El estreno de “No tenéis ni **** idea…: Que empiece el show”, una pequeña docuserie sobre el primer año del entrenador de fútbol Luis Enrique en el Paris Saint-Germain (PSG) ha estado envuelto en la polémica incluso semanas antes de su emisión. Tiene la culpa algo tan nimio como verle caminar descalzo por el césped del club parisino mientras dirige bajo la lluvia un entrenamiento del equipo. El propio técnico ha alimentado el fuego al asegurar en redes sociales: «Llevo más de un año haciendo ‘earthing’. Tenía alergias, moquillo, tenía que dejar de ir en bici… Desde que lo hago, desapareció». Y concluye como explicación final: “O sea, conexión con la naturaleza”.
Por si alguien no lo sabe, el ‘earthing’ o ‘grounding‘ consiste tan solo en eso, en caminar descalzo por la hierba, la arena o la tierra. Algo que se hizo toda la vida, especialmente los niños y la gente pobre sin zapatos, pero que en los últimos años practican muchos millonarios (y también mileuristas) aduciendo que de esta manera reconectan con la energía positiva de la naturaleza a través de los pies, liberándose de supuestas y muy peligrosas energías electromagnéticas que vamos acumulando en el cuerpo como si fuéramos una instalación eléctrica sin toma de tierra.
¿De verdad caminar descalzo cura las alergias?
Antes de nada, dejar claro que caminar descalzo con finalidad médica está considerado una pseudoterapia carente del más mínimo respaldo científico sólido. Que nadie abandone sus tratamientos médicos a cambio de este tipo de prácticas a las que enseguida se une la venta de caros dispositivos de dudosa eficacia que relacionan con fuerzas telúricas, cargas electromagnéticas, electrones libres, el 5G y todas esas mandangas New Age. Otra cosa es que caminar sea muy beneficioso para nuestro organismo, algo que sí está demostrado que se consigue, pero no de la manera en que algunos nos lo cuentan.
Por ejemplo, y sin dudar de la palabra de Luis Enrique, los efectos de su alergia se han podido reducir, que no curar, gracias a dos potentes fármacos naturales. El primero es el efecto placebo, sin lugar a duda la medicina más eficaz que existe. Pensar que algo te va a curar ayuda enormemente a superar una enfermedad. En su caso, y como bien saben muchos enfermos, el cambiar de país y de clima suele aliviar las crisis alérgicas.
El otro remedio infalible consiste en desconectar unas horas de la cacharrería digital y reconectar con la naturaleza. Aquí sí que hay evidencias científicas de que salir al campo, mojarnos con la lluvia, bañarnos de sol, hacer ejercicio, caminar (descalzo o no) sin más banda sonora que el canto de las aves, relajarnos, tumbarnos en la hierba, contar nubes, perder el tiempo, reduce el estrés y alivia muchas de nuestras tensiones del día urbano, tan propio de zapatos, pantallitas y prisas.
Reconectar con la naturaleza
No siempre caminar descalzo es una buena idea. Volviendo a Luis Enrique, el césped que pisa en el estadio de París está muy lejos de ser algo natural. Por mullido que parezca, es un cultivo industrial que recibe todo tipo de herbicidas, fertilizantes e insecticidas químicos para dejarlo siempre impoluto. Sustancias tóxicas que también pueden pasar a nuestra piel y darnos algún problema dermatológico. Por no hablar de lo peligroso de dar un patadón al balón a pie desnudo. En el campo e incluso en la playa, algún cristal o piedra afilada también nos puede dar más de un susto. Pero no hay duda que estar descalzo relaja, endurece nuestros cada día más blandengues pies, masajea la piel y nos da gustirrinín.
Más fácil es llegar paseando a un sitio agradable, un bosque, una montaña, la ribera de un río y, entonces sí, descalzarnos y hasta tumbarnos en el suelo. Algunos sentirán ese intercambio energético, no lo dudo, pero todos se notarán especialmente relajados mirando al cielo, oliendo de cerca las fragancias de la tierra, cerrando los ojos y olvidándose por un rato de alimentar las redes sociales o poner música en bucle. En ese momento, la producción de endorfinas se dispara.
Desde que el Homo sapiens surgió no hemos hecho otra cosa que caminar
Somos una especie caminante, nómada, evolutivamente diseñada para hacer grandes desplazamientos diarios. Desde que el Homo sapiens surgió en África hace unos 300.000 años no hemos hecho otra cosa que caminar y extendernos por el mundo. Durante 290.000 años fuimos cazadores recolectores que seguían a las grandes manadas de herbívoros, dormían donde podían, se pasaban el día en el campo lloviera o hiciera sol. El calzado no apareció hasta finales del Paleolítico y se hizo habitual ya en el Neolítico, cuando curiosamente abandonamos el nomadismo y empezamos a recluirnos en las primeras ciudades. Ötzi, el ‘Hombre de los Hielos’, que murió hace más de 5.000 años en los Alpes, ya calzaba mocasines hechos con piel de ciervo y oso.
Con zapatos o sin ellos, hasta hace apenas un siglo nuestras vidas y trabajos se desarrollaban al aire libre. Ahora es justo al contrario, pasamos más del 90% de la existencia bajo techos y con iluminación artificial. Una reclusión de la que vienen muchos de los males de nuestra sociedad actual, desconectada de la naturaleza, encerrada y ensimismada, comiendo mal y haciendo poco o nada ejercicio.
Porque caminar, eso también está demostrado, es un rodeo para reencontrarse con uno mismo. No es un deporte, es un placer. Y además, muy sano, pues mueves el cuerpo y la mente. Hacerlo descalzo es ya opcional.