación nace cuando fusionamos disciplinas. Si fuéramos más interdisciplinarias, llegaríamos más lejos y más rápido”, destaca.

Marina y Adriana demuestran que la innovación en moda requiere de curiosidad, compromiso y trabajo en equipo. Y que, a veces, las grandes revoluciones comienzan con una taza de té.

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