Pocos artistas españoles encontraréis que hablen de un compromiso ético con nuestro tiempo y la Humanidad como parte de un Todo con tanta propiedad, conocimiento de causa y activismo –aunque últimamente huye de este término, porque cree que de tanto usarlo se está devaluando– como él. Sus complejas escenografías nos presentan desde hace años fantasmagóricas realidades que ahora, con la pandemia, ya no vemos como distopías, sino que las sentimos cerca. En nuestra serie mensual de ‘artistas que piensan en verde’, hoy: Santiago Talavera, que nos habla de “nuestro apego hacia lo catastrófico”.
Sus complejos dibujos y collages ya nos hablaban desde hace años de la necesidad que tenemos de plantearnos un cambio como especie, replantearnos nuestra forma de estar en el planeta y nuestra relación con el resto de los seres vivos. Sus obras son enormes y fantasmagóricas escenografías de naturalezas intervenidas con muchos elementos pero con ausencia de seres humanos; escenografías de escombros, de ruinas de un capitalismo que no supo detenerse a tiempo, que no supo conocer los límites, de pérdidas… Entre lo apocalítico, lo poético y lo melancólico, nos remiten fácilmente a escenarios de incertidumbres y pandemias en los que es necesario replantearnos… quizá casi todo nuestro sistema de urgente capitalismo. Frente a la devastación, el compromiso, firme, por un mundo distinto, mejor, cada uno desde su sitio, el suyo, como artista.


Replantearse el sistema de urgente capitalismo
El crítico y comisario de arte Óscar Alonso Molina ha escrito en el libro sobre Santiago Talavera de la editorial Noca Paper: “El tema del paraíso indómito que nos expulsa es un motivo recurrente para el subjetivismo radical. Talavera se instala también en esta larga tradición introduciendo nuevos aspectos de carácter ecológico y esa nueva conciencia gestáltica que sitúa al hombre dentro de un ecosistema complejo, en un ciclo ecológico con igualdad de condiciones, pero mayor responsabilidad. Una responsabilidad, obviamente, de carácter moral, desde la cual proyecta sobre la naturaleza la imagen de una estructura casi intencional o consciente, en todo caso unitaria (Pangea), que reacciona frente a nuestra presencia invasiva y devastadora”.
Talavera ha expuesto en espacios como La Casa Encendida y la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid. Y sus obras forman parte de importantes colecciones como las de MAC (Museo de Arte Contemporáneo de A Coruña), Obra Social Caja Madrid y Universidad Nacional a Distancia.
Incluso, y ya que estamos en territorio de neumáticos, recordar su serie En la vida anterior, donde un vídeo va descubriendo paisajes dentro de un coche desguazado.
Hablamos con Santiago Talavera en la distancia, ya que desde hacía tiempo compartía su tiempo entre Madrid y lo rural gallego, pero, con la pandemia, su alejamiento de la gran ciudad se ha definido aún más.
¿Ha impactado la pandemia de alguna manera en tu obra?
Con la llegada del covid no quise caer en el cinismo de “…tenía razón”, más bien me replanteé de manera auto-crítica nuestro apego hacia lo catastrófico. Me hizo pensar que deberíamos evitar las profecías autocumplidas, o al menos no cebarnos en lo negativo, y también a darme cuenta de que seguir trabajando sobre lo distópico en un contexto bastante distópico sería una suerte de realismo que no me interesa nada. Creo que el impacto en mi obra se irá viendo de manera más o menos progresiva.


Últimos proyectos…
Desde 2018 vengo trabajando en la serie Hauntopolis, en la que vuelvo a la catástrofe como metáfora, pero esta vez más focalizado en los desafíos civilizatorios que plantea el capitaloceno, y más en un clima social y cultural tan complejo. La expuse en el CEART de Fuenlabrada (Centro de Arte Tomás y Valiente) , fue cancelada dos veces coincidiendo en pleno inicio de restricciones de movilidad, lo que la convirtió en una exposición ya de por sí fantasmal o hauntológica, sin público que pudiera verla. Por suerte se editó un catálogo estupendo. Después, entre noviembre y enero, llegó en La Rioja Cuidado y peligro de sí, exposición comisariada por Fernando Castro junto con un libro, en la que tuve el gusto de exponer junto a grandes artistas. A finales de septiembre inauguro Reinventar el espectáculo, en Gabinete de Dibujos, coincidiendo con Abierto València .
Siempre has sido un artista muy comprometido con la ética de nuestro tiempo, y sobre todo con el lugar que ocupa el ser humano en el mundo y respecto al resto de los seres vivos. Y has llegado a decir: “Si no es para mejorar el mundo, el arte no me sirve para nada”. Explícanos cómo se proyecta todo eso en tu obra.
Creo que en el arte es posible integrar lo propio del trabajo estético, un acercamiento a la sensibilidad e incluso reformular lo bello, con un compromiso hacia los problemas de nuestro mundo desde una mirada crítica. Todo este maniqueísmo entre pintores y conceptuales, agravado por la polarización social, me resulta muy difícil de llevar.


El mundo está demasiado mal para que el arte siga buscando la belleza y el placer sin más, y el artivismo a veces se aleja tanto de lo estético que pierde fuerza y la posibilidad de llegar a mucha más gente actuando fuera de la microburbuja del arte contemporáneo. Yo he ido intentando que las obras filtren preocupaciones por los desafíos que nos trae este siglo, y la cuestión animal es clave aunque el problema del especismo parece seguir siendo ese hueco a evitar. Esto va a cambiar. Ya se van viendo algunas comisarias indagar en el tema, artistas como Manuel Franquelo Giner, Ruth Montiel Arias o Lidia Toga. Sobre el activismo, me resultaría deshonesto definirme como activista ya que conozco de cerca y respeto el trabajo de muchas personas volcadas en ello. Además, en los últimos años esta palabra, activista, está corriendo peligro de blanquearse o perder su carga política, así que me conformo con poder servir como un conducto entre el público y otras voces o maneras de ver el mundo más minoritarias.
Elige una de tus obras que te resuma bien como artista.
No more dystopia, cuya versión de formato grande hice el año pasado para la exposición colectiva Cuidado y peligro de sí en la Sala Amós Salvador de Logroño . Es una obra que surgió durante los meses del primer estado de alarma, que muestra el cartel de Hollywood transformado en un nuevo emblema en el Monte Lee de Los Ángeles. En esta obra quise trabajar con la tensión no resuelta entre lo utópico y distópico que suele haber en mi trabajo, y transmitir algo de esperanza en modificar el futuro a través de nuevos relatos, en superar los miedos o vivir con ellos transformándolos en acción colectiva.


Prescindes de los seres humanos en tus obras…, ¿por qué?
Es algo que comencé a hacer desde mis inicios, más relacionado entonces con dar una mayor entidad al paisaje. Siempre me ha interesado comunicar desde el fondo y no desde la figura, es un enfoque muy ambiental en todo su sentido. Esto no quiere decir que lo humano no esté. Muy al contrario, esta ausencia habla de nosotros a través de nuestros restos. Hay algo de arqueología del futuro, una mirada a nuestro mundo desenfrenado desde un tiempo solapado e indeterminado. En muchas obras sigo usando un punto de vista subjetivo, inevitablemente alguien está mirando aquello, quizá un último/primer espectador.
A lo largo de los años, ¿ha evolucionado tu trabajo de alguna forma?
El núcleo temático de mi obra no ha cambiado, es un asunto que probablemente daría para toda una vida, más ahora con los desafíos que trae este siglo del gran cambio. El enfoque sí ha ido evolucionando, de unos primeros años donde desarrollaba principalmente una propuesta estética, a los últimos años en los que he conectado lo formal con intereses en filosofía, ciencias ambientales o movimientos sociales. Mi forma de trabajar ha ido cambiando incluyendo otras técnicas y vídeo e instalación; intento compaginar trabajos técnicamente complejos con obras de formatos más ligeros para compensar ciertas ansiedades típicas en el estudio.


¿Crees que en el mundo de la cultura, y los artista plásticos en concreto, hay conciencia sobre la encrucijada en que nos hayamos como civilización?
Es un mito que en el arte haya principalmente gente “progresista” y/o preocupada por los problemas del mundo. Puedes encontrar sesgos cognitivos muy contrastados entre artistas, coleccionistas o curadores, donde hay una visión conservadora del “arte por el arte” para la que no se deben introducir cuestiones sociales y políticas que dificultarían una búsqueda de la belleza a través de la forma. En el lado más institucional y cercano al sistema arte de ferias, los temas sociales llevan mucho tiempo siendo habituales, con cada vez más obras sobre asuntos ambientales, postcoloniales o feministas.
¿Los principales retos ambientales que ves?
La pérdida de biodiversidad debido a la sexta extinción masiva es por sí misma un drama para cada individuo sintiente que deja de existir, pero también tiene relación directa con el peligro de nuevas pandemias. Las explosiones de metano en Siberia o el colapso de las plataformas de hielo generan alarma sobre su efecto en un aumento de la temperatura global que ya es inevitable. Frenar el aumento de temperatura del planeta requiere un grado de colaboración institucional global colosal y el abandono de las políticas del corto plazo, pero nadie a los mandos parece que vaya a frenar esta nave desbocada de la economía del crecimiento. Nos quedan las buenas intenciones verdes, que quizá tengan más que ver con la fe en refundar un capitalismo de renovables. Lo que contaba Antonio Turiel en abril en el Ministerio de Transición Ecológica era demoledor: los modelos de producción y consumo actuales van a chocar pronto contra un muro, y parece que tendremos el decrecimiento que muchos deseábamos, pero de manera forzada y traumática.


¿Y la sociedad lo está entendiendo, le está llegando ese mensaje?
Creo que el mensaje todavía no está calando. No hay respuesta colectiva en gran parte porque los políticos tienen terror a decir la verdad, lo que sería como decir que el crecimiento económico se ha acabado. La gente con problemas para llegar a fin de mes está concentrada en la supervivencia, y la desconfianza en los políticos y el efecto del cine apocalíptico han creado un clima social muy hostil a cualquier cambio de hábitos. Según un sondeo del IFOP del año pasado en Francia a más de 5.000 personas, el 65% cree que la civilización occidental va a colapsar pronto (el 33% decían que antes de 2040; el 21% antes de 2030). Aquí esta creencia podría ser algo parecido si escuchas el tono apocalíptico de cualquier conversación a pie de calle.
¿Qué tendríamos que hacer?
Fomentar una conciencia crítica e intentar compartirla con quienes tengan inquietudes, cambiar hábitos en lo doméstico y personal sin olvidar que, aunque lo personal es político, no podemos limitar nuestra respuesta a nuestras opciones de consumo, que es algo que el mercado y el neoliberalismo han entendido perfectamente. Quizá a partir de ahí algunas personas vean una opción más lógica retirarse y hacer refugio para volver a sentir, a repensar su visión del mundo. Para otras la respuesta es la acción política tan necesaria. Creo que necesitamos ambas cosas
¿Tu visión de las ciudades, tú que has vivido en Madrid y ahora te has alejado?
Las ciudades llevan ya mucho tiempo siendo megalópolis donde lo prioritario es la producción, lo burocrático o la gestión. Esto ya lo sabíamos antes, pero quizá en este contexto muchos nos hemos parado a repensar nuestras necesidades. En una ciudad grande ves cómo la vida ha dejado de ser lo importante, vivir se trata de un conjunto de hábitos de consumo y coberturas que dejan completamente anulada cualquier forma alternativa fuera del dictado de los nuevos medios de producción. Las secuelas del distanciamiento que hemos atravesado han terminado por hacer insoportables ciudades que antes eran solo soportables gracias a las relaciones sociales.