fbpx
Mariposa disfrutando del otoño Mariposa disfrutando del otoño

El otoño de los polinizadores: cómo ayudarlos en tu jardín

El otoño es una estación crítica para abejas, mariposas y otros polinizadores. Con refugios y flores adecuadas, tu jardín, terraza o balcón puede convertirse en su salvavidas.

El otoño es un complicado tiempo de transición para todos nosotros, pero especialmente para la naturaleza. Los días se acortan, las temperaturas bajan, las aves migratorias viajan hacia sus lejanos cuarteles en África y muchos insectos polinizadores se preparan para la inactividad invernal. En este momento crítico, la disponibilidad de alimento disminuye y los refugios naturales escasean. Estos cambios obligan a abejas, mariposas, mariquitas, grillos o escarabajos a buscar todo tipo de soluciones que les garanticen la supervivencia. Porque aunque mucha gente piensa en los insectos como una molestia, lo cierto es que, como advierte la ONU, “no se dan cuenta de que sin ellos estamos condenados”. Son los obreros del paisaje, la base de la vida.

Mariquita en otoño

El otoño es clave para que puedan reproducirse, alimentarse y protegerse del frío, algo fundamental para mantener sus poblaciones estables y funcionales en la primavera siguiente. En las ciudades, donde la falta de espacios naturales hace aún más difícil el desafío otoñal, es importante que ayudemos a los insectos a vivir mejor, aunque solo sea por egoísmo, pues nos ayudan a controlar plagas, pero sobre todo nos hacen felices con sus vuelos y músicas. Nuestros parques, jardines, terrazas, incluso el alfeizar de las ventanas, se pueden transformar en auténticos reductos de biodiversidad con una pequeña intervención y, eso sí, mucho cariño.

Una crisis silenciosa y global

Los insectos son fundamentales en la polinización de las plantas, favoreciendo la reproducción natural de la flora urbana. Mariquitas, avispas y ciertos escarabajos controlan naturalmente las poblaciones de otros insectos considerados plagas, reduciendo así la necesidad de utilizar insecticidas que igualmente pueden afectar a nuestra salud y a las de las plantas que cuidamos en los jardines. Por eso su protección contribuye a crear ciudades más sostenibles, saludables y resilientes.

Abejas en otoño

Pero los insectos están de capa caída en todo el mundo. Sus poblaciones se han desplomado. El informe más completo elaborado hasta la fecha, publicado por la Plataforma Intergubernamental de Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (IPBES), concluye que una de cada tres especies de polinizadores presenta signos de declive.

Las causas están perfectamente identificadas aunque es complicado, por no decir imposible, reducir su impacto, como ocurre con la pérdida de hábitat, el uso generalizado de pesticidas, la desaparición de plantas silvestres debido a los herbicidas, y un cambio climático que altera la floración de las plantas y con ello desajusta los calendarios animales, provocando desequilibrios en los ecosistemas urbanos, la producción de alimentos y la calidad ambiental.

En las ciudades la situación es aún más dramática, pues los espacios demasiado urbanizados, el uso intensivo de pesticidas, la pérdida de zonas verdes, la contaminación y el ruido amenazan aún más a los insectos. En paralelo, la contaminación atmosférica reduce la intensidad de los aromas florales que guían a las abejas, mientras que la luz artificial nocturna desorienta a las polillas y otros polinizadores crepusculares. Todo ello compone un escenario de presión múltiple que está reduciendo drásticamente las poblaciones de estos pequeños pero fundamentales seres.

Jardines como espacios de vida

Frente a esta situación global de colapso, los jardines, terrazas y huertos urbanos emergen como una oportunidad de acción. En ciudades densamente pobladas, los espacios verdes privados suman una superficie sorprendente de biodiversidad. En algunos países europeos se ha calculado que los jardines residenciales representan hasta un tercio del área verde total. Su gestión activa tiene por tanto un impacto decisivo en la mejora de los espacios comunes.

Huerto urbano en azotea de un edificio en la ciudad

Aunque no todos los jardines son iguales. Uno pensado tan solo en clave ornamental, con céspedes homogéneos y plantas exóticas sin valor para la fauna local, puede convertirse en un auténtico desierto biológico. Sin embargo, ese mismo espacio, gestionado con criterios de biodiversidad regenerativa, es capaz de albergar decenas de especies de insectos beneficiosos. La clave está en incorporar flores autóctonas que enriquezcan los suelos, mantener rincones sin segar, prescindir de tratamientos químicos y, sobre todo, ofrecer refugios adecuados para la reproducción y la hibernación de los polinizadores.

Refugios que marcan la diferencia

El otoño es el momento ideal para pensar en estos refugios. Muchos insectos buscan estos días cavidades, huecos y rincones protegidos donde pasar el invierno o donde depositar sus huevos. La naturaleza los ofrece de manera espontánea en troncos viejos, grietas de la roca, muros de piedra o suelos poco compactados. Sin embargo, en las ciudades y entornos domesticados estos microhábitats escasean.

Los hoteles de insectos están llamados a cubrir estas carencias. Son estructuras sencillas que imitan las condiciones naturales. Se pueden construir con troncos perforados, cañas, ladrillos, neumáticos viejos y montones de ramas con los que crear zonas diferenciadas que puedan alojar distintos tipos de insectos. Más importante que el número es ofrecer variedad de cavidades, porque cada especie utiliza un tamaño distinto de huecos. A las abejas solitarias les sirven los agujeros de unos pocos milímetros de diámetro, mientras que otros insectos buscan espacios mayores, más anchos o más profundos.

Hotel para insectos hecho con un neumático

Además de los hoteles, hay otras soluciones igualmente efectivas. Un montón de hojas secas o de ramas en descomposición en una esquina del jardín se convierte en un refugio idóneo para escarabajos. Un muro de piedra seca aporta huecos perfectos para especies que anidan en grietas. Incluso una maceta grande con tierra poco compactada puede albergar especies que excavan galerías. Lo importante es entender que no todo debe estar ordenado y limpio; la naturaleza necesita irregularidad, materia orgánica, diversidad y rincones tranquilos.

Reutilizar para construir biodiversidad

La creación de refugios ofrece además la oportunidad de apostar por la reutilización de materiales cotidianos. Objetos en desuso como cajas de madera, palés o tiestos rotos pueden transformarse en estructuras útiles para los insectos. Con un poco de creatividad, lo que es un residuo se convierte en un recurso. Una caja de fruta de madera o un viejo palé pueden reconvertirse en soporte vertical para distintos habitáculos que harán las delicias de nuestros pequeños vecinos. Incluso un neumático relleno de cañas, ramas, trozos de cortezas y piñas puede funcionar como un excelente hotel de insectos, tan útil como decorativo.

En este vídeo puedes ver paso a paso cómo construir uno a partir de una vieja rueda gastada:

Esta forma de actuar tiene un doble valor. Por un lado, ayuda directamente a los polinizadores. Por otro, reduce residuos y fomenta la conciencia ambiental. La educación práctica que generan estos divertidos proyectos familiares o comunitarios es, en muchos casos, tan valiosa como el propio refugio construido.

El alimento que necesitan en otoño

Ofrecer refugios es solo una parte de la ecuación. Los insectos necesitan también alimento en una estación en la que muchas flores ya han desaparecido. Por eso plantar especies de floración tardía resulta fundamental. El brezo, la hiedra, el romero o la lavanda, junto con geranios, caléndulas o madroños, proporcionan néctar y polen hasta bien entrado el otoño. En climas templados, algunas especies continúan floreciendo incluso en diciembre, lo que supone un salvavidas para abejas y mariposas que prolongan su actividad.

Además, mantener diversidad de plantas autóctonas necesitadas de poco riego y cuidados, plantándolas en lugares soleados y con buen drenaje, ayuda a garantizar que los insectos dispongan de alimento abundante en otoño.

Abeja en hoja seca de un árbol en otoño

Otra estrategia eficaz es respetar la flora espontánea. Muchas de las mal llamadas “malas hierbas” cumplen un papel crucial al ofrecer alimento en momentos de escasez. Dejar zonas del jardín sin segar permite que estas plantas completen su ciclo natural y mantengan vivas a poblaciones enteras de insectos. La combinación de especies autóctonas y espontáneas asegura con poco esfuerzo una fuente constante de recursos a lo largo de todo el año.

Lo que conviene evitar

Tan importante como favorecer prácticas beneficiosas es evitar aquellas que resultan perjudiciales. El uso de insecticidas químicos, todavía habitual en muchos jardines, provoca una mortalidad inmediata en abejas, mariposas y otros polinizadores. Los herbicidas, por su parte, eliminan las plantas silvestres de las que dependen. Sustituir estos productos por alternativas naturales y por un manejo más tolerante de la vegetación es una decisión clave si se quiere tener un jardín amigable con los insectos.

La limpieza excesiva es otro error frecuente. Retirar todas las hojas, ramas y restos vegetales en otoño elimina precisamente los lugares que muchos insectos utilizan para refugiarse. Es preferible dejar pequeñas áreas en estado natural, donde la fauna pueda resguardarse. Incluso la iluminación artificial nocturna debe moderarse. Una luz blanca y potente en el jardín atrae y desorienta a polillas y escarabajos nocturnos. Optar por luces cálidas y de baja intensidad reduce este impacto sin renunciar a la seguridad ni al confort.

Mariquita en hoja seca del otoño

Ejemplos que inspiran

La crisis de los polinizadores es global, pero las respuestas están empezando en lo local y con resultados muy positivos. En distintas ciudades europeas, iniciativas públicas y privadas han demostrado la eficacia de promover jardines sostenibles. En el Reino Unido, diversas campañas ciudadanas han logrado que miles de hogares planten flores ricas en néctar y construyan refugios para los insectos. Los estudios realizados posteriormente demostraron un aumento claro de la presencia de abejas y mariposas en esos barrios.

En Francia, algunos municipios han restringido el uso de pesticidas en parques y jardines, animando a los vecinos a hacer lo mismo en sus propiedades. El resultado ha sido una recuperación visible de insectos polinizadores en pocos años. En España, proyectos de ciencia ciudadana vinculados a universidades y asociaciones de naturalistas han comprobado que, como era de esperar, los jardines con refugios y sin químicos concentran una mayor diversidad de especies que los espacios convencionales.

La Universidad de Alicante (UA) encabeza un proyecto de ciencia ciudadana para estudiar insectos polinizadores urbanos en la ciudad, usando herramientas como iNaturalist, y al mismo tiempo promueve refugios. El Real Jardín Botánico de Madrid coordina el proyecto “SOS Polinizadores” que involucra escuelas, jardines, parques y zonas verdes en Madrid para la observación, educación y seguimiento de polinizadores. El Ayuntamiento de Valencia está sembrando desde romero a guisantes silvestres para atraer a abejas y mariposas a sus hoteles de insectos. ANSE (Asociación de Naturalistas del Sureste) ha realizado plantaciones de flora autóctona y la instalación de refugios de polinizadores en espacios como el Parque Natural El Hondo. También ha elaborado un Manual de medidas de adaptación de poblaciones de polinizadores frente al cambio climático, que incluye interesantes propuestas para jardines.

Mariposa posada sobre varias rocas pequeñas

Beneficios compartidos

Un jardín pensado para los polinizadores no solo beneficia a los insectos. Para los hortelanos urbanos, supone una mejora directa en la producción de tomates, calabacines o fresas. Para las familias, es una oportunidad educativa inigualable, que permite observar de cerca cómo funciona la naturaleza. Para las ciudades, significa ganar resiliencia, reducir plagas de forma natural y disfrutar de espacios verdes más diversos y saludables.

El valor estético también mejora, de eso no hay duda. Un jardín con flores de temporada, arbustos autóctonos y rincones naturales donde revolotean las mariposas y cantan las aves resulta más atractivo que un césped uniforme siempre exigente en cuanto a cuidados.

Cada refugio, cada planta autóctona, cada jardín sin pesticidas se suma a los de otros ciudadanos. En una ciudad donde cientos de familias adoptan estas medidas, la red de microhábitats creados constituye un mosaico vital para los polinizadores. Esa red de solidaridad verde no solo sostiene a los insectos, sino que garantiza a largo plazo la polinización de cultivos y la salud de los ecosistemas.

Convertir los jardines en refugios urbanos de biodiversidad no solo protege a los insectos; también refuerza la seguridad alimentaria, enriquece los ecosistemas y mejora la calidad de vida en las ciudades. Porque aunque parezca increíble, en la suma de todos esos pequeños actos cotidianos está la posibilidad real de frenar un declive que afecta al conjunto de la humanidad, la desaparición de los insectos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *