Imagínate que después de una gran fiesta, dejásemos sin recoger los platos, los vasos y los restos de comida del día anterior. Y que con el tiempo esa sala se llenara de basura, haciendo cada vez más difícil desplazarse de un sitio a otro sin tropezar o romper algún objeto a nuestro paso. Pues algo así es lo que ocurre en el espacio exterior más cercano a la Tierra, lo que conocemos con el nombre de órbita terrestre baja.
Desde que el 4 de octubre de 1957 se lanzara en plena Guerra Fría el primer satélite artificial de la historia, Sputnik 1, se han puesto en órbita más de 8.900 satélites de más de 40 países, dejando tras de sí un reguero de residuos flotando en el espacio. Hoy, esta creciente nube de desechos pone en riesgo satélites operativos, misiones espaciales y, potencialmente, nuestros sistemas de telecomunicaciones. Según la Agencia Espacial Europea (ESA), en la actualidad hay más de 34.000 objetos en órbita, viajando a velocidades que pueden superar los 28.000 km/h. Estos escombros se han convertido en un vertedero de satélites obsoletos, restos de cohetes y fragmentos resultantes de colisiones.
El principal problema de la basura espacial es el riesgo de colisión. Cuando dos objetos chocan en el espacio a gran velocidad, se rompen en fragmentos más pequeños, que aumentan a su vez la probabilidad de nuevos impactos. Se trata de un círculo vicioso que con el tiempo puede llevar a una situación donde resulte demasiado peligroso lanzar nuevos satélites o misiones espaciales. Y es que las colisiones espaciales no solo pueden interrumpir servicios que usamos diariamente, como el GPS, la televisión y las comunicaciones por Internet, sino que, a largo plazo, podrían limitar nuestra capacidad de explorar el espacio y beneficiarnos de sus recursos.
Colisión sin precedentes
Los efectos negativos de la basura espacial quedaron patentes en 2009, cuando el 10 de febrero de ese año se produjo una colisión sin precedentes en la órbita terrestre baja. El satélite de comunicaciones estadounidense Iridium 33 chocó con el satélite militar ruso fuera de servicio Cosmos 2251, siendo la primera vez que dos satélites grandes se estrellaron accidentalmente en el espacio. La colisión, ocurrida a una velocidad de 42.120 km/h, generó una nube masiva de escombros que se dispersó a lo largo de varias órbitas, incrementando significativamente la cantidad de basura espacial y planteando nuevos riesgos para otros satélites y la Estación Espacial Internacional.
Las consecuencias de este incidente fueron inmediatas y de largo alcance. Miles de fragmentos resultantes de la colisión comenzaron a ser monitoreados por agencias espaciales de todo el mundo, subrayando la urgencia de mejorar las capacidades de rastreo espacial y de implementar políticas más estrictas de mitigación de desechos orbitales. La catástrofe también impulsó la cooperación internacional en la búsqueda de soluciones tecnológicas para rastrear y capturar objetos peligrosos, con el objetivo de prevenir futuros incidentes y asegurar la sostenibilidad del espacio para futuras misiones.
Astroscale: pioneros en la captura de escombros espaciales
Así surge Astroscale, una empresa japonesa fundada en 2013 que desarrolla tecnologías innovadoras para reducir la creciente y peligrosa acumulación de desechos en el espacio mediante la eliminación activa de residuos y satélites al final de su vida útil.
Astroscale está posicionada como una compañía líder en la industria de la limpieza espacial y en los últimos años ha desarrollado tecnologías clave para la captura y eliminación de escombros espaciales. Entre las cuales destaca ELSA-d (End-of-Life Services by Astroscale-demonstration) que tiene la capacidad de acoplarse y desorbitar satélites fuera de servicio de manera segura, o más recientemente ADRAS-J, la primera nave espacial de inspección de desechos del mundo que se lanzó al espacio el pasado mes de febrero desde el Centro Espacial de Uchinoura (Japón).
Este lanzamiento marca el comienzo de una nueva era en la gestión de desechos espaciales, crucial para la seguridad y sostenibilidad del espacio orbital. «Estamos emocionados de liderar este esfuerzo global para limpiar el espacio y proteger los activos espaciales,» declaró Nobu Okada, CEO de Astroscale. ADRAS-J está diseñada para abordar el creciente problema de la basura espacial, un riesgo cada vez mayor para satélites y misiones tripuladas. Equipado con tecnología avanzada de navegación y captura, ADRAS-J realizará una serie de inspecciones detalladas de objetos inactivos en órbita. El objetivo es evaluar las condiciones y la viabilidad de futuras misiones de eliminación de desechos.
El futuro de la limpieza espacial
La batalla contra la basura espacial es una carrera contra el tiempo. El incremento exponencial en el número de lanzamientos de satélites y la proliferación de megaconstelaciones como Starlink de SpaceX presentan un panorama complejo y desafiante para la limpieza espacial. Con miles de nuevos satélites programados para ser lanzados en los próximos años, la gestión de desechos espaciales se ha convertido en una prioridad urgente para la comunidad internacional.
El futuro de la limpieza espacial dependerá de la colaboración internacional y el desarrollo de tecnologías innovadoras. ADRAS-J representa un primer paso prometedor, pero es solo el comienzo. Las naciones y las empresas deben unirse para establecer normativas claras y sistemas de responsabilidad compartida que aseguren que todos los actores en el espacio contribuyan a la limpieza y el mantenimiento de un entorno orbital seguro.
Además, la inversión en investigación y desarrollo será crucial. Tecnologías como la captura y eliminación activa de desechos, el uso de materiales biodegradables en la fabricación de satélites y la creación de sistemas de alerta temprana para evitar colisiones deben ser priorizadas. El éxito de estas iniciativas no solo protegerá los activos espaciales existentes, sino que también permitirá un futuro en el que la expansión y explotación del espacio puedan continuar sin los riesgos asociados a la basura espacial.