Según el Global E-waste Monitor 2024, un informe elaborado por la ONU, en 2023 se generaron 62.000 millones de toneladas de residuos electrónicos en todo el mundo. La mayoría de ellas, las tres cuartas partes, fueron a parar a vertederos de África. Es el equivalente al peso de más de 350 cruceros del tamaño del Queen Mary 2. Y se espera que a nuestro ritmo actual de consumo de cacharrería electrónica, esta cantidad aumente a 74,7 millones de toneladas para 2030, un crecimiento del 70% en apenas una década.
Mucha parte de ese problema es nuestro. Europa es el continente que más desechos electrónicos genera por año. Y según la ONU, España supera la media europea. Cada español produce un promedio de 19,6 kilos de residuos al año, una incómoda posición sólo por detrás de Alemania, Francia e Italia. Nos gusta cambiar de móvil cada poco, sin tener en cuenta el impacto ambiental que entraña tal decisión. Una batería de níquel-cadmio del teléfono puede contaminar 50.000 litros de agua, y un televisor hasta 80.000 litros.

Basura en el patio del vecino más pobre
Solo el 17,4% de los residuos electrónicos a escala mundial se recicla de manera eficiente. El resto se exporta mayoritariamente a países en desarrollo, donde las regulaciones son más laxas y los costes de reciclaje infinitamente más bajos. Ghana, Nigeria y Costa de Marfil en África, India y Pakistán en Asia, son algunos de los principales destinos de toda nuestra basura incómoda. Países que se han convertido en lejanos «cementerios electrónicos» de los Estados más ricos.

En ellos los residuos se desmontan manualmente en busca de elementos valiosos en condiciones muy peligrosas para sus explotados manipuladores, y el resto muchas veces es quemado o enterrado, liberando al medio ambiente sustancias tan tóxicas como mercurio, plomo, cadmio, cobre, estaño o los peligrosos retardantes de llama bromados. Estos contaminantes no solo afectan a las personas que manipulan los residuos, sino que se acaban filtrando en los suelos y corrientes de agua hasta llegar al mar, contaminando toda la cadena alimentaria.
¿Por qué se recicla tan mal y tan lejos?
A pesar de que en Europa existen fuertes regulaciones como la Directiva RAEE (Residuos de Aparatos Eléctricos y Electrónicos), que obliga a los fabricantes a responsabilizarse de la recogida y reciclaje de todos estos productos al final de su vida útil, la realidad es que no existe una gestión adecuada. Al final, gran parte de los residuos electrónicos escapan del sistema formal de reciclaje, ya sea por robos, malas prácticas o porque se externaliza su gestión enviándolos a países lejanos.

Según el informe Waste Crime-Waste Risks publicado por el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), cerca del 90 % de los desechos o residuos electrónicos generados en todo el mundo podrían estar siendo exportados ilegalmente a países en desarrollo o abandonados de forma inadecuada en el medio natural. Estas exportaciones suelen disfrazarse como donaciones de equipos usados o como residuos que serán reciclados en su destino, pero la realidad es que terminan en vertederos o se desmantelan en condiciones inseguras. De toda la basura que generamos en España solo se procesan 395.200 toneladas por año, apenas un 42% del total. Así, por ejemplo, Fundación Ecolec, organización sin ánimo de lucro que centra su actividad en el reciclaje de aparatos eléctricos y electrónicos (RAEE), ha gestionado durante 2023 un total de 111.864 toneladas de residuos en España.

Exportación ilegal de residuos
Ecologistas en Acción ha denunciado numerosas veces la exportación ilegal de residuos electrónicos desde Europa hacia países en desarrollo. Según esta organización, tal práctica no solo supone una violación de las leyes internacionales, sino que es también un ejemplo claro de lo que han calificado como «racismo ambiental», donde los países más pobres son los más afectados por la contaminación generada por las naciones más ricas.
La exportación ilegal de residuos no solo contamina el medio ambiente, sino que también pone en peligro la vida de las comunidades locales que dependen de la pesca como fuente principal de alimentación y sustento. Es por tanto una cuestión de derechos humanos, pues estas comunidades están expuestas a niveles de contaminación que nunca serían tolerados en Europa y que les llega de fuera.

Reciclaje de kilómetro cero
Es necesario que las leyes internacionales sobre residuos electrónicos se apliquen de manera estricta y se fortalezcan las regulaciones para evitar su exportación ilegal. Además, la creación de un sistema de trazabilidad global podría ayudar a controlar su flujo y garantizar su gestión adecuada. Igualmente, hace falta que los fabricantes implementen programas de reciclaje efectivos y seguros, pero incluso mucho más importante, que diseñen productos con una mayor durabilidad y reciclabilidad.
Expertos y organizaciones ecologistas proponen una serie de medidas que se centran en mejorar la gestión de los residuos electrónicos en los mismos países donde se generan, poniendo fin a la externalización del problema en países lejanos con débiles reglamentaciones y controles. Algo así como un reciclaje de kilómetro cero, cercano, eficiente y seguro.

Además de mejorarse esta recogida selectiva, debería fortalecerse la legislación y la responsabilidad corporativa, pero especialmente fomentar el consumo sostenible. Optar por productos electrónicos de larga duración, reparar dispositivos en lugar de reemplazarlos y reciclar adecuadamente los aparatos al final de su vida útil son pasos esenciales para reducir la generación de residuos electrónicos. Porque la mejor basura que se recicla es la que no se produce.