Del neumático al campo de futbol

Los campos de fútbol de hierba artificial proliferan a lo largo de nuestra geografía. Tanto es así que ya se están utilizando este tipo de superficies en la práctica de otros deportes distintos al futbol, como el rugby y las canchas de prácticas del golf.

Las ventajas entre elegir un tipo de césped u otro son innumerables, entre las económicas están: el césped artificial permite jugar más de 40 horas a la semana, el natural apenas si aguantan 8 horas, bajo riesgo de que se convierta en un campo impracticable, por lo que se necesitan muchos menos campos para la misma cantidad de practicantes; el césped artificial necesita un mínimo de mantenimiento, mientras que el natural hay que resembrarlo, regarlo, cortarlo, etc.; el riesgo de lesiones en césped natural es superior al del césped artificial, al tener mejor absorción de impactos, reducción de rozamientos en la potencia de giro, uniformidad de la superficie, etc,;  y por último y no despreciable el impacto ambiental de un tipo de césped en comparación con el otro, reducción de agua para su mantenimiento, no necesidad de pesticidas y herbicida para evitar malas hierbas, y utilización de material reciclado, fabricando un recurso a partir de un producto que ya llegó al final de su vida útil.

Aunque hay gente que todavía lo desconoce, los neumáticos están relacionados íntimamente con los campos de hierba artificial. Todos habremos observado, y si practicamos fútbol mucho más, que la superficie de hierba artificial está asentada con un capa de gránulos de caucho de apenas 2-3 mm de diámetro.

Los neumáticos como cualquier herramienta o producto tienen un ciclo de vida útil. Cuando este finaliza se convierten en un residuo. Nadie lo quiere. Sin embargo el periodo necesario para que un neumático se degrade en la naturaleza se estima que es superior a 1.000 años. La estimación es estimación, porque entre otras cosas el invento tiene sólo 150 años de vida, y desde entonces no se ha visto que un neumático se pueda degradar por sí mismo. Además está construido con la misión de que sea indestructible, a las fuerzas de tracción, y de rozamiento, a los golpes mecánicos, a los cambios meteorológicos y en definitiva a cualquier agente químico, físico incluso biológico, presente en la naturaleza. Sólo el fuego puede con él.

Entonces hay que resolver el problema que existe cuando un neumático ha llegado al final de su vida útil. Lanzarlo al mar, dejarlo en una campa o enterrarlo no lo soluciona. El neumático seguirá estando allí incólume al paso del tiempo.

La solución pasa por una destrucción mecánica y controlada, que logre separar los tres principales componentes de los que se compone un neumático: Acero, de fácil reutilización en la producción de acero nuevo, Textil, que se puede utilizar en revestimientos o en mezclas para superficies que necesiten elementos ligeros, inertes y drenantes, como las pistas ecuestres. Y finalmente el caucho en forma de gránulos de diferentes tamaños.

Son estos gránulos, que además se pueden colorear revistiéndolos de una capa de resina específica, los que permiten que el bote de la pelota sea homogéneo en todo el campo, que la abrasión de las fibras que componen la hierba artificial sea menor, con el consiguiente incremento en la durabilidad de la instalación, que el agua circule y drene fácilmente sin que afecte a la superficie y por último proteger en las caídas y lesiones a los jugadores.

Por lo tanto un neumático cuando ha finalizado su vida útil todavía puede ser transformado en algo que tiene una misión, diferente a la inicial, que evita el consumo de otras materias primas. A eso se le llama reciclaje, y es la manera en que tenemos que pensar y actuar si queremos que las materias primas no se agoten. Haciendo un mundo más sostenible convirtiendo en recursos aquellos residuos que generamos.