Las redes sociales han revolucionado el activismo ciudadano al proporcionar plataformas masivas, rápidas y económicas donde difundir y viralizar los mensajes más atrevidos. El mundo ambientalista ha sido probablemente el que mejor y con mejores resultados ha sabido utilizar estas nuevas herramientas de comunicación, cuyas plataformas digitales han jugado, y siguen haciéndolo, un papel decisivo en el cambio de mentalidad de millones de personas por todo el mundo.
Desde campañas extremadamente exitosas hasta otras que han generado rechazo o indiferencia, pasando por algunas que quedaron en poco más que fuegos de artificio, el ciberactivismo ambiental se ha convertido en un importante laboratorio de ideas para lograr sociedades más justas. Ya no hace falta tomar las calles; basta con convertirse en tendencia (trending topic). Aunque quizá no sea tan sencillo. Como afirmaba el filósofo Paulo Freire, “las palabras no cambian el mundo, pero pueden cambiar a las personas que sí lo harán”.
¿Es posible un activismo exitoso sin el apoyo de las redes sociales?
Como todo movimiento social, el activismo climático, aunque actualmente está muy ligado al potencial de las redes sociales, no necesita a las grandes plataformas digitales para mejorar el mundo. Movimientos ambientales anteriores a la era digital lograron éxitos importantes con conferencias y talleres, manifestaciones en la calle o una presencia continuada en los medios de comunicación tradicionales (prensa escrita, radio y televisión), sin olvidar algo tan fundamental como siempre ha sido el uso de la palabra, la conversación, el «efecto boca a boca» basado en las recomendaciones personales.
Pero en pleno siglo XXI, donde la mayor parte de la comunicación es ya electrónica, se hace a través de las pantallas, no contar con ellas supondría perder mucha efectividad en cuanto al alcance e impacto mediático. Prescindir de las redes sociales implica limitar drásticamente el alcance, la rapidez y la capacidad para movilizar a las comunidades. Sería como negarse en el siglo pasado a ir a la televisión. Plataformas como Twitter, Instagram o TikTok permiten que los mensajes ambientales lleguen instantáneamente a audiencias masivas y muy diversas, algo difícilmente replicable con los antiguos métodos tradicionales. De hecho, las redes han redefinido profundamente la capacidad de movilización y sensibilización global sobre asuntos ambientales. Hoy en día no existe ni un solo comunicador ambiental que no las tenga en cuenta.
Fridays For Future: El poder juvenil en las redes sociales
Uno de los ejemplos más significativos de éxito viral gracias a las redes sociales ha sido Fridays For Future, el movimiento global iniciado en 2018 por la activista sueca Greta Thunberg. La joven comenzó protestando sola frente al parlamento sueco, pero las imágenes compartidas a través de Instagram y Twitter multiplicaron rápidamente su mensaje hasta hacerlo mundial, logrando el apoyo de decenas de millones de jóvenes.
Este movimiento llegó pronto a España. Aupada por las redes, Juventud por el Clima convocó multitudinarias manifestaciones en prácticamente todas las ciudades del país. En sus protestas de 2019, cientos de miles de jóvenes lograron aupar la crisis climática a la agenda política y mediática con una fuerza inédita. Hashtags como #FridaysForFuture o #ClimateStrike multiplicaron rápidamente la participación juvenil, especialmente en Instagram y Twitter, plataformas preferidas en esos años por las generaciones más jóvenes.
Sin embargo, con el paso del tiempo, la visibilidad y la intensidad de estas protestas han disminuido considerablemente. Este descenso se explica, en parte, por la pandemia del COVID-19, que dificultó enormemente la posibilidad de organizar manifestaciones multitudinarias, desviando también el interés mediático hacia otras prioridades. El movimiento ha evolucionado hacia nuevas formas de activismo menos visibles en las redes pero más sostenidas en el tiempo. Porque las redes sociales se olvidan muy pronto de los éxitos. Y muchos jóvenes podrían haber perdido interés debido a la frustración generada por la lenta respuesta política ante sus demandas urgentes.
Rebelión contra el cambio climático: redes y campañas de impacto
Extinction Rebellion (XR) es un movimiento global que utiliza la desobediencia civil no violenta para llamar la atención sobre la crisis climática y ecológica. Desde su fundación en 2018 en Reino Unido ha llevado a cabo por toda Europa infinidad de acciones muy mediáticas en redes para exigir a los gobiernos medidas urgentes frente al cambio climático. Para lograrlo ha sido fundamental el uso estratégico de plataformas como Facebook Live o Instagram Stories, que les permiten difundir sus acciones disruptivas en tiempo real.
Famosos han sido sus bloqueos y manifestaciones en las calles de Londres, Berlín o Ámsterdam para que los gobiernos declaren la emergencia climática y adopten políticas más ambiciosas en materia ambiental. En España ha organizado numerosas protestas mediáticas, amplificando su visibilidad con transmisiones directas que multiplican la interacción y difusión de sus acciones. Como cuando en abril de 2019 bloquearon el acceso principal a la sede de Repsol en Madrid, exigiendo políticas reales contra el uso de combustibles fósiles.
Un movimiento semejante es Rebelión Científica, que agrupa a cientos de científicos en más de 25 países, incluyendo España. Convencidos en la necesidad del ecoactivismo, desarrollan actos de desobediencia civil no violenta para exigir políticas concretas frente al cambio climático. El caso más famoso fue cuando en abril de 2022 medio centenar de científicos y activistas, vestidos con batas blancas, arrojaron falsa pintura roja en la fachada del Congreso de los Diputados en Madrid para simbolizar la emergencia climática y la inacción política. Tras las protestas, varios científicos se han enfrentado a procesos judiciales y posibles penas de cárcel que de momento todavía no se han dilucidado.
Una de las formas más polémicas y mediáticas de este tipo de activismo climático que busca grandes impactos gracias a la difusión de sus actos en redes sociales ha sido la protagonizada por jóvenes que pegan sus manos a cuadros famosos de los museos o lanzan pintura sobre sus cristales protectores. Este tipo de acciones, llevadas a cabo por grupos como Just Stop Oil (Reino Unido) en la National Gallery, Letzte Generation (Alemania) en el Museo Barberini o Extinction Rebellion (a través de sus ramas artísticas) en el Museo del Prado, buscan sacudir la conciencia pública con gestos disruptivos que generan un gran impacto en las redes sociales, provocando un discutible contraste emocional entre la belleza del arte clásico y la destrucción ambiental.
Lucha contra la basuraleza
Las redes también han sido el principal vehículo elegido para desarrollar campañas de educación ambiental basadas en la limpieza de entornos naturales. Son iniciativas que ayudan a combatir la contaminación por plásticos y la basuraleza, tanto en el ámbito terrestre como marino. Pero no solo promueven la limpieza física de espacios naturales, sino sobre todo la educación y la sensibilización de la sociedad respecto a la reducción de residuos y la importancia del reciclaje, algo para lo que es fundamental el apoyo de los influencers digitales.
Una de las campañas más exitosas es el Proyecto Libera, iniciativa conjunta de SEO/BirdLife y Ecoembes que moviliza miles de voluntarios en toda España para recoger basura en playas, bosques y ríos. En sus ocho años de existencia ha logrado retirar del campo 111 toneladas de residuos, pero lo más importante es que gracias a las redes sociales ha consolidado su papel clave en la sensibilización y movilización social frente a este grave problema ambiental.
Su antecedente internacional es Trash Tag Challenge. Este reto viral inspira a millones de personas de todo el mundo a limpiar espacios naturales llenos de basura y compartir fotos del antes y después en redes sociales. El desafío no solo ha generado una inmensidad de publicaciones en Internet, sino que también ha promovido acciones concretas para mejorar el entorno local de los participantes.
Desde 1993, Clean Up the World es igualmente una campaña global de limpieza de parques, playas y áreas naturales que cada año moviliza a 35 millones de voluntarios en 130 países, convirtiéndola en una de las campañas ambientales comunitarias más grandes del mundo.
Aunque no todos son éxitos
En 2021, la campaña digital «Menos carne, más vida», promovida por el Ministerio de Consumo y apoyada por sectores ecologistas, intentó sensibilizar a la ciudadanía española sobre los efectos del consumo excesivo de carne en el cambio climático. Lejos de lograrlo, generó fuertes controversias en redes sociales debido a percepciones de imposición ideológica sobre la gastronomía y cultura españolas. Los mensajes difundidos principalmente en Twitter fueron criticados por ser demasiado genéricos y desvinculados de la realidad cotidiana, provocando reacciones negativas que terminaron por eclipsar un mensaje inicial que buscaba advertir del gran impacto ambiental de la ganadería y los efectos de una dieta demasiado cárnica en la salud.
Tampoco ha logrado despegar en España la iniciativa europea «Flight Shame» (vergüenza de volar), cuyo objetivo era concienciar sobre el impacto ambiental de viajar en avión. Las redes sociales jugaron un papel clave en este fracaso al mostrar una fuerte oposición pública, debido en gran parte a que el mensaje se percibió como elitista y poco realista ante la falta de alternativas económicas al transporte aéreo. Plataformas como Facebook y Twitter fueron escenario de fuertes críticas a una campaña que proponía usar más el tren o el autobús.
La diferencia entre éxitos y fracasos no siempre es previsible ni evitable, aunque hay algunas reglas mínimas de comunicación para evitar grandes chascos. Lo más importante es la claridad y simplicidad del mensaje, pero muy especialmente la conexión emocional e identitaria, la empatía. También, por supuesto, la autenticidad y coherencia de lo que se cuenta, algo que en el caso del activismo ambiental está fuera de toda duda.
Por el contrario, las campañas que fracasan suelen verse como desconectadas de las realidades locales o percibidas como imposiciones externas, lo cual genera resistencia en vez de aceptación.
WhatsApp, la red que más usamos
WhatsApp y otras aplicaciones de mensajería instantánea como Telegram, han adquirido un papel crucial en el activismo climático, al facilitar todo tipo de canales de organización, coordinación y difusión de información entre activistas y comunidades. Lo sabe bien el movimiento estudiantil Fridays for Future, con grupos muy activos en estas plataformas para coordinar acciones, compartir estrategias y mantener una comunicación fluida entre diferentes regiones y países.
En zonas afectadas por proyectos que amenazan el medio ambiente, como la construcción de infraestructuras, los activistas usan WhatsApp como la herramienta más rápida y sencilla para informar y movilizar a las comunidades locales. Con el añadido de la fuerte fiabilidad que se percibe en ella, pues casi siempre son amigos y familiares los que nos transmiten las informaciones. En esta red, el “cuñado ambiental” tiene mucho crédito.
Con WhatsApp y Telegram se organizan todo tipo de protestas en apenas unas horas, pero igualmente se convoca a la ciudadanía a campañas de limpieza o talleres educativos para evitar el uso excesivo de plásticos. Su capacidad para facilitar la comunicación en tiempo real, coordinar acciones y difundir información gratuitamente ha potenciado la eficacia de las iniciativas ambientales a nivel global y local.
¿Vamos hacia una revolución de salón?
El auge del activismo en redes sociales plantea dudas sobre su capacidad real para promover cambios profundos más allá del espacio digital. Con frecuencia se critica a este activismo digital, denominado también «slacktivism», por limitarse a likes, reproducciones y comentarios, olvidando su traslado a las calles. Mucho revuelo en las redes, pero luego, cuando se convocan reuniones, manifestaciones o acciones concretas, el número de apoyos reales puede ser escaso.
Este tipo de «revolución de salón» o «activismo de sofá» tiene ventajas claras: accesibilidad, rapidez y capacidad para generar conciencia de manera global casi instantánea. Movimientos como Fridays For Future han demostrado cómo un mensaje viral puede movilizar masas reales. Sin embargo, la duda persiste sobre su eficacia a largo plazo si no va unido a acciones físicas tangibles. Es cierto que muchos usuarios se sienten activistas por compartir publicaciones, pero rara vez predican luego con el ejemplo, y no digamos ya participan en protestas o acciones concretas.
Casos como la campaña «Menos carne, más vida» en España, o el fenómeno «Flight Shame», reflejan cómo una viralización en redes sociales no siempre se traduce en cambios de comportamiento o políticas públicas concretas. Porque aunque las redes sociales son un medio poderoso para sensibilizar y convocar a la sociedad, las transformaciones profundas suelen requerir la combinación de activismo digital con movilizaciones físicas y presenciales. Al final hay que pisar (o tomar) la calle.
El futuro debería por tanto encaminarse hacia un modelo híbrido donde las redes sociales complementen y potencien las acciones tradicionales de protesta y movilización. Porque nunca un tuit podrá sustituir la necesidad de presencia y compromiso tangible que históricamente ha impulsado a nuestra especie, profundamente social.