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Y ahora también respiramos plásticos

Prácticamente invisibles a nuestros ojos, los microplásticos están por todas partes

Piensas en contaminación por plásticos e imaginas panoramas apocalípticos con playas cubiertas de botellas sin reciclar, mares de basura acumulándose en medio del océano, calles intransitables tras multitudinarios botellones, pero son la punta del iceberg. Porque lo más gordo no se ve. Nos olvidamos de los microplásticos, prácticamente invisibles a nuestros ojos, que están por todas partes, nos los comemos y hasta los respiramos sin darnos cuenta.

La Fosa de Las Marianas y el Everest son los dos entornos naturales más remotos e inaccesibles del mundo. Pero ambos sufren el mismo problema, los microplásticos. Hasta allí han llegado en cantidades que asustan diminutos trozos de plástico procedentes de basuras originadas a miles de kilómetros de distancia, igual que le ocurre al planeta entero. Los datos resultan escalofriantes.

Según un reciente estudio publicado en la prestigiosa revista científica ‘Nature’, cada año se abandonan en el medio ambiente más de 52 millones de toneladas de plásticos sin reciclar. Puestas en fila darían la vuelta al mundo más de 1.500 veces. Es una gigantesca contaminación sin fronteras que pone en peligro la vida silvestre y amenaza nuestra salud. Que con el tiempo se rompen en miles de pedazos, deterioran, se hacen imperceptibles, llegan a todas partes. Hasta el punto de encontrarse diminutos fragmentos de plástico en los órganos y tejidos humanos, incluso en la sangre, la orina y hasta el semen o la leche materna. Como alertan los investigadores, todavía no se sabe qué consecuencias pueden tener estas sustancias artificiales en nuestro organismo, pero está claro que bien no nos hacen.

¿Tan pequeños son los microplásticos?

La producción de plásticos se ha disparado. Según Greenpeace, el ser humano ha generado la friolera de 8.300 millones de toneladas de plástico desde que su producción industrial empezase hacia 1950, el equivalente al peso de mil millones de elefantes. Y la mitad ha sido en los últimos 15 años. Cada año se fabrican más de 400 millones de toneladas de este tipo de materiales difíciles de reciclar, que, a lo largo de las décadas, e incluso siglos que tardan en descomponerse, se van haciendo más y más diminutos.

Los denominamos microplásticos cuando todavía se pueden ver a simple vista. Tienen unos pocos milímetros, desde el diámetro de un pelo al de una cabeza de alfiler.

Pero luego están los más diminutos, los calificados como nanoplásticos. Miden hasta 0,7 micras, un tamaño inferior al de un cromosoma o a las células de nuestra sangre.

Inventar las bolsas de plástico no fue una buena idea

La idea era buena, pero nos salió rana. Poca gente sabe que las bolsas de plástico nacieron precisamente para proteger a la naturaleza y no para dañarla. Fueron inventadas por el ingeniero sueco Sten Gustaf Thulin con la idea de proteger los bosques del planeta. Entonces se pensaba que el consumo excesivo de papel nos iba a dejar sin bosques. Por eso este ingeniero desarrolló un método para crear bolsas de polietileno, que fue patentado en Estados Unidos en 1965.

Eran más fuertes y duraderas que las de papel, más baratas, se podían reutilizar y no hacía falta cortar ningún árbol para fabricarlas, así que la idea parecía genial. Pero con ellas también descubrimos el disparate de usar y tirar.

En apenas 50 años hemos plastificado el planeta. En el mundo ya se consumen 500.000 millones de bolsas de plástico cada año, 10 millones por minuto. Su uso medio es de 12 minutos y pueden tardar casi 100 años en descomponerse.

Bienvenidos al Plasticeno, la era de la plasticosis

Una vez liberados en el medio ambiente, los microplásticos no se degradan. Se acumulan en los animales, incluidos los peces y los mariscos. Y al comérnoslos también pasan a nuestro organismo. El desastre es de tal calibre, que algunos científicos ya hablan de que en el futuro nuestra era será conocida como la del Plasticeno. Hemos pasado de la Edad de Piedra a la Edad del Plástico.

Un estudio de la Universidad de Newcastle y Dalberg, encargado por WWF, ha concluido que cada semana nos comemos sin darnos cuenta el equivalente a tragarnos una tarjeta de plástico de 5 gramos. Lo dedujeron extrapolando datos de presencia de plástico en peces que solemos comer. Por suerte, la mayoría de estos plásticos los eliminamos a través de las heces y la orina, pero una pequeña parte se queda con nosotros y se va acumulando en el cuerpo, con consecuencias a largo plazo todavía desconocidas para nuestra salud.

A quien sí que sabemos que el plástico les sienta fatal es a los animales. Tanto que se acaba de descubrir una nueva enfermedad que sufren por su culpa. Ha sido bautizada como “plasticosis”. Entre otros problemas, les afecta gravemente el aparato digestivo, perjudicando su supervivencia. Se ha demostrado científicamente con aves marinas como pardelas y albatros. Las pobres los tragan accidentalmente fragmentos de plástico afilados que, aunque sean muy pequeños, les provocan heridas e inflaman el tracto digestivo. Por su culpa, sufren problemas de digestión, crecimiento y supervivencia.

Respiramos plástico

El aire está cada vez más cargado con toneladas de invisibles microplásticos. Pero como son tan pequeños, del tamaño de motas de polvo, los respiramos sin darnos cuenta. Un reciente estudio científico ha cuantificado por primera vez la cantidad de plástico que vuela en el aire de nuestras ciudades. Lo han medido en Madrid, Vigo, Pamplona, Barcelona, Alcalá de Henares, Molina de Segura, Santa Cruz de Tenerife y Las Palmas de Gran Canaria.

Los resultados son preocupantes. Cuanto más grande es la población o más industrias hay a su alrededor, mayor es el problema. Según este estudio, Madrid, Barcelona y Vigo son las ciudades que tienen más cantidad de diminutos plásticos volando en el aire.

En este caso, el origen debemos buscarlo en nuestros armarios. Porque en más de un 90% esos microplásticos voladores son motas de poliéster, parte de esa moda barata y rápida que nos hace comprar y tirar en cantidades cada día más insostenibles. Son fibras textiles que se desprenden de la ropa con el uso continuado y los lavados, tan livianas que flotan como si fuera polen, pues apenas miden la cuarta parte del grosor de un cabello humano.

Esa contaminación invisible sería el equivalente a que sobre la Puerta del Sol de Madrid cayese un millón de pequeñas partículas plásticas cada día, todos los días del año. Que al final también tienen su peso. Es como si sobre el área metropolitana de Madrid se depositaran hasta tres toneladas de microplásticos al año, media tonelada en el caso de ciudades como Barcelona o Vigo.

¿Estamos cerca de solucionar este problema?

Estamos todavía muy lejos. Apenas reciclamos una mínima parte de lo que producimos. Y las estadísticas son terribles. Cada año se tiran a los océanos una media de 8 millones de toneladas de plástico, el equivalente a vaciar en el mar un camión de basura cada minuto. Si no cambiamos de tendencia, en 2025 nuestros océanos tendrán una tonelada de plástico por cada 3 de pescado, y en 2050 habrá más plásticos que peces.

La solución no es fácil, pero al menos deberíamos reducir nuestro consumo, elegir productos duraderos, reutilizables, locales y hechos con productos naturales. Y ser muy cuidadosos con su reciclaje al final de la vida útil.

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